No dejan de recordarnos nuestros líderes que vivimos en el mejor de los mundos posibles gracias a la capacidad de producción de unos pueblos libres que operan en un mercado libre. Con todo, hay un factor de perversidad en la lógica que acompaña a estas eufóricas declaraciones.
Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal norteamericana, declaraba recientemente que «Estados Unidos entra en el nuevo milenio con un sistema económico que ha producido la mayor prosperidad que ha visto el mundo». Sin embargo, los trabajadores norteamericanos laboran el mayor número de horas del mundo industrializado –2.000 al año–, casi 200 horas (el equivalente a cinco semanas) al año más que en España y 440 horas más que en Alemania (once semanas más). Trabajan más tiempo... pero reciben menos beneficios sociales. Las universidades públicas cuestan más de 3.500 dólares al año, 44 millones de personas carecen de cobertura médica y menos de un tercio de los norteamericanos dispone de algún tipo de pensión financiada por la empresa. Según Greenspan, la economía va estupendamente; son sólo las personas las que no van bien.
En un estilo parecido, el primer ministro inglés, Tony Blair, declara que la tercera vía representa el camino hacia una mayor prosperidad, al tiempo que propone elevar la edad de jubilación a los 70 años a fin de asegurarse de que el grueso de la clase obrera empleada en actividades de riesgo pague por unas pensiones que quizá nunca llegue a percibir. Mientras este charlatán portavoz de un nuevo laborismo recibe entusiastas vítores de los financieros de la City londinense, se disparan los beneficios de éstos y las mujeres de más edad se convierten en el grupo de más rápido crecimiento entre los pobres de las ciudades. La tercera vía parece que se refiere a las tres vías para enriquecer a los ya ricos: pagar salarios bajos, cobrar rentas altas y reducir las pensiones. En el área de los derechos humanos, el sangriento ex dictador chileno Pinochet es descrito por Margaret Thatcher como un “héroe del pueblo latinoamericano” que es objeto de una persecución política porque se le acusa de asesinatos y torturas en masa. Las más preclaras mentes de la abogacía británica, graduadas en Oxford y Cambridge, sostienen que, bajo Pinochet, la tortura en Chile “no obedecía a motivos políticos”. He aquí la razón por la que sólo se aplicaban tratamientos eléctricos de choque a los sindicalistas y no a los banqueros; por la que se ejecutaba sumariamente a los campesinos y no a los terratenientes. Por supuesto, cabe en lo posible que aquéllos de nosotros que no tenemos ni la más remota idea de las sutilezas de la legislación de Su Majestad confundamos lo que los abogados describen como “brutalidad policial” con los asesinatos masivos dirigidos desde el Estado, especialmente bajo una dictadura totalitaria.
Además, casi ninguno de nosotros tiene ni la erudición ni los conocimientos que nos permitirían entender cómo es posible que un dictador, cuya policía secreta controlaba hasta el mínimo detalle de la actividad civil y del Estado, no supiera lo que pasaba. Es más, sólo un picapleitos británico puede explicar con absoluta solemnidad que la aplicación de electrodos en los genitales constituye, de acuerdo con las leyes británicas, “maltrato político” y no “tortura”. Una pena para Mussolini que no sobreviviera a las iras de los partisanos y que se le sometiera a juicio en Inglaterra, pero, en fin, vivimos en un mundo posmoderno en el que las cosas no son como parecen.
Nos encontramos luego con que el gobierno checo de Vaclav Havel aprueba la construcción de muros alrededor de las comunidades romaníes (gitanos) y envía a los niños romaníes a escuelas para retrasados mentales. Con toda coherencia, el ministro checo de Asuntos Exteriores, Jan Kovan, solicitó de la Unión Europea que financiara unos proyectos de educación especial, no para reeducar a los checos racistas, sino para integrar a los romaníes en la sociedad checa. Estamos seguros de que el presidente Havel, en tiempos un héroe del humanismo occidental y crítico del Muro de Berlín, está en condiciones de ilustrarnos con una grandilocuente explicación acerca de esta perversa lógica política.
Y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que predica la austeridad a los países pobres del mundo y luego suelta alegremente 4.500 millones de dólares para consolidar la cleptocracia en Rusia. Al parecer, los yacimientos rusos de petróleo y gas ayudan a explicar la lógica perversa del FMI. Nos encontramos después con el caso de Indonesia y Timor Oriental. Según The Observer de Londres, consejeros militares norteamericanos entrenaron hasta 1999 a fuerzas paramilitares indonesias, las mismas fuerzas que han atacado salvajemente Timor Oriental.
Eso no le impide al presidente Bill Clinton proclamar solemnemente su “preocupación por el pueblo timorense” y defender la ausencia del ejército norteamericano como consecuencia de un excesivo número de compromisos en misiones humanitarias. “No podemos ser la policía del mundo”, declara Clinton con beatería. Y muy especialmente, podría añadirse, cuando a Washington se le invita a atacar a unos leales clientes terroristas que podrían resultar útiles en el futuro si los timorenses del Este se inclinan por emprender una vía de evolución independiente. Nos encontramos luego con el tema de la entrada de Turquía en la Comisión Económica Europea. Bajo la mirada complaciente de Europa, Turquía se prepara para la entrada mediante la invasión del norte de Irak y el envío de miles de soldados y helicópteros para machacar a los kurdos que han declarado unilateralmente un alto el fuego.
Éstas son las satisfacciones de vivir en la absoluta normalidad de los tiempos posmodernos. Cuando la tortura ya no es tortura, cuando las economías florecen y las personas nacen para trabajar y morir, cuando se considera normal el entrenar a asesinos paramilitares y el adoptar posturas humanitarias, cuando se envía a los hijos de las minorías perseguidas a escuelas para retrasados mentales, allí donde la tortura sistemática se reduce a simple «maltrato», en realidad vivimos en la lógica perversa de un sistema social perverso.
La lógica perversa que enseñorea el mundo occidental sólo puede entenderse en razón del cada vez mayor abismo entre la ideología democrática que legitima a Occidente y sus gobernantes y sus prácticas profundamente autoritarias e imperialistas. Y cuanto mayor es la distancia entre ideología y realidad, más perversa es la lógica con la que pretende salvarse esa diferencia.
Publicado en El Mundo, el 11 de noviembre de 1999.
3 comentarios:
Existe la ideologia democrática autentica???? Existió alguna vez???
Dice Osvaldo Bayer:
"Mientras haya niños con hambre,
mientras haya desocupados,
no habrá democracia.
No alcanza con votar cada dos años"
SALUD Y R. S.
anais i.
no existe, esto es un totalitarismo democratico.
"Finalmente hemos llegado al "mundo roto del que nos hablo Garcia Marquez, y mientras la realidad se desmorona a pedazos, el hombre desfallece psiquica y espiritualmente escindido".
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