Aprendemos en los textos de historia que los araucanos –ellos prefieren llamarse “mapuche”, gente de la tierra- eran belicosos y valientes, que mantuvieron en jaque a los españoles en una guerra que duró tres siglos, que de algún modo no fueron vencidos. Pero lo que muchos ignoran es que aún siguen luchando. Por la tierra en comunidad, por un modo de vida, por conservar su lengua, sus cantos, su cultura y sus tradiciones como algo vivo y cotidiano.
...
CORO: (Sobre la música) Y la traición, gusano hambriento,
se arrastraba, babeando, señalando el camino,
buscando al Tigre en la espesura
hallando excusas nobles para tenderle
su última copa de amargura.
(Música suave, luz se concentra arriba en la plataforma: Lautaro y Guacolda):
LAUTARO: Tiemblas, madrecita.
GUACOLDA: Tu rostro está pálido.
LAUTARO: Una sombra cayó sobre mi cuerpo mientras velaba tu sueño.
GUACOLDA: ¡La muerte que te ronda!
LAUTARO: Al mapuche, la muerte no lo asusta.
GUACOLDA: No es la muerte ¡es pensar en tu ausencia lo que me aflige!
LAUTARO: (Sonríe) Cuando me lleve el barquero hacia los confines en las voces de la tierra siempre te estaré nombrando…
GUACOLDA: (Cortando) ¡Muerto no te quiero… te quiero vivo! Tus brazos, el calor de tu cuerpo junto al mío…
LAUTARO: (La acaricia) Escucha: qué callada está la noche. Qué dulce.
GUACOLDA: ¡Te amo tanto y tan poco te he gozado!
LAUTARO: Razón no te falta: el goce de la vida no está en la guerra, sino en la paz de cada día. En el calor de la lumbre, en el amor compartido. Pero también ¡en aceptar nuestro destino!
…
CORO: ¡Cien furiosos asesinos caen sobre el Tigre de Araucanía!
(Se congela la acción, luz sobre Lautaro que dice, en el umbral de la muerte, su despedida):
LAUTARO: ¡Sagrada tierra de las cuatro esquinas
adiós te digo!
(Besa la tierra, se levanta)
Adiós tus bosques, tus campos de maíz
y su fermento
que en la victoria embriaga, y en la paz
hace dar gracias a la vida.
Adiós mi tierra, siempre ofrecida.
Adiós al peumo, al roble, a la araucaria,
tus pájaros cantores
tus deleitosos frutos y tus flores.
¡Adiós mis ojos que vieron tanta hermosura!
Adiós mi gente,
brava
dura
resistente…
¡Guíalos, Padre-Gnenechén, cuando me ausente de esta guerra!
Haz que en sus labios mi nombre sea aliento
contra toda injusticia y violencia
¡hasta que vengan días mejores,
cuando nadie les dispute sus tierras
y vuelvan a danzar al son del cultrún
entre los sembrados!
Cuando otra vez el nguillatún
y sus cantos sagrados
sean para llamar el sol o pedir la lluvia.
Y si tanto no es posible, Padre-Dios, te pido
dales valor para seguir la lucha empezada,
¡y haz que en mi muerte quede yo con vida!
(Grita).-¡Curiñancu… ábreme ya el camino!
(Retoma la acción, se escucha con un redoble del cultrún el sonido de las armas de fuego sobre él, de los tres soldados que lo rodean arriba. Desaparecen atrás).
(Lautaro cae lentamente. Va cayendo desde la plataforma, enredado entre los fierros, hasta quedar en tierra, quieto, boca abajo).
Un silencio.
Cambio de luz. Atmósfera irreal. Lautaro y Guacolda están muertos.
LAUTARO: Guacolda… (Alza su cabeza, luego se levanta).
GUACOLDA: ( Saliendo desde las sombras) Estoy aquí. Contigo.
(Hablan sin mirarse, voces blancas).
LAUTARO: ¿Qué nos pasó? ¿Por qué oigo mi voz y la tuya entre las voces de los muertos?
GUACOLDA: Son las voces del río.
LAUTARO: No. No es el rio.
GUACOLDA: Dices bien: no es el rio. Son las voces del tiempo.
LAUTARO: ¿Por qué tienes miedo de decirlo? Estamos muertos. (Pausa) ¿Hubo traición?
GUACOLDA: Sht. Escucha pasar el tiempo.
LAUTARO: No... ¡Yo les fallé a los míos! No debí sacarlos de su tierra de Araucanía.
GUACOLDA: Cumpliste ya lo tuyo. Deja tus tormentos.
LAUTARO: No nos dieron tregua… Y yo… ¡demasiado pronto entregué la vida!
GUACOLDA: Lautaro; ¡siempre estamos naciendo!.
LAUTARO: (La mira con voz suave) ¿A qué estás jugando ahora, pajarita de los bosques? ¿A sujetar la muerte?
GUACOLDA: No hay muerte, ¡si no hay olvido!
LAUTARO: ¡Y por qué tendría mi pueblo que recordarme!
GUACOLDA: Ven. Dame la mano. (Se dirige hacia la escalera, empieza a subir).
LAUTARO: (Siguiéndola) ¿Dónde me llevas?
GUACOLDA: (Subiendo, llevándolo de la mano) No apures el paso. Es largo, y es breve el camino.
LAUTARO: ¿Dónde quieres llevarme?
GUACOLDA: Lautaro… escucha.
(Han ido entrando todos los actores (menos Valdivia) con los últimos atuendos que los caracterizaban en el epílogo. Se dispersan por el escenario. Miran hacia Lautaro que está arriba con Guacolda).
(Coro de los actores: Cada uno va diciendo un parlamento y junto con decirlo se va quitando lo que los caracteriza, pelucas, cintillos, cascos, barba, etc., para representar a los actores de hoy).
