T
uve la oportunidad de conocer a Spencer-Brown; le hice una visita el año 1999. Vive en un caserío de Hornigsham, cerca de Sailsburry, un pueblito de cuento de hadas al suroeste de Londres, 2 horas en tren. Una larga caminata, una numeración esquiva y una buena media hora intentando hacer hablar a esa casa fantasma. El día estaba absolutamente brumoso y la humedad ambiental no hacía más que magnificar la idealización del hermoso paisaje de campiña inglesa que me embargaba. Sale un viejo barbón a pata pelada y vestiduras rancias, como de vagabundo, la chasca tipo Jimmy Hendrix, pero cana; sale el hombre hecho un energúmeno. “¿Proffessor?”, le pregunté por la retórica, pues no cabía duda… Me habría dado una pateadura, furioso porque llegué en la tarde en vez de la mañana. Le pedí mil disculpas para aplacar su ira. Además de haber perdido el tren tuve una confusión entre pueblos homónimos y distritos. Le expliqué que había sido un malentendido. Al verme afligido de verdad, aceptó mis disculpas, valoró mi buena índole y muy amablemente me invito a pasar, cambiando su humor con un golpe resuelto de capricho. Todas las ventanas estaban tapiadas. El vestíbulo, en permanente penumbra estaba atestado de cajas polvorientas llenas de libros. No habían muebles, pero sí muchísimas cajas. Al fondo una escalera y a la izquierda la puerta de una habitación a la que me hizo pasar, cerrándola con pestillo por dentro. El panorama ya era bastante siniestro, con una bombilla colgando del alambre, una mesa cuadrada de bridge destartalada, y dos cajas improvisadas para sentarnos a conversar. Sacó un par de puros y me preguntó por la razón de la visita. Le conté que estaba muy entusiasmado con la idea de traducir al español sus Laws of Form. Me preguntó un par de cosas sobre Chile, encendió su puro y se largó a chacharear distendidamente.Se nos fueron las horas conversando, y algún día, los temas que allí conversamos, espero transcribirlos, porque por sí mismos -podría sostenerlo- revisten un interés colosal... Hablamos de las vacas parlantes, de su amistad y sus borracheras con Russell, del círculo de Viena, de los planteamientos éticos de Wittgenstein, y prácticamente revisamos la historia completa de los grandes genios matemáticos de la humanidad, desde Pitágoras hasta Gödel, quien, dicho sea de paso, no comprendía, según Spencer-Brown, ni él mismo su propio teorema (de completitud y consistencia), que echaba por tierra todo el proyecto de la lógica contemporánea. Debo confesar que siempre he gozado como chino con las matemáticas y tuve un talento que si el daño orgánico no ha borrado aún, debo conservar dentro de la maraña de neuronas que me quedan orbitando; pero era tal el alarde de autoridad, decía, que me tenía completamente abrumado, y por cierto sub circunstatiae. Este desfile de genios y la desfachatez (justificada) de Spencer-Brown para hablar de ellos, más mi incomprensión circunstancial de la lengua inglesa, aguijonearon mi liviandad, con tal que empecé a preguntarle por un ranking tentativo de eminencias. Pitágoras aparte, me aseguró que el gran genio había sido Euclides, seguido probablemente de Euler. Ya con Gauss tenía sus propias dudas de si lo superaba a él mismo, y Bertrand Russell le concedía sin ambages su superioridad matemática. El supuesto fracaso de Gödel, permanece en mi fuero interno como el souvenir de un inefable misterio, que no sé si algún día tendrá su revelación…
1 comentario:
Hola.. .llegué a spencet de una ref que hace von foerster en un libro, encuentro fascinante tu encuentro cob él, cómo siguió la historia?
Publicar un comentario