a Christian y Raquel
En la escalera
dos niños fingen
que cada uno es la sombra del otro.
Nosotros, desde la habitación en penumbras,
escuchamos atentamente el juego,
y sonreímos.
Sin embargo,
una ligera inquietud comienza a apoderarse
de nuestra escena cotidiana,
cuando sentimos que lo que esos niños dicen
es como en el arte;
que quienes sostienen esos diálogos
están desesperados,
en total desacuerdo con sus sombras provisorias,
y que probablemente estén en este cuarto,
sean uno de nosotros, sombra
fugaz del otro que no acaba de ensombrecerse.
en Última mejilla, 1988
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