(Hablan sin alzar la voz, turnándose).
.-Lautaro, estás aquí.
.-Lautaro, estoy contigo.
.-Lautaro, estás conmigo.
.-Estás en mí, Lautaro…
se arrastraba, babeando, señalando el camino,
buscando al Tigre en la espesura
hallando excusas nobles para tenderle
su última copa de amargura.
(Música suave, luz se concentra arriba en la plataforma: Lautaro y Guacolda):
LAUTARO: Tiemblas, madrecita.
GUACOLDA: Tu rostro está pálido.
LAUTARO: Una sombra cayó sobre mi cuerpo mientras velaba tu sueño.
GUACOLDA: ¡La muerte que te ronda!
LAUTARO: Al mapuche, la muerte no lo asusta.
GUACOLDA: No es la muerte ¡es pensar en tu ausencia lo que me aflige!
LAUTARO: (Sonríe) Cuando me lleve el barquero hacia los confines en las voces de la tierra siempre te estaré nombrando…
GUACOLDA: (Cortando) ¡Muerto no te quiero… te quiero vivo! Tus brazos, el calor de tu cuerpo junto al mío…
LAUTARO: (La acaricia) Escucha: qué callada está la noche. Qué dulce.
GUACOLDA: ¡Te amo tanto y tan poco te he gozado!
LAUTARO: Razón no te falta: el goce de la vida no está en la guerra, sino en la paz de cada día. En el calor de la lumbre, en el amor compartido. Pero también ¡en aceptar nuestro destino!
…
CORO: ¡Cien furiosos asesinos caen sobre el Tigre de Araucanía!
(Se congela la acción, luz sobre Lautaro que dice, en el umbral de la muerte, su despedida):
LAUTARO: ¡Sagrada tierra de las cuatro esquinas
adiós te digo!
(Besa la tierra, se levanta)
Adiós tus bosques, tus campos de maíz
y su fermento
que en la victoria embriaga, y en la paz
hace dar gracias a la vida.
Adiós mi tierra, siempre ofrecida.
Adiós al peumo, al roble, a la araucaria,
tus pájaros cantores
tus deleitosos frutos y tus flores.
¡Adiós mis ojos que vieron tanta hermosura!
Adiós mi gente,
brava
dura
resistente…
¡Guíalos, Padre-Gnenechén, cuando me ausente de esta guerra!
Haz que en sus labios mi nombre sea aliento
contra toda injusticia y violencia
¡hasta que vengan días mejores,
cuando nadie les dispute sus tierras
y vuelvan a danzar al son del cultrún
entre los sembrados!
Cuando otra vez el nguillatún
y sus cantos sagrados
sean para llamar el sol o pedir la lluvia.
Y si tanto no es posible, Padre-Dios, te pido
dales valor para seguir la lucha empezada,
¡y haz que en mi muerte quede yo con vida!
(Grita).-¡Curiñancu… ábreme ya el camino!
(Retoma la acción, se escucha con un redoble del cultrún el sonido de las armas de fuego sobre él, de los tres soldados que lo rodean arriba. Desaparecen atrás).
(Lautaro cae lentamente. Va cayendo desde la plataforma, enredado entre los fierros, hasta quedar en tierra, quieto, boca abajo).
Un silencio.
Cambio de luz. Atmósfera irreal. Lautaro y Guacolda están muertos.
LAUTARO: Guacolda… (Alza su cabeza, luego se levanta).
GUACOLDA: ( Saliendo desde las sombras) Estoy aquí. Contigo.
(Hablan sin mirarse, voces blancas).
LAUTARO: ¿Qué nos pasó? ¿Por qué oigo mi voz y la tuya entre las voces de los muertos?
GUACOLDA: Son las voces del río.
LAUTARO: No. No es el rio.
GUACOLDA: Dices bien: no es el rio. Son las voces del tiempo.
LAUTARO: ¿Por qué tienes miedo de decirlo? Estamos muertos. (Pausa) ¿Hubo traición?
GUACOLDA: Sht. Escucha pasar el tiempo.
LAUTARO: No... ¡Yo les fallé a los míos! No debí sacarlos de su tierra de Araucanía.
GUACOLDA: Cumpliste ya lo tuyo. Deja tus tormentos.
LAUTARO: No nos dieron tregua… Y yo… ¡demasiado pronto entregué la vida!
GUACOLDA: Lautaro; ¡siempre estamos naciendo!.
LAUTARO: (La mira con voz suave) ¿A qué estás jugando ahora, pajarita de los bosques? ¿A sujetar la muerte?
GUACOLDA: No hay muerte, ¡si no hay olvido!
LAUTARO: ¡Y por qué tendría mi pueblo que recordarme!
GUACOLDA: Ven. Dame la mano. (Se dirige hacia la escalera, empieza a subir).
LAUTARO: (Siguiéndola) ¿Dónde me llevas?
GUACOLDA: (Subiendo, llevándolo de la mano) No apures el paso. Es largo, y es breve el camino.
LAUTARO: ¿Dónde quieres llevarme?
GUACOLDA: Lautaro… escucha.
(Han ido entrando todos los actores (menos Valdivia) con los últimos atuendos que los caracterizaban en el epílogo. Se dispersan por el escenario. Miran hacia Lautaro que está arriba con Guacolda).
(Coro de los actores: Cada uno va diciendo un parlamento y junto con decirlo se va quitando lo que los caracteriza, pelucas, cintillos, cascos, barba, etc., para representar a los actores de hoy).
(Hablan sin alzar la voz, turnándose).
.-Lautaro, estás aquí.
.-Lautaro, estoy contigo.
.-Lautaro, estás conmigo.
.-Estás en mí, Lautaro…
1982
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La abuela de Chile
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