miércoles, agosto 21, 2013

“Perros callejeros”, de Elmore Leonard






11 de octubre de 1925 – 20 de agosto de 2013






Treinta

Rescataron los cadáveres de Cundo y de Tico y los trasladaron a distintas salas de la funeraria LoCicero e Hijos, en Santa Monica. Jimmy Ríos declaró como testigo ocular en el juicio por el asesinato de Cundo: Dawn Navarro lo mató una noche, de un disparo, mientras Jack Foley estaba en casa de una amiga en Beverly Hills, una actriz famosa, que confirmó que era cierto, que Jack Foley la estaba ayudando a aceptar la muerte de su marido.

—Si Jack hubiese estado allí —dijo Jimmy a la policía—, Cundo, que era como un padre para mí, seguiría vivo.

Concluyeron que Tico Sandoval perdió la vida al caer de la azotea, mientras tomaba las medidas para la fiesta de bienvenida de Cundo.

Dawn Navarro, que había escondido los cadáveres en el congelador, era la principal sospechosa de la muerte de Cundo Rey. La pistola que se usó para matarlo se encontró en el canal, delante de su casa.

Sierra Sandoval acudió a llorar a su hijo. Lo vio en el féretro, con su pañuelo violeta al cuello, a modo de corbata. Se quedó una hora en la funeraria, viendo desfilar a los chicos de la hermandad por delante del ataúd y pensando cuál de ellos había estado jugando con su hijo en la azotea.

Mike Nesi apareció con el brazo izquierdo escayolado y el derecho en cabestrillo, sujeto al cuerpo, con la mano asomando entre los botones de la camisa.

—Me debes novecientos por el hospital, y el mequetrefe cubano me debía doscientos —le dijo a Foley.

Foley y Zorro lo sacaron de la funeraria.

En Los Angeles Times apareció una foto de Foley con Jimmy Ríos, para ilustrar el artículo sobre los cadáveres hallados en el congelador. Foley se preguntó si Karen Siseo habría visto la foto y tal vez pensara llamarlo. Dependía exclusivamente de ella: él no estaba dispuesto a dar ningún paso en esa dirección.

Cuando Lou Adams y Ron Deneweth pasaron por la funeraria, Lou se quedó mirando a Cundo, como si esperara que fuese a abrir los ojos, a despegar los labios para decirle que Foley estaba implicado en su muerte. Lou lo tiraría al suelo allí mismo, lo esposaría y tendría el final de su libro. Esperó un rato, pero Cundo se negó incluso a parpadear.

Por fin se acercó a Foley y le dijo:

—Vuelvo a Miami y te dejo en paz. Sé que volverás a robar un banco, porque está en tu naturaleza. Adelante. Me importa un carajo lo que hagas.
—¿Ya tienes el final de tu libro?
—Todavía no. No puedo esperarte. Tendré que pensar algo.
—¿Qué te parece esto? —propuso Foley—: Me has sometido a una presión tan insoportable que he dejado de robar bancos para siempre.

Lou bizqueó mientras Foley añadía:

—Nunca dudes del poder de la oración. Le pedí a Dios que me alejara de los bancos. Le pedí que me ayudara a ganarme la vida con un trabajo honrado, y al día siguiente Jimmy me ofreció una de sus casas. Puedo elegir entre la blanca, que está llena de fotos de Dawn y tiene un retrato suyo desnuda, o la rosa.
—¿Te ha regalado una casa que cuesta un millón de dólares?
—Se siente en deuda conmigo, por protegerlo. Me dijo: «Jack, te adoro, tío. Me has salvado de esa bruja que quería quedarse con mis casas y matarme. ¿Cuál de las dos quieres?». Me he quedado con la rosa, que vale cuatro millones y medio. No tenía elección. Es mi favorita.
—¿Dices que la presión a la que te he sometido te ha alejado de una vida delictiva? —dijo Lou—. No es un mal final.

Cada media hora Jimmy volvía a poner el disco «Alto como la luna», el favorito de Cundo Rey, una melodía lenta y cálida.

Algunas mujeres se arrodillaban junto al féretro de Cundo y se quedaban un rato mirándolo. Se santiguaban, se besaban las puntas de los dedos, en algunos casos, y rozaban con ellos los labios del difunto, completamente sellados. Pasaron muchas más mujeres de las que Foley se imaginaba que Cundo hubiese llegado a conocer. Y entre todas ellas, Foley buscaba a una chica con el pelo teñido y gafas negras.



en Perros callejeros, 2011



















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