martes, mayo 27, 2008

Conversación entre Juan Luis Martínez y Franklin Goycoolea





Todo esto debe ser considerado
como algo dicho por un personaje de novela.
R. Barthes

Jaime Goycolea: Te puede resultar un poco ridículo, pero tengo la impresión de que después de la publicación de tu libro, que no es tuyo, da un poco de miedo hablar contigo…
Juan Luis Martínez:

JG: Me refiero en particular al hecho de tu silencio, como si hablar fuera de pronto una cuestión excesiva pero nunca tampoco algo suficiente. Un gesto desesperado que inmoviliza por todos lados.
JLM: Eso, paradójicamente, es muy acertado. El problema es cuando también el silencio resulta algo fastidioso e insoportable, cuestión que ocurre, para mí, demasiado seguido en cualquier lugar. Por un lado hay una depreciación de la conversación, pero por otro, también una intolerancia al silencio. Ahora bien, eso es más que nada una cuestión que tiene que ver también con la imagen, con una cultura de la imagen.

JG: Puede que hoy exista una predominante básica para todo: mirar antes que nada. Pero me refiero al hecho del ruido que, poco a poco, vas cargando a medida que vas viviendo; una especie de momento en donde ese ruido, avanzando, lo silencia todo. O como dices: «la muerte del autor: su vida...».
JLM: Me pregunto de qué lado estará esta conversación (Risas)... Una vez me ocurrió ver una serie de fotos suyas en las que jugaba un papel central el ruido y la sobreexplotación de elementos que remitían a una laceración, a un desgaste. Sin embargo, había ahí un silencio por el cual la foto dejaba un espacio de respiro necesario. Una abertura.

JG: Definitivamente creo que muchas fotos, sino todas, tienen un silencio, un espacio en el que no signifiquen no más que su silencio.
JLM: Podría decirse lo mismo del espectador.

JG: ¿Cómo así?
JLM: El espectador, quiero decir, nosotros requerimos de un lugar cuya significación sea la insignificancia. Lugar imposible donde incluso el silencio ya no signifique. Silencio como lugar del decir que -y esto, te advierto, es una aporía- siempre y sobre todo está… desdiciéndose.

JG: Qué curioso entonces es todo esto, porque mientras más vaciamos la palabra, en un sentido cultural, más significamos la no-palabra. Creo que muchas fotografías captarían momentos de insignificancia, que, como tú dices, están condenados también a significar de algún modo... a, en último caso, ser «momentos».
JLM: Así es, como también hay ya fotografías absolutamente codificadas y mediatizadas. Pero el juego frente a una imagen, es a la vez infatigable. Por eso para mí el estar frente a una fotografía puede ser una constante abertura y cerrazón de posibilidades y de pérdidas. Lo cual, sin duda alguna, puede decirse de la escritura, del habla, del lenguaje.

JG: «Hablar me da miedo porque, sin decir nunca bastante, digo también siempre demasiado». Esta formulación, para mí, siempre estará cerca del suicidio, no en el lenguaje... ¿Qué piensas de aquella posibilidad? ¿Qué te ocurre hoy día con el asunto de la muerte?
JLM: Yo creo que la muerte es una ficción. Creo que la muerte, hasta que no se presenta, es un habla. Y habla.

JG: Te haré referencia a un suceso formidable, respecto de lo que tú dices. Una noche del toque de queda, conversando con un poeta joven al que le tomé unas fotografías, surgió el tema de la inmortalidad. Él me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Entonces, yo le propuse a este poeta que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo...
JLM (riendo): Pero sospecho que al final no se resolvieron.

JG: Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos. (Risas).
JLM: ¿Te das cuenta de cómo el problema es muy ficcional? Ese diálogo de Borges es, aparte de excelente, una apología a lo inmortal que existe en toda posibilidad de lenguaje. Al lenguaje la muerte lo tiene sin cuidado.

JG: ¿Conociste a Rodrigo Lira?
JLM: No personalmente, pero…

JG: Bueno, ahí la cuestión de la muerte, en su contexto, no es precisamente un habla o una ficción, pero en un par de fotografías de las que aún tengo memoria, él aparece mucho más muerto que ahora, y mucho más silencioso de lo que realmente era. Quiero decir que siempre hay momentos, o fotografías, que no serán otra cosa que una especie de asesinato...
JLM: Justamente. Ahora bien, una fotografía a Rodrigo Lira no puede acentuar nada respecto de él y de su muerte, siempre y cuando pensemos únicamente como lectores de algunos de sus textos, y no necesariamente como lectores de un hecho tan «nulo» como el suicidio.

