No vamos a repetir nada nuevo. La propaganda no es y no puede ser más que la repetición continua, incansable, de aquellos principios que deben servirnos de guía en la conducta que hemos de seguir en las varias contingencias de la vida.
Expondremos, pues, con palabras más o menos diferentes, pero con un fondo constante, nuestro socialismo-anarquista revolucionario.
Creemos que la mayor parte de los males que afligen a los hombres dependen de la mala organización social y que los hombres, queriendo y sabiendo, pueden destruirlos.
La sociedad actual es el resultado de las luchas seculares libradas por los hombres. No comprendiendo las ventajas que podrían haber obtenido de la cooperación y de la solidaridad, viendo en todos sus semejantes -excepto en los más cercanos a ellos por el vínculo de la sangre- competidores y nada más que competidores, cuando no enemigos, han procurado acaparar, cada uno para sí, la mayor cantidad posible de goces sin preocuparse del interés de los demás.
Dada esta lucha, naturalmente, debían salir vencedores los más fuertes o los más afortunados, sometiendo y oprimiendo a los vencidos de modos diversos y múltiples.
Mientras el hombre no fue capaz de producir sino lo que necesitaba para su sostén, los vencedores no pudieron hacer otra cosa que matar al vencido y apoderarse de los productos por éste cosechados.
Más tarde, cuando con el descubrimiento del pastoreo y de la agricultura un hombre pudo ya producir más de lo que necesitaba para vivir, los vencedores encontraron más ventajas en reducir a los vencidos a la esclavitud y hacerles producir para ellos, para los “dueños”.
Más tarde aún, los vencedores se dieron cuenta de que era más cómodo, más productivo y más seguro explotar el trabajo ajeno con otro sistema: el de retener la propiedad exclusiva de la tierra y de todos los medios de trabajo y dejar nominalmente libres a los despojados, los cuales, no teniendo ya medios para vivir, se veían obligados a recurrir a los propietarios y a trabajar para éstos en las condiciones que éstos imponían.
De este modo, poco a poco, gradualmente, a través de una red complicadísima de luchas de todo género -invasiones, guerras, rebeliones, represiones, concesiones arrancadas, asociaciones de vencidos unidos para la defensa y de vencedores unidos para la ofensa- se ha llegado al estado actual de la sociedad, en el cual unos cuantos hombres poseen hereditariamente la tierra y toda la riqueza social, mientras la gran mayoría de los individuos, desheredada de todo, se ve oprimida y explotada.
De este estado de cosas depende la situación miserable en que generalmente se encuentran los trabajadores y, además, todos los males que de la miseria se derivan: ignorancia, delitos, prostitución, miseria física, abnegación moral y muertes prematuras. De este estado de cosas depende la constitución de una clase especial -el gobierno- que, provista de medios materiales de represión, tiene la misión de legalizar y defender a los propietarios contra las reivindicaciones de los proletarios, sirviéndose además de esta fuerza para crearse para sí ciertos privilegios y para someter, cuando puede, hasta a la misma clase propietaria. De este estado de cosas depende que otra clase -el clero- se haya convertido en la ayuda más eficaz para la perpetuación de la injusticia, ya que procura persuadir a los oprimidos para que soporten dócilmente al opresor, trabajando de paso, como la clase gubernamental, al propio tiempo que por el interés de los propietarios, por sus propios intereses. De este estado de cosas depende la formación de una ciencia oficial que es, en todo aquello que puede servir al interés de los dominadores, la negación de la verdadera ciencia. De este estado de cosas depende el espíritu patriótico, los odios de raza, las guerras y la paz armada, más desastrosa que todas las guerras. De este estado de cosas depende el amor convertido en tormento o en objeto vil de mercado. De este estado de cosas depende el odio más o menos intenso, la rivalidad, la desconfianza, la incertidumbre y el miedo que reina en las relaciones de todos los hombres.
Este estado de cosas es el que nosotros, anarquistas, queremos cambiar radicalmente. Puesto que todos esos males que hemos mencionado son consecuencia de la lucha entre los hombres, de esa búsqueda del bienestar individual efectuada por cuenta propia y contra todos, queremos remediarlos sustituyendo al odio con el amor, a la competencia con la solidaridad, a la búsqueda exclusiva del propio bienestar con la cooperación fraterna para el bienestar de todos, a la opresión y la imposición con la libertad, a la mentira, cualquiera que sea su índole, religiosa o seudocientífica, con la verdad.
