miércoles, febrero 25, 2009

“Contra la escuadrilla Lafayette”, de Gene Wolfe






He construido una réplica perfecta de un Fokker triplano, si exceptuamos el tipo de pintura del fuselaje. Mide cinco metros y setenta y cinco centímetros de largo y tiene un ancho de ala de siete metros y diecinueve centímetros, igual que el original. El motor es una copia auténtica de un Oberursel UR II. Tengo un torno y una fresadora y he construido la mayoría de las piezas del motor yo mismo, aunque algunas debí encargarlas a una compañía de Cleveland, y la mayor parte de los componentes eléctricos fueron hechos en Louisville, Kentucky.

Al principio esperaba haber conseguido un motor original, y escribí mis primeras cartas a Alemania con esa idea en mente, pero no fue posible; hay sólo unos cuantos, y por lo que yo pude averiguar ninguno en manos privadas. El Oberursel Worke ya no está en existencia. Pude realizar mis planes a pesar de todo, mediante la cooperación de algunos aficionados alemanes. Hice un nuevo plano de mi proyecto, traduciendo yo mismo el alemán que fue necesario, y lo envié a Cleveland. Un hombre del periódico vino a tomar algunas fotos cuando el Fokker estaba casi listo para volar, y estimé entonces que había empleado más de tres mil horas en la construcción. Hice todo el fuselaje y el ensamblaje yo mismo, y también la hélice.

He intentado hacerlo todo tan parecido a la realidad como fuera posible, y hasta tengo dos ametralladoras 7.92 mm Maxim "Spandau" montadas justo al frente de la carlinga. Naturalmente que no están cargadas, pero sí acopladas al motor con el mecanismo interruptor del Fokker Zentralsteuerung.

La cuestión de la pintura me creó un problema con un hombre de Oregon, con el que mantenía correspondencia, que volaba en un Nieuport Ecout. La pintura auténtica, como ya deben saber ustedes, era extremadamente inflamable. El quería saber si yo la había usado, y cuando le dije que no empezó a criticarme. Tal como expliqué entonces, quiero demasiado al Fokker para exponerme a que se incendie, y si Antony Fokker y Reinhold Platz hubieran tenido pintura a prueba de fuego la habrían utilizado. Esto no dejó satisfecho al hombre de Oregon y finalmente se puso tan pesado que ya no contesté sus cartas. Sigo creyendo que lo que hice fue correcto, y si tuviera nuevamente la oportunidad volvería a repetirlo.

Precisé de un remolque especialmente construido para trasladar el Fokker, y cambié mi coche por un camión para arrastrarlo y transportar piezas y repuestos, pero procuro dejarlo en un pequeño campo que hay cerca de aquí donde tengo alquilado un hangar, y moverlo lo menos posible por las carreteras. Cuando hago esto, debido al ancho de la carga, he de conducir muy lentamente y utilizar exclusivamente ciertas carreteras. La gente siempre se para a mirar cuando paso, y algunas veces puedo oír cómo, desde los porches, llaman a otras personas para que salgan a verme. Creo que, particularmente, les interesan las tres alas del Fokker, y será muy raro que lo vea alguna vez un veterano de la guerra..., casi siempre un hombre que fuma pipa y tiene un bastón. Cuando puedo oír los comentarios son bastante estúpidos, pero disfruto viendo una luz que emerge en los ojos de los que miran.

La mayor parte del tiempo el Fokker está en su hangar, en el campo, y ustedes no me reconocerían cuando me dispongo a volar. Hay una cruz negra pintada sobre la puerta de mi camión, pero no significaría nada para ustedes. Supongo que no significaría nada para ustedes ni siquiera si me hubieran visto salir el día que vi el globo.

Era uno de los primeros días de la primavera; había una sensación de frescor en el ambiente realmente indescriptible. Tres días antes me había elevado por primera vez aquel año, yendo después del trabajo y volando con un tiempo más bien malo con muy poca luz; un vuelo de invierno, realmente. Ahora era sábado y todo había cambiado. Recuerdo cómo revoloteaba mi bufanda mientras estaba hablando con el mecánico en el campo.

El viento era bueno, viniendo de la parte más ancha del campo hacia mí, llegando bajo las alas del Fokker y levantándolo como a una cometa antes de haber recorrido treinta metros. Giré ligeramente entonces, echando una buena mirada al campo, con toda la hierba, verde y renovada, empezando a brotar, y ajustándome las gafas.

¿Han estado alguna vez en una carlinga abierta viendo las riostras de las alas temblar y la tierra oscilando abajo, muy lejos? No hay cosa parecida. Eché hacia atrás el timón, sin parar, y ascendí cada vez más hasta que me encontré mirando hacia abajo la espalda de todos los pájaros; no podía asegurar cuál de los pequeños tejados que contemplaba era el de mi casa o el de la fábrica donde trabajaba. Luego dejé de mirar abajo y lo hice hacia arriba y muy lejos, siempre acordándome de observar por encima de mi hombro el sol donde los S.E. 5 del Royal Flying Corps acostumbran a fluctuar como dragones voladores, invisibles a causa del resplandor.

Luego miré a lo lejos y vi, casi sobre el horizonte, un punto naranja. Entonces no sabía, naturalmente, lo que era; pero hice señales a los otros miembros del comando Jagstaffel y viré hacia él, con el Fokker estremeciéndose ante el desafío. Aquello se movía con el viento, es decir, alejándose de mí porque el viento era de cola, y nos dirigimos hacia él, elevándonos constantemente.

En realidad no era rojo naranja como yo había pensado al principio. Se trataba más bien de mil colores y matices, con rojos, amarillos y blancos predominando. Me elevé hacia él casi verticalmente con el timón tirado hacia atrás, casi hasta el suelo. Debido a ello no había podido ver, al principio, la cesta que pendía del aerostato. Luego me coloqué a su altura y estuve dando vueltas alrededor a cierta distancia. Fue entonces cuando me di cuenta de que era un globo. Después de un momento vi también que era un modelo construido a la vieja usanza con una cesta de mimbre para los pasajeros, y que había alguien en ella. Por el momento me interesaba más la profusión de los colores y proseguí girando alrededor lentamente hasta que pude verlos mejor. Los azules de un huevo de Pascua y los negros, los rojos, blancos y amarillos.

Lo comprendí todo cuando divisé a la muchacha. Ella era la pasajera, una mujer muy hermosa que llevaba faldas almidonadas y cuyo cabello castaño rizado caía sobre sus hombros desnudos. Me hizo señas y fue entonces cuando entendí.

Las damas de Richmond lo habían confeccionado para el ejército Confederado, utilizando para ello sus vestidos de seda. Recordé haber leído algo sobre ello. La muchacha de la cesta me tiró un beso y yo le hice señas, intentando comunicarle que ninguno de los hombres de mi escuadrilla podría causarle ningún daño; que habíamos pensado en principio que su artefacto pudiera haber sido un globo de observación francés o italiano, pero que en el futuro ella no debía temer a ningún arma al servicio del Flugzeugmeisterei del Kaiser.

Estuve volando en círculos alrededor del aerostato por algún tiempo, mientras ella se giraba lentamente para seguir el movimiento de mi aeroplano, y hablamos lo mejor que pudimos mediante gestos y sonrisas. Finalmente, cuando observé que el combustible se estaba terminando, le indiqué que debía irme. La muchacha se acercó a un recipiente oculto por el borde de la cesta y asió una botella marrón tapada con un corcho, defectuosamente modelada. Volé mucho más cerca del globo hasta que pude ver la casi destrozada etiqueta de color amarillento. Era una botella original, uno de los refrescos más antiguos. Mientras la observaba la mujer destapó el envase, bebió y, simbólicamente, me ofreció la bebida.

Luego debí marcharme. Volví al campo pero me vi obligado a tomar tierra con la última gota de mi combustible cuando me hallaba a medio kilómetro. Naturalmente realimenté el Fokker rápidamente y volví a despegar, pero no pude encontrar el globo.

Nunca he podido volver a localizarlo, aunque vuelo casi cada día y siempre que el tiempo lo permite. Sólo veo un cielo vacío y unos cuantos aviones. Algunas veces, a decir verdad, me pregunto si las cosas no habrían sido diferentes en caso de que hubiera utilizado, una vez terminado el Fokker, la pintura original auténtica e inflamable. Ella era tan real... De vez en cuando, al llegar la noche, pienso que la veo a lo lejos, por encima de las nubes, y prosigo mi vuelo tanto como puedo a través del silencioso firmamento, con el Fokker estremeciéndose a mi alrededor y con la válvula de paso abierta al máximo.

Pero únicamente está el sol.











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