domingo, octubre 03, 2010

"Cielo de serpientes", de Antonio Gil

Extracto del Primer Nudo



2. Purucalla

Awichu dijo que iría donde van las mariposas pilpintu cuando dejamos de verlas. Quédate tranquilo añuritay, susurró, mientras sus largos dedos tentaban una y otra vez los nudos del quipu, sin mirarlo, que es como hacen los quipucamayoc que saben leer hasta las más pequeñas señales adheridas en ellos. Luego comenzó a recitar los trozos medidos, aprendidos allá en la vieja ciudad mazorca de Ollantaitambo, su pacarina, donde se había nacido y florecido al quipu cantar. Teniéndolo en la mano buscaba y rebuscaba en el quipu todos los recuerdos que pudieran despertar en él las distintas anudaduras y objetos minúsculos, piedrecillas, carbones, astillas y espinas memorizadas que añadían noticia y detalle a toda aquella endechadera que sus yemas desgranaban del silencio. Una lágrima recorría brillando, muy despacio su mejilla, mientras los dedos volvían incansables al comienzo, como esperando que algo cambiara de pronto en el nudaje. Apoyado en el umbral el chasqui que trajo los cordones resollaba, doblado a la mitad por la fatiga de una jornada completa de carrera, vacía de coca la chuspa. Huaina Capac el Inka había muerto, apagando su resplandor de Ayar Amca maíz tostado, y eso los dedos de mi awichu abuelo, por más que estrujaran el quipu hasta sangrarse, ya no podían remediarlo.

Jatvn mama empezó entonces a trenzar mis cabellos. A donde se esconde el colibrí, a donde se va el sonido cuando cae el silencio, dijo, trenzando muy despacio. Irás como cuando vas jugando al pakepake, Tanitani, hasta donde nadie, ni la luz de la mama quilla podrán encontrarte, dijo abuela con una voz terrosa, lejana, que no le conocía.

Alguien mandó venir al hahuaricuc, el contador de fábulas, pero awichu lo despidió con un gesto invisible. La purucalla del duelo sopló entonces como un viento y apagó los fuegos mientras abuela, apoyando mi cabeza en sus rodillas, me trenzaba muy lentamente hasta dormirme en la tibieza muda de su cuerpo.

De noche yo soñaba el maizal, en la wacsz azul, su porte, le soñaba sus hojas y sus cañas, yo lo crecía con mi sueño, awichu, y lo frutaba y lo mecía, pero de día era el maizal quien a mí me soñaba, la caña de los huesos, la yawar roja, abuelo, y sus pequeños ríos bajando y subiendo por mí, la dentición y los cabellos. ¿Si me voy, awichu, quién soñará los plantíos que yo sueño? ¿Quién me soñará a mí allá tan lejos? Tú los seguirás soñando dijo abuelo muy ronco con el rostro cubierto de ceniza. Todas las plantas y los árboles seguirán soñándote. Y las estrellas y las piedras y los cabellos cuando crecen y las uñas de los que vendrán te seguirán soñando añuritay, agregó, bajando la cara hacia el quipu que ahora ondulaba igual que una culebra cansada en la oscuridad de su mano.

Despacio entró el guardador de la miel y entregó a abuela una pequeña calabaza pintada. Y vino luego el mirador de la sombra con un paño doblado de alpaca que puso entre nosotros. El aire vuelto agua se llenó de peces silenciosos que iban y venían con encomiendas y haceres, tan pequeños todos, tanto, que la hebra negra, la del tiempo, no alcanzaría a atarlas en el quipu aunque awichu, diestro como era, pudiera verlos entre sus lágrimas. Purucalla, purucalla, musitaban los peces que entraban y salían por ese aire de agua, por ese aire verde que empoza como qurwara de moho cuando se han apagado de noche todas las fogatas y el valle huele a leche ya bebida, como es el aroma ácido de las wawas. Como es el olor de esperar, en la piel de awichu y jatvn mama mi abuela.












2008











No hay comentarios.: