La salvación estética del ser, es decir, del dolor que realiza el arte, no puede valer según su propia naturaleza más que para los momentos de la elevación estética; mientras que nos encontramos poseídos de ella, el ser y el dolor siguen existiendo en el fondo de nuestra esencia, y el intelecto que se ha libertado momentáneamente de ellos, pero que no puede vivir así duraderamente, vuelve a caer en la servidumbre en que vive respecto de la voluntad. En el momento del goce artístico semejamos al esclavo que olvida sus cadenas o al luchador que está libre de la presencia de su enemigo poderoso, pero no por haberle aniquilado, sino por haber huido de él; dentro de un momento volverá a ser alcanzado. Lo insuficiente de la redención por el arte depende de lo mismo precisamente, merced a lo cual esta redención puede verificarse, de que no hace más que desviarse de la voluntad, de la cual necesitamos ser libertados, mientras que la redención verdadera, duradera, tiene que alcanzarla a ella misma. Y esto acontece en la esfera de la moralidad y de la ascética, a cuya contemplación pasaremos ahora, como las soluciones prácticas de la sombra problemática en que Schopenhauer había sumergido a la vida.
En Schopenhauer y Nietzsche, publicado el año 1907.
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