jueves, mayo 07, 2009

“Diego, ¡que Dios te lo pague!”, de Osvaldo Soriano

Crónica del partido Argentina-Australia, clasificatorio para el Mundial de 1994,
publicada en Página 12, jueves 18/11/93







¡Qué ansiedad, Dios mío! ¡Los nervios de punta y un cosquilleo en la planta de los pies! Un nudo en el estómago. A esta altura la gente se conformaba con el cero a cero, pero por fortuna apareció el bueno de Tobin y la metió en su propio arco al desviar un centro de Batistuta. El primer tiempo, mientras Maradona estaba intacto, pintaba para lujos y goleada; después, con el cansancio llegaron los sofocones tan temidos. Menos mal que Diego se portó como si el que estuviera en la cancha fuera su propio monumento. La llevaba atada, la escondía y la mostraba para embelesar australianos y exigir argentinos. Para que alguien la llevara hacia el arco. El primer tiempo era la fiesta de Maradona y el estremecimiento para los que esperábamos que Batistuta y Balbo se llevaran el mundo por delante. Pero no: los dos delanteros y Ruggeri se perdieron goles de los que no se perdonan ni en un picado. Y después el arquero australiano ya se agrandó y parecía como si Islas, harto de esperar una oportunidad con Basile, hubiera entrado a jugar por Australia.

Estaban mejor parados que allá en Sidney pero pasaba lo de siempre: agujeros negros en la defensa, porque Ruggeri no siempre llegaba y Vázquez se salía de la vaina por irse arriba. Redondo empezó bien en el medio pero después desapareció, se fue al cine o a ver el partido por la tele. Pérez había empezado sin saber dónde pararse porque la inercia lo empujaba a la derecha. Pero cuando Redondo se fue a mirar el partido por la tele, Perico decidió ocupar el medio, todo roto como estaba por los pisotones y los golpes. Entonces Argentina empezó a apretar. Frente al arco Ruggeri cabeceó mal, Balbo demoró más en conectar los pases que le ponía Diego que Encotel en entregar las cartas. Y lo de Diego era eso: cartas de amor ansioso, ecuaciones de genio chiflado. ¡Qué cosas hace todavía con la pelota! ¡Cómo pesa su presencia ahí donde otros hacen nada más que lo grosero! A decir verdad hubo un momento en que daba pena que a su alrededor no estuvieran Gimnasia de Jujuy o Douglas Haig de Pergamino para liquidar el partido de una vez por todas.

El gol llegó de carambola, cuando hacía rato que los nuestros merecían el pasaje a Estados Unidos. Se habían perdido todas la oportunidades que creó el viejo coloso de Villa Fiorito. Entonces todo cambió: el equipo retrocedió para atrincherarse. Basile lo puso a Zapata y de a ratos Redondo dejaba el televisor y corría alrededor de los más sudorosos. Entre tanto, lo de Mac Allister tomaba visos de epopeya potreril: pelota que encontraba, pelota que reventaba fuerte y algo: imagen perfecta de un equipo desesperado que luchaba contra sus propios fantasmas. No bien los otros defensores advirtieron que Mac Allister se llevaba la gloria tirando cañonazos al cielo, decidieron imitarlo y ¡pum!, Vázquez, ¡pum! Ruggeri, ¡pum! Simeone. ¡La hora, referí!

Eso no le quita méritos a los muchachos: esta vez al menos sabían que no podían fracasar. El triunfo fue de Maradona, talento y ganas, y de Mac Allister, furia y sudor; aunque hubo soponcios que agitaron la noche de todos los argentinos: esa pelota que cruzó el área, a contrapelo de la tardía llegada de Ruggeri y Chamot, con Goycochea tropezando y Mac Allister que llegó a tiempo y la mandó al cielo de los chambones, pero cielo al fin. La gente esperaba el final. Nadie pensaba ya en la goleada que se insinuó en el primer tiempo. Zapata empezó a poner precisión y llevar calma a los más desordenados. Como Chamot, que ya casi perdió el habla y jugó, como en Sidney, un partido aparte, de quintita bien cuidada.

Hubo de todo. Hasta el referí de Dinamarca sonreía, aliviado, porque si Argentina quedaba fuera de Estados Unidos iba a ser el mundial de los presos. Sobre el final, cuando un pelotazo cruzado lamió el palo de Goycochea, hubo toda clase de desmayos. Pero ya estaba todo dicho y la historia no tendría más sobresaltos: Diego Armando Maradona le devolvió la sonrisa a una Argentina que ya se estaba desconociendo a sí misma.

Saludos y respetos, muchachos, señores del fútbol. Ahora hay que formar un equipo para ir a Estados Unidos.










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