jueves, junio 12, 2008

"La Nave de oro", de Émile Nelligan






Fue una gran Nave tallada en oro macizo:
Sus mástiles tocaban el azul, sobre los desconocidos mares;
La Cyprine del amor -cabellos dispersos, carnes desnudas-
Se extendía en su proa, bajo el excesivo sol.

Pero vino una noche a golpear la gran rompiente
En el Océano engañoso donde cantaba la Sirena,
Y el horrible naufragio inclinó su casco
A las profundidades del Abismo, como un inmutable ataúd.

Fue una Nave de Oro, cuyos diáfanos costados
Revelaban los tesoros que los profanos marineros
-Asco, Odio y Neurosis- entre ellos disputaron.

¿Qué persiste de él en la breve tempestad?
¿En qué devino mi corazón, navío abandonado?
Desgraciadamente, él se hundió en el abismo de los Sueños.







© Versión de Juan Carlos Villavicencio






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