JG: Sí, pero hay poemas en los que uno, inevitablemente, piensa en su condición de suicida. Y no es por entablar un diálogo entre el suicidio y la literatura o de comprender su literatura como una especie de «mensaje cifrado» de su suicidio, pero la lectura, hablando ampliamente de la palabra «lectura», y teniendo en cuenta tal «nulo» suceso, adquiere también otro cariz, otro espacio... espacio ciertamente un poco..., al menos para mí.
JLM: Es un espacio de lectura y también el peligro que la amenaza. En el caso de Lira, su literatura siempre ha sido asimilada post mortem gracias a la publicación del Proyecto de obras completas, por lo que su lectura desgraciadamente estaría consagrada siempre a esa «imagen borrosa» de la que nos habla Lihn, pero... «imagen borrosa» que yo también condiciono desde sus textos, desde su Testimonio de circunstancias. El lector, que no siempre sabe que leer incluye además la parte más desgraciada de un libro, una contratapa o una solapa, debe advertir también que la escritura es una cuestión totalmente separada de aquello. Se mueve, creo yo, en esa oscilación infranqueable. De todos modos, ahora lo recuerdo, advierto que no tengo un gran futuro por delante/ que de repente/ puedo mandarme a cambiar/ en forma voluntaria/ deste conjunto de fenómenos/ en que estoy como una mosca en una telaraña/ que quedó ahí después que a la araña/ le pegaron un escobazo o le echaron insecticida/ aunque los que realmente se suicidan/ guardan sus intenciones/ con un silencio casi religioso/ dicen que dicen… Ése es un texto que yo tampoco puedo separar de la necrología de su autor.

JG: Y yo tenía la idea de que tú no podías haber leído a Lira. No sé, era un murmullo constante que tenía antes de llegar aquí a conversar contigo. Al menos él se divertía mucho con todo lo que se dijo respecto de tus trabajos, en especial acerca de La poesía chilena, y lo manejaba a veces como ironía hacia los medios críticos y hacia ti también… Dicen que dicen.
JLM: La palabra de un hombre, sin embargo, es, en algunos escritores, la Voz del rumor... La voz no tiene origen. En Lira, todo esto está hablado en el marco del libro -el libro habla-, lo cual nos permite entenderlo a éste también como un conventilleo compaginado. Y mucho más, por cierto.

JG: Aunque la cuestión del libro haya sido sometida a una turbulencia generalizada, como creo tú lo hiciste en gran medida con la fotografía y con La Página Anterior y La Página Siguiente, a pesar de esto, seguimos en su cultura, en su civilización de «obras» y «novelas» y «libros de poesía». Seguimos, por otro lado, exponiendo, publicando, proliferando en revistas, fabricando catálogos de fotos que son también libros pertenecientes a un artista o a un conjunto de artistas, etcétera. Pero todo derivará hacia la compaginación, y más que esto, hacia la editorialización de los textos supuestamente anti-editoriales y fuera del marco del libro. Para mí, La nueva novela sigue siendo un libro... Un libro «contra» el libro, pero un libro al fin y al cabo.
JLM: Te puedo remitir a una frase de Levinas: «salvar al texto de su desgracia de libro». Pero a pesar de esta sentencia, un poco dudosa viniendo en todo caso de un autor, y acompañada por ella, siempre quedará la pregunta incontestable: ¿cómo suponer que el texto existe sino leyéndolo, aunque esa lectura sea la lectura de la no-lectura? ¿Cómo advertirlo, entonces, fuera de toda «obra», aunque apartemos de ella la mirada y la...?

JG: Por suerte hay algunas que todavía podemos advertirlas y leerlas y mirarlas, a pesar de que, claro, hay obras..., o hay fotos, hay fotos que no podemos ver... ¿No crees?
JLM: Realmente, eso me alivia mucho.

JG: Hay cosas que definitivamente no quiero saber…
JLM: Eso también (Risas).

JG: ¿Qué piensas del hecho de que «tu» libro está muy cercano a convertirse en una especie de fetiche teórico?
JLM: Hay cosas que definitivamente —tampoco— quiero saber…(Risas). Pero me parece... me parece que hizo su ingreso otra vez una necesidad un poco forzada de querer teorizarlo todo, cuestión de la que resulta una especie muy curiosa de sujetos a los que...

JG: ¿Sujetos «que dicen que no dicen nada»?
JLM: No. Sujetos que, como su nombre lo indica, están sujetos a parámetros más bien especializados del saber reconocidos en la cultura, pero que a la vez, en algún sentido, son también irreconocibles para todos. Aunque es un tema sin mucha importancia para mí, hay muchas cabezas demasiado bien hechas en el ámbito de lo que se denomina las «humanidades». Véase la Literatura.









en Revista Descontexto, Nº 4, diciembre, 2002.









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