Para realizar ese cambio, creemos preciso proceder a:
1. Abolición de la propiedad privada de la tierra, de las materias primas y de los instrumentos de trabajo, con el fin de que nadie pueda tener el modo de vivir explotando el trabajo ajeno y de que, teniendo todos los hombres garantizados los medios de producir y de vivir, puedan ser verdaderamente independientes y puedan asociarse con los demás libremente, conforme a las propias simpatías y con el propósito de colaborar en el interés de todos.
2. Abolición del gobierno y de todo poder que pueda dictar leyes e imponerlas a los demás, es decir abolición de las monarquías, de las repúblicas, de los parlamentos, de los ejércitos, de los policías, de las magistraturas y de todas las demás instituciones dotadas de medios coercitivos.
3. Organización de la vida social mediante la obra de asociaciones libres, de federaciones de productores y de consumidores, hechas y edificadas a tenor de la voluntad de sus componentes, guiados por la ciencia y la experiencia y libres de toda imposición que no derive de las necesidades naturales, a las cuales, vencido el hombre por el sentimiento de la misma necesidad inevitable, voluntariamente se somete.
4. Garantizar, señaladamente, los medios de vida, desarrollo y bienestar de los niños y de todos los que no estén en estado de proveerse sus necesidades.
5. Hacer la guerra a todas las mentiras, aunque se oculten bajo el manto de la ciencia y procurar la instrucción científica, hasta en su más elevado grado, para todos los hombres.
6. Acabar con el patriotismo, aboliendo las fronteras y trabajando por la confraternización de todos los pueblos.
7. Reconstituir la familia de modo que resulte de la práctica del amor, libre de todo vínculo legal, de toda opresión económica o física, de todo prejuicio religioso.
Estos son los remedios que ofrece nuestro ideal. Estos son los remedios que deseamos ver realizados.
Pero no basta con desear una cosa. Si verdaderamente se quiere obtenerla, es necesario emplear los medios adecuados para su realización. Estos medios existen, sin duda, y no son, de ningún modo, arbitrarios. Se derivan, naturalmente, del fin a que se tiende y de las circunstancias en las que se lucha, de modo que, si no nos engañamos en su elección, llegaremos a los fines que nos proponemos. Si llegamos a otro fin, opuesto al que deseamos, ello obedecerá, como consecuencia natural, necesariamente a que los medios escogidos no eran los adecuados. El que se pone en camino y se equivoca, no va adonde quiere, sino allí donde conduce el camino que recorre.
Expondremos, pues, con palabras más o menos diferentes, pero con un fondo constante, nuestro socialismo-anarquista revolucionario.
Creemos que la mayor parte de los males que afligen a los hombres dependen de la mala organización social y que los hombres, queriendo y sabiendo, pueden destruirlos.
La sociedad actual es el resultado de las luchas seculares libradas por los hombres. No comprendiendo las ventajas que podrían haber obtenido de la cooperación y de la solidaridad, viendo en todos sus semejantes -excepto en los más cercanos a ellos por el vínculo de la sangre- competidores y nada más que competidores, cuando no enemigos, han procurado acaparar, cada uno para sí, la mayor cantidad posible de goces sin preocuparse del interés de los demás.
Dada esta lucha, naturalmente, debían salir vencedores los más fuertes o los más afortunados, sometiendo y oprimiendo a los vencidos de modos diversos y múltiples.
Mientras el hombre no fue capaz de producir sino lo que necesitaba para su sostén, los vencedores no pudieron hacer otra cosa que matar al vencido y apoderarse de los productos por éste cosechados.
Más tarde, cuando con el descubrimiento del pastoreo y de la agricultura un hombre pudo ya producir más de lo que necesitaba para vivir, los vencedores encontraron más ventajas en reducir a los vencidos a la esclavitud y hacerles producir para ellos, para los “dueños”.
Más tarde aún, los vencedores se dieron cuenta de que era más cómodo, más productivo y más seguro explotar el trabajo ajeno con otro sistema: el de retener la propiedad exclusiva de la tierra y de todos los medios de trabajo y dejar nominalmente libres a los despojados, los cuales, no teniendo ya medios para vivir, se veían obligados a recurrir a los propietarios y a trabajar para éstos en las condiciones que éstos imponían.
De este modo, poco a poco, gradualmente, a través de una red complicadísima de luchas de todo género -invasiones, guerras, rebeliones, represiones, concesiones arrancadas, asociaciones de vencidos unidos para la defensa y de vencedores unidos para la ofensa- se ha llegado al estado actual de la sociedad, en el cual unos cuantos hombres poseen hereditariamente la tierra y toda la riqueza social, mientras la gran mayoría de los individuos, desheredada de todo, se ve oprimida y explotada.
De este estado de cosas depende la situación miserable en que generalmente se encuentran los trabajadores y, además, todos los males que de la miseria se derivan: ignorancia, delitos, prostitución, miseria física, abnegación moral y muertes prematuras. De este estado de cosas depende la constitución de una clase especial -el gobierno- que, provista de medios materiales de represión, tiene la misión de legalizar y defender a los propietarios contra las reivindicaciones de los proletarios, sirviéndose además de esta fuerza para crearse para sí ciertos privilegios y para someter, cuando puede, hasta a la misma clase propietaria. De este estado de cosas depende que otra clase -el clero- se haya convertido en la ayuda más eficaz para la perpetuación de la injusticia, ya que procura persuadir a los oprimidos para que soporten dócilmente al opresor, trabajando de paso, como la clase gubernamental, al propio tiempo que por el interés de los propietarios, por sus propios intereses. De este estado de cosas depende la formación de una ciencia oficial que es, en todo aquello que puede servir al interés de los dominadores, la negación de la verdadera ciencia. De este estado de cosas depende el espíritu patriótico, los odios de raza, las guerras y la paz armada, más desastrosa que todas las guerras. De este estado de cosas depende el amor convertido en tormento o en objeto vil de mercado. De este estado de cosas depende el odio más o menos intenso, la rivalidad, la desconfianza, la incertidumbre y el miedo que reina en las relaciones de todos los hombres.
Este estado de cosas es el que nosotros, anarquistas, queremos cambiar radicalmente. Puesto que todos esos males que hemos mencionado son consecuencia de la lucha entre los hombres, de esa búsqueda del bienestar individual efectuada por cuenta propia y contra todos, queremos remediarlos sustituyendo al odio con el amor, a la competencia con la solidaridad, a la búsqueda exclusiva del propio bienestar con la cooperación fraterna para el bienestar de todos, a la opresión y la imposición con la libertad, a la mentira, cualquiera que sea su índole, religiosa o seudocientífica, con la verdad.
Para realizar ese cambio, creemos preciso proceder a:
1. Abolición de la propiedad privada de la tierra, de las materias primas y de los instrumentos de trabajo, con el fin de que nadie pueda tener el modo de vivir explotando el trabajo ajeno y de que, teniendo todos los hombres garantizados los medios de producir y de vivir, puedan ser verdaderamente independientes y puedan asociarse con los demás libremente, conforme a las propias simpatías y con el propósito de colaborar en el interés de todos.
2. Abolición del gobierno y de todo poder que pueda dictar leyes e imponerlas a los demás, es decir abolición de las monarquías, de las repúblicas, de los parlamentos, de los ejércitos, de los policías, de las magistraturas y de todas las demás instituciones dotadas de medios coercitivos.
3. Organización de la vida social mediante la obra de asociaciones libres, de federaciones de productores y de consumidores, hechas y edificadas a tenor de la voluntad de sus componentes, guiados por la ciencia y la experiencia y libres de toda imposición que no derive de las necesidades naturales, a las cuales, vencido el hombre por el sentimiento de la misma necesidad inevitable, voluntariamente se somete.
4. Garantizar, señaladamente, los medios de vida, desarrollo y bienestar de los niños y de todos los que no estén en estado de proveerse sus necesidades.
5. Hacer la guerra a todas las mentiras, aunque se oculten bajo el manto de la ciencia y procurar la instrucción científica, hasta en su más elevado grado, para todos los hombres.
6. Acabar con el patriotismo, aboliendo las fronteras y trabajando por la confraternización de todos los pueblos.
7. Reconstituir la familia de modo que resulte de la práctica del amor, libre de todo vínculo legal, de toda opresión económica o física, de todo prejuicio religioso.
Estos son los remedios que ofrece nuestro ideal. Estos son los remedios que deseamos ver realizados.
Pero no basta con desear una cosa. Si verdaderamente se quiere obtenerla, es necesario emplear los medios adecuados para su realización. Estos medios existen, sin duda, y no son, de ningún modo, arbitrarios. Se derivan, naturalmente, del fin a que se tiende y de las circunstancias en las que se lucha, de modo que, si no nos engañamos en su elección, llegaremos a los fines que nos proponemos. Si llegamos a otro fin, opuesto al que deseamos, ello obedecerá, como consecuencia natural, necesariamente a que los medios escogidos no eran los adecuados. El que se pone en camino y se equivoca, no va adonde quiere, sino allí donde conduce el camino que recorre.
en Malatesta, vida e ideas, 1975
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