martes, noviembre 16, 2010

“Batallón 456. Año del inicio”, de Mario Spachiaro







I

Buscamos por la izquierda,
intentando ver el flanco espacio de los muertos.
El olor a sangre consumió nuestras gargantas
y la piel de condenados nos llegó hasta el suelo
hecho de piedras, gravas y otros tiempos destruidos
por la guerra.




II

No llegamos con tranquilidad.
No nos vimos en el río al imprecar a nuestros dioses.
Todos ellos, sordos de pasión,
ira o demencia anticipada.
Nos volvimos fuertemente enérgicos,
transportados por la fuerza de la inercia.
Sin razón.
Sin destino.
Sin otra oración.




III

Caminamos días bajo el frío.
La nieve congeló nuestro apego al orden y al honor.
Violamos. Quemamos. Destruimos.
Saqueamos cuanto pudimos.
El resto lo asesinamos sin piedad
y sin mirar atrás.
Y no sentimos ni vergüenza ni pudor.




IV

Y sin embargo el río habló,
quizás las olas turbias que dejaron borras,
frágiles designios,
entrañable oráculo de incierto ocaso.
La muerte, como a todos, llega tarde.
La dirección retoma el paso.
Caminamos sin hablar.
Respiramos con dificultad.




V

Los cuervos graznan a un costado.
Nos hemos despojado de las armas y escuchamos
a la turba que nos sigue y nos reclama su venganza.
Los pies están henchidos de deshonra.
Los cabellos en desorden ya no apuntan
más que al río congelado que nos vio caer.




VI

Y regresar...




VII

Las risas se apagan por completo.
Nos desnudamos como un gesto de abandono,
de reírnos entre todos,
de locura inmunda,
de serenos cortes en la piel.




VIII

Amanece cuando somos alcanzados.
Más que por desidia, por querer.
Algo de honor guardamos en el risco pobre
que recibe nuestras últimas colinas
al llegar a nuestro pueblo en llamas.




IX

Lentamente somos masacrados.
No por ellos, por nosotros mismos.
Por el sino y la derrota en apariencia.
Por los años que vendrán.
Por el tiempo que será tenido en cuenta
para revolver entrañas,
revivir, regresar, hacer justicia
en el atrio de los templos,
en la cima.




X

Es el tiempo de asesinos y cobardes.
Es el tiempo de morir,
de descender, caer, envilecer.
Nos veremos pronto,
nos gritamos al unísono,
minutos antes de transparentarnos
y cruzar el viento tibio,
la llanura eterna,
el paso amable hacia los hielos.





en Plegarias del olvido, 1956















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