Un niño cierra lo que podría llamarse autobiografía juvenil de Bernhard, que llega hasta sus diecinueve años. El sobrino de Wittgenstein, es cierto, resulta tan autobiográfica o más, pero pertenece a otra época y, de momento, se presenta aislada; y en cuanto a Holzfällen («Cortar leña», «Tala» o como quiera traducirse) es una obra de ficción, aunque se mueva en la línea borrosa que separa una novela con clave de un libelo. Utilizando la terminología gorkiana, se podría decir que, con El origen, El sótano, El aliento, El frío y Un niño, Bernhard ha dado ya su «infancia» y «entre gentes extrañas» y le quedan por contar aún sus «universidades».
Desde el punto de vista de los datos objetivos que contienen, lo que sorprende en esos cinco libros, aunque expliquen muchas cosas de la obra bernhardiana (¿cuántos escritores han tenido una vida tan horrenda?), es que acaban por componer un personaje muy distinto del que hubiera podido imaginarse. El animal intelectual, el escritor enrocado en su turris eburnea, parece moverse entre el pueblo bajo como el clásico guerrillero maoísta; el tuberculoso profesional se revela, en su infancia al menos, como un raudo atleta de raza aria; el artista mal diseñado para sobrevivir en el mundo es un aventurero capaz de saltar fronteras, burlar leyes y hasta tratar de hacer descarrilar los trenes; el Bernhard supuestamente arrogante y de pocos amigos, un hombre que sabe reconocer maestros (no sólo su consabido abuelo) y tiene grandes amigos/as, aunque en su mayoría acaben locos, mueran de extrañas enfermedades o sean aplastados por un camión... (Ejercicio: Utilizando El sótano, partes de Un niño y, tal vez, algunos fragmentos de Helada, elaborar una teoría de Bernhard como escritor de izquierdas).
La verdad estricta de lo que Bernhard narra no es tema que pueda ni deba plantearse. El mismo lo dice en El sótano: «Si no hubiera pasado realmente por todo lo que, reunido, es hoy mi existencia, lo hubiera inventado probablemente para mí, llegando al mismo resultado». En su relato hay, qué duda cabe, zonas de sombra (confesadas o no), imprecisiones y hasta inconsecuencias, especialmente en relación con su madre. (Ejercicio: Analizando los pasajes pertinentes de su autobiografía, trazar un perfil psicoanalítico de Bernhard. Detectar contradicciones. Establecer paralelos y diferencias con el Peter Handke de la mal llamada Desgracia indeseada).
Un análisis estilístico riguroso de los cinco libros demostraría mejor que nunca que, en buena literatura, el tema dicta la forma. Lo que en El origen podría calificarse aún de manierismo («Somos procreados, pero no educados...») se va despojando de perifollos hasta llegar en Un niño a una simplicidad funcionalmente admirable. Desde este punto de vista (y desde otros), muchos prefieren El aliento y El frío, donde el horror de lo que se cuenta guarda un perfecto equilibrio con la siniestra exactitud de la frase.
Recientemente se han publicado en inglés esos cinco libros, ordenados con arreglo a la cronología de los acontecimientos y no a la de su escritura y publicación. Posiblemente es un error porque, si Un niño comienza en tono amable y hasta divertido, luego cambia de registro y acaba redondeando el ciclo por el bucle del Nacionalsocialismo, pero en cualquier caso el título dado al conjunto parece un acierto: «Gathering evidence», reuniendo pruebas. Pero pruebas, ¿para qué? ¿Para acusar al mundo del crimen de ser absurdo o para dibujar un retrato-robot del propio Bernhard? Quizá más para lo primero. En efecto, aunque la guerra y la educación nazi y católica sean determinantes (El origen), la decisión de ir «en la dirección opuesta» suponga un auténtico descenso al infierno o, por lo menos, a la antesala del infierno (El sótano), el «quería vivir y todo lo demás no significaba nada» justifique el odio eterno de Bernhard a toda la clase médica (El aliento y El frío), y el anarquismo visceral de un chico de seis años pueda prolongarse toda una vida (Un niño), seguimos sin saber gran cosa de Thomas Bernhard. (Ejercicio: Explicar el inexplicable éxito de su obra en España recurriendo al tópico del anarquismo ibérico.) Bernhard, para quien un atlas sigue siendo lectura favorita, nada ha contado aún de sus viajes y estancias: Venecia, Yugoslavia, Sicilia, Bosnia, Inglaterra, Polonia, Portugal... y también Suecia o Palma de Mallorca; ni, lo que es más importante, sabemos nada de sus años de Viena, en que recogió basuras, trituró pavimentos, llevó maletas o cuidó septuagenarios dementes; ni de sus tres años, a mesa y mantel, en el castillo de Lampesberger, su (entonces) «único y verdadero amigo», en el centro de todas las vanguardias y de no pocas perversiones; ni de su época de crítico de arte, de cronista de los tribunales, de bibliotecario... A Bernhard, evidentemente, le queda cuerda para muchas autobiografías, porque ha vivido ya muchas vidas.
Hay quienes creen que Thomas Bernhard es uno de los grandes dramaturgos contemporáneos, sólo comparable a Genet o Beckett, y que su obra narrativa es sólo una especie de acotaciones escénicas a su visión macroteatral del mundo; y hay quienes dicen que Bernhard es, hoy por hoy, el mayor novelista en lengua alemana, y que su teatro, de poco peso, sólo ilumina los rasgos más sardónicos de su carácter. Sin embargo, nadie discute su autobiografía, esos cinco libros impresionantes, sin comparación a la redonda en el panorama de las letras actuales, de un hombre que, a sus diecinueve años, descubrió ya que la literatura podía ser la «solución matemática» de la vida.
1982
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