sábado, septiembre 20, 2008

“Marilyn, la flor exótica”, de Guillermo Cabrera Infante







Conocía a Marilyn Monroe mucho antes de ser Marilyn Monroe”, me dijo Sam Shaw. “Ocurrió en la filmación de Viva Zapata!”. Sam Shaw fue el fotógrafo que hizo famosa a Marilyn con una sola foto y, con ella, se hizo famoso él mismo. Sam fue un gran fotógrafo (y no sólo de estrellas), pero era mejor persona: uno de los hombres más buenos y generosos que he conocido –un verdadero Uncle Sam-. Ya Marilyn Monroe había hecho Los años peligrosos (muchos lo fueron para ella) y estaba por filmar La jungla de asfalto, donde algunos la notaron más a ella que a la principal Jean Hagen. “Todos dicen que fue hecha por los estudios. Marilyn se hizo a sí misma”, me dijo Sam. “La operación plástica en su nariz fue idea suya. Ella no fue Kim Novak, inventada por la Columbia y su mandamás Harry Cohn”.

Pero The Asphalt Jungle fue producida por la Metro. Como curiosa simetría esta película fue dirigida por John Huston, quien la dirigió en su última aparición, Vidas rebeldes, cuyo título en inglés, The Misfits (Los contrahechos, en traducción literal), se podía muy bien aplicar a ella tanto como a su protagonista Montgomery Clift. Marilyn, según dijo Billy Wilder que la conocía bien, “era una original”. Lo que ella creía que lo debía a sus maestros Lee Strassberg y señora, sólo lo debía a su afán de llegar a ser una actriz seria. (¡Por favor!). “Marilyn”, según decía Billy Wilder, “era una gran comedianta pero una pobre actriz dramática”.

Esa filmación de Viva Zapata! la reunió con Sam Shaw. Sam había ido a fotografiar no sólo a Marlon Brando sino también a Anthony Quinn, que era su amigo íntimo. “Ella”, decía Sam, “resultaba un poco, cómo decirlo, desmesurada”. Para ser como había sido hasta hace poco modelo de fotografías, sus tetas se salían de las blusas y su culo era enorme. Después, cuando le llegó la fama, lo exhibía, lo movía y lo mostraba orgullosa. Marilyn no era deforme, sino todo lo contrario: muy bien formada, pero ella creaba lo que se dice el canon de la rubia que era demasiado. Tenía razón Sam. Marilyn Monroe pronto tuvo imitadoras. La más famosa y bella y misteriosa (mientras Marilyn era toda ella evidente) fue, por supuesto, Kim Novak. Pero esa es, de veras, otra historia.

Además la forma de caminar de Marilyn, como si estuviera muy segura de sus piernas pero no supiera caminar con tacones, se hizo evidente en Niagara. Luego todas las actrices de Hollywood que vinieron después, rubias o no, intentarían caminar como ella. “Pero Marilyn”, decía Sam, “fue el artículo genuino”. El artículo femenino, añado yo. Su persona, en el sentido de máscara, era toda suya, hasta la voz entre susurrante y sugestiva. Además Marilyn tenía un agudo sentido del humor, demostrado aun en esa manifestación impresa de la fama, la entrevista –que ella decía odiar-. Un periodista le preguntó qué se ponía para dormir y ella susurró: “La radio”. En otra ocasión le preguntaron cómo se vestía para acostarse y ella dijo: “Solamente Chanel número 5”. Su franqueza llegaba hasta la intimidad de su profesión. Durante la filmación de Bus Stop le dijeron que la llamaba a su oficina un rijoso jerarca y al acudir a la cita ella comentó a sus íntimos, “no se vayan, que vuelvo en seguida. Él no dura más de cinco minutos”.

La publicidad de Niagara llegó a compararla con la famosa caída de agua: MM “era un espectáculo natural”. Sólo que Marilyn aparecía en vibrantes colores y añadía a su melena rubia un vestido tan apretado que hace falta un topólogo para describirla.

Es precisamente en La tentación vive arriba en que Marilyn se convierte en la Monroe, diciendo cosas como aquella explicación de por qué guarda sus panties en la nevera, “es por la calor”, dice ella feminista y Jacinto Benavente le explica: “Es que el calor es masculino”. Aquí hay otras revelaciones que muestran el carácter y la compasión de Marilyn. Al salir de ver, acompañada por el triple feo de Tom Ewell, El monstruo de la Laguna Negra, se compadece de la suerte del monstruo “tan solo como está sin ninguna compañía”. (Como mi nieto Jacobito a quien le exhibí un video de King Kong y al acabar suspiró: “¡El pobre mono!”). Entrando en calor en la calle Marilyn tiene un encuentro memorable con el aparato de ventilación del subway, que expira un aire tibio como la noche. La Monroe lo encuentra delicioso (nosotros también) y se baña en esta invertida ducha seca, que le alza la falda para revelar sus piernas perfectas y Ewell y el espectador comprueban que ha sacado sus pantaloncitos, por lo menos, del refrigerador. Esta revelación de sus partes por el aire que sopla un Eolo subterráneo, nos convierte a todos en mirones deleitados. También muestra que Marilyn siempre está sofocada –cuando no está fogosa-. Como en Luces de Candilejas que se deja llevar por el viento (bochornoso por partida doble) cantando A Tropical Heat Wave, una ola de calor tropical, y más aún: ella queda en la zona tórrida. En Cómo casarse con un millonario está más refrescada, pero todavía tiene sofocos y aunque todos la miramos, ella no nos ve. O no nos ve bien: es una cegata que, al negarse a usar gafas, comete todos los gafes –y de paso enamora a más de uno-. (Entre ellos el espectador convertido en mirón). No es la pícara puritana sino la inocente que nos hace a todos culpables de escoptofilia, enfermedad muchas veces mortal –como Diana cazadora-. Es la diosa a quien Norman Mailer llamó “el ángel dulce del sexo”. Pero ella es Diana convertida por sus flechazos en Cupido. La Monroe está en nuestra mitología pero es más que un mito: es un icono.

Sam Shaw fue el culpable de haber convertido a Marilyn Monroe en mito y a la vez propagador del mito en la iconografía del siglo XX. Fue Sam el creador de Marilyn como imago mundi (la imagen del mundo) o por lo menos propagó su doble. Una réplica de veinte metros de altura colgaba ese verano fogoso por encima de los paseantes en Times Square, y se veía todavía en el septiembre ardiente cuando trató de calmarse la canícula con el aire acondicionado que no todos –como se ve en La tentación vive arriba– tenían en su casa.

Hoy Marilyn Monroe está muerta y Sam Shaw también, pero siempre tendremos la imagen en que ambos coincidieron una tarde de verano en Manhattan. Lo que Marilyn ofreció fue una pose, pero Sam Shaw la hizo, con su modestia de siempre, imperecedera. Ustedes como los voyeurs de ayer podrán verla inmarcesible. Si se mira bien se podrá discernir, entre el dulce viento y la amarga victoria del olvido, que Marilyn parece una flor exótica. Lo era cuando estaba viva, lo es todavía en su imagen: en la imagen que reveló Sam Shaw.





Fotografía: Sam Shaw










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