En el secreto cuarto de la casa de juegos
chocan los restos de hermosos animales plásticos
y como una radiografía muestran sus flacos huesos sin sentido,
sacan lo mejor de ellos
con chiquitos pedazos de la baliza del carro de bomberos;
huyen de dinosaurios estériles
que muerden con mandíbulas polímeras que no tragan.
Los aviones y cohetes brotan entre serpentinas y eructos
de la piñata de un cumpleaños olvidado en el hedor del vinagre.
Bailarinas y princesas escapan de sus sombras recortadas
en el óxido de una caja musical que cesó.
¡Cuidado! ¡Alguien se acerca!
Suena un pirotécnico sonido de tambores rotos
y silbatos de policías corruptos;
lucen uniformes de viejos enfrentamientos
y disparan dardos que rebotan en los faroles de otro mundo.
Rechina una puerta en el secreto cuarto,
se levanta el polvo y se descubren las identidades
de superhéroes que traicionan con capas prestadas y desteñidas.
Con una mueca grotesca saludan los payasos
y se chorrean de saliva y maquillaje;
caminan grandes y sobreactuados
con un amarillento teclado en la sonrisa adolorida
y la resaca los confunde.
Una bruja rancia prepara insumos resecos entre las piernas
que se doblan cuando escupe algo de la belleza
que olvidó en la orfandad de su baile;
la nueva luna la perdona
al croar de un sapo ebrio que no pudo convertirse en príncipe
y una marioneta de palo se corta la nariz
pues quiere cambiar de nombre.
En el secreto cuarto de la casa de juegos
hay batallones que no aceptan las derrotas
y chocan contra la caja de zapatos.
Miran ambiciosos una bolsa con pepitas y ojos de gato,
pero en sus manos, solo serán piedras
que se arrojan entre la fogata y los miembros de algún cuerpo
que fue cómplice de los traidores.
Hay lerdas pelotas perdiendo el aire,
rebotando de muro a muro,
cambiando de colores y girando sobre sí mismas,
derribando palitroques que pudren su madera
con lágrimas de silicona.
¡Cuidado!
Ya vuelve la pirotecnia con cartuchos chingados.
El universo cae fatigado en el silencio de una fe alcalina
y en aquellos días el mundo era de verdad.
Crujió la caja musical
y con ella crujió la piñata botando viseras
y biliares acordes en la melodía de un carrusel poseído
por esqueletos que se fuman los miedos;
nos incitan a subir por las escalas rotas
del viejo carro de siempre, para adueñarse del juego.
Un trompo cucarro agujerea el piso del cuarto
y tropiezan zanquistas sobre los tacos de muñecas
que modelan sus desnudos de baquelita.
En el secreto cuarto de la casa de juegos
mueren los juguetes cuando el niño apaga la luz
y se sacude el polvo de los ojos quitándose el maquillaje,
con la templanza de lo que fue ayer un juego
y la ardiente esperanza de volver a ser,
nunca los mismos.
Colaboración a Dscntxt de Luis Gustavo Hernández
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