Sentía contra mí la suave presión de las nalgas a través de una tela muy delgada y resbalosa cuyos pliegues ocasionales me interesaban. Con las rodillas mantenía un contacto estrecho. Las flexionaba un poco para que la verga contenida por el pantalón encontrase, mientras se agrandaba todavía, un lecho entre las nalgas contraídas por el miedo, un lecho vertical en el cual las sacudidas del tren bastaran para meneármela.
1929
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