lunes, junio 25, 2007

"El reloj de arena, símbolo de muerte en Durero", de Ernst Jünger




Vemos en él a un caballero en un angosto desfiladero; tras él camina el Diablo con aspecto demoniaco. A su lado, como si quisiera cortarle el paso, cabalga la Muerte en figura de dios del tiempo, con sus insignias de destrucción y de retorno: la serpiente y la ampolleta. La Muerte lleva el reloj de arena en la mano derecha y se lo presenta al Caballero.


Lo que en este grabado resulta notable es que el Caballero no parece prestar atención ni al Diablo ni a la Muerte. Absorto en sus pensamientos, cabalga por la hondonada con la visera alzada. No es fácil leer en sus rasgos si es el miedo o es la serenidad lo que lo mueve. Se trata aquí de un movimiento interior, de un profundo cobrar consciencia de la situación fatídica en uno de esos súbitos presagios de muerte que a veces nos asaltan en medio de la vida, cuando se acercan peligros o las preocupaciones nos oprimen.


Con eso concuerda el que veamos al Caballero como hundido en la tierra; de ésta brotan raíces de árboles a la altura de su cabeza. El Caballero cabalga como sobre el fondo de una sepultura; las herraduras del caballo rozan una calavera. Uno de los rasgos geniales -es decir, no intencionados- de este grabado es que sus líneas se despliegan hacia arriba en runas de vida y se pliegan hacia abajo en runas de muerte.


La visión de este grabado infunde confianza. Sentimos que, acá o allá, el Caballero está a la altura de la situación. Desde el angosto desfiladero se distingue allá arriba, muy lejos, el castillo, que parece, más que sede de un caballero, sede de un rey. Pero sin duda ese castillo significará la "Jerusalén celestial", la fortaleza situada más allá del tiempo y fuera de él. En ella hay seguridad en todos los casos, también, y precisamente, cuando se rompe la ampolleta. En ella se basa la imperturbabilidad del Caballero.


Pero es de suponer que, incluso vistas las cosas temporalmente, el Caballero saldrá airoso de aquel angosto desfiladero. A ello apunta el espíritu que reina en el grabado; y si alguien no lo siente, puede verlo en el hecho de que aún está medio llena, aún no se ha vaciado la ampolleta superior del reloj de arena. A todos nos viene bien el caer así, de cuando en cuando, en estrechuras y ser emplazados por los señores del mundo y del tiempo. Ahí son puestos a prueba los corazones.







en El libro del reloj de arena, 1979
Grabado: "El Caballero, la Muerte y el Diablo", Durero, 1513







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