Un poema
Es un deseo súbito callar, de no oír,
de dejar que se acabe la tarde del domingo,
de pensar en la inmensa soledad de las tardes
de domingo en la huerta, de pensar en la inmensa
soledad de las tardes de domingo en el pueblo,
de pensar en la inmensa soledad de las tardes
del cementerio, hija, con el piar del pájaro
que se ha quedado solo, que no sabe a dónde ir,
que ha perdido a los suyos, que va loco buscando,
dando bandazos, hija, sin encontrar su sitio,
los suyos: todo eso que ocurre cada tarde
cuando cae la tarde, cuando llega la noche,
esa noche que nunca termina de llegar,
que está ahí, como una amenaza, y no llega,
y va a llegar, y está al caer, y no llega…
Pienso cómo serán las tardes de domingo
del cementerio, luego de los ramos, el agua
renovada, los tiestos de colores, los vidrios
festoneando fosas anónimas, humildes:
luego de la visita de todos los domingos,
cuando se han ido todos, cuando todos los muertos
se han quedado , en silencio, cada uno en su sitio,
tristes de soledad, calladamente amaros,
cada uno en su sitio, en su nicho, en su fosa,
con sus recuerdos, con su tristeza, sus cosas,
con todas esas cosas que palpitaban por
la mañana con todos los parientes, los hijos,
los padres, los hermanos, las esposas, los tíos,
llorando allí, rezando allí, yendo a la fuente
con un bote y trayendo agua, poniendo ramos,
quedándose callados, llevándose un pañuelo
a los ojos, y el aire todo lleno de pájaros,
todo lleno de almas, todo lleno de niños,
de alegres niños muertos, que chillan, vuelan, giran…
Y después esta tarde tan larga del domingo,
cada muerto en su sitio, quieto, