El doctor Dekker se marcha de Madrid: el doctor ha terminado ya de recoger las notas para su libro The time they lose in Spain; es decir, El tiempo que se pierde en España. ¿Y adónde encamina sus pasos el ilustre miembro del Real Colegio de Cirujanos de Londres? El doctor Dekker va a Levante. The best in the world!, he gritado yo, como él en días pasados, pensando en el país sereno y claro de las palmeras, los Granados y los naranjos. Y el ilustre doctor ha gritado, también, henchido de entusiasmo, con voz más estruendosa que la mía: The best in the World. Después hemos trabado nuestras manos estrechamente y hemos dado una sacudida seca y violenta; luego, tras una breve pausa, otra; después, tras otro minuto de silencio, una tercera. Nos hemos quedado frente a frente, con los bustos erguidos, mirándonos de hito en hito; y al cabo, los dos hemos gritado a un mismo tiempo, como muñecos mecánicos:
-Good bye!
-Good bye!
Nuestras espaldas se han vuelto al mismo tiempo y nuestros pies han marcado –uno, dos, tres- los mismos pasos sincrónicos y rítmicos. Ha transcurrido un breve minuto trágico. ¿Era posible separarnos de este modo? Estábamos solos. ¿No podía el insigne miembro del Real Colegio de Cirujanos de Londres abdicar, sin desdoro, de su impasibilidad británica? ¿No podía yo, insignificante periodista hispano, dar salida sin afrenta a mis efusiones meridionales?
Hemos vuelto nuestras caras a un mismo tiempo y hemos desandado los mismos pasos rítmicos y sincrónicos –uno, dos, tres- que antes hemos andado. Y otra vez hemos vuelto a sacudir violentamente nuestras manos y hemos convenido en que era imposible el separarnos. Yo, que amo la tierra levantina, ¿podré dejar abandonado al insigne humorista, descendiente de aquel otro humorista, Tomás Dekker, que pintó en sus comedias, allá en el siglo XVI, los vagabundos, los maridos benévolos y las mujeres frívolas? No, yo no podía dejar abandonado a este hombre afable, sensual, irónico, cínico y sonriente. El doctor Dekker lleva una misión trascendental en su excursión a las provincias: el pensamiento de un nuevo libro ha apuntado ya en su cerebro. El doctor Dekker va a estudiar las ideas que los labriegos españoles se forman en sus sencillos cerebros sobre el Estado y sobre los políticos que en Madrid mangonean.
-Go ahead, doctor! –he exclamado yo, entusiasmado, cuando ha concluido de comunicarme la noticia.
-Go ahead, mister! –ha gritado él con voz más formidable que la mía.
Y esta es la causa de que, cuando el lector pase la vista por estas líneas, acaso estén ya, el doctor Dekker y el que suscribe, en la tierra clara y serena de las palmeras, los granados y los naranjos, discurriendo por la campiña como dos sabios peripatéticos, o sentados sobre el follaje, charlando mano a mano con los hombres ingenuos que cultivan la tierra…
-Good bye!
-Good bye!
Nuestras espaldas se han vuelto al mismo tiempo y nuestros pies han marcado –uno, dos, tres- los mismos pasos sincrónicos y rítmicos. Ha transcurrido un breve minuto trágico. ¿Era posible separarnos de este modo? Estábamos solos. ¿No podía el insigne miembro del Real Colegio de Cirujanos de Londres abdicar, sin desdoro, de su impasibilidad británica? ¿No podía yo, insignificante periodista hispano, dar salida sin afrenta a mis efusiones meridionales?
Hemos vuelto nuestras caras a un mismo tiempo y hemos desandado los mismos pasos rítmicos y sincrónicos –uno, dos, tres- que antes hemos andado. Y otra vez hemos vuelto a sacudir violentamente nuestras manos y hemos convenido en que era imposible el separarnos. Yo, que amo la tierra levantina, ¿podré dejar abandonado al insigne humorista, descendiente de aquel otro humorista, Tomás Dekker, que pintó en sus comedias, allá en el siglo XVI, los vagabundos, los maridos benévolos y las mujeres frívolas? No, yo no podía dejar abandonado a este hombre afable, sensual, irónico, cínico y sonriente. El doctor Dekker lleva una misión trascendental en su excursión a las provincias: el pensamiento de un nuevo libro ha apuntado ya en su cerebro. El doctor Dekker va a estudiar las ideas que los labriegos españoles se forman en sus sencillos cerebros sobre el Estado y sobre los políticos que en Madrid mangonean.
-Go ahead, doctor! –he exclamado yo, entusiasmado, cuando ha concluido de comunicarme la noticia.
-Go ahead, mister! –ha gritado él con voz más formidable que la mía.
Y esta es la causa de que, cuando el lector pase la vista por estas líneas, acaso estén ya, el doctor Dekker y el que suscribe, en la tierra clara y serena de las palmeras, los granados y los naranjos, discurriendo por la campiña como dos sabios peripatéticos, o sentados sobre el follaje, charlando mano a mano con los hombres ingenuos que cultivan la tierra…
en Tiempos y cosas, 1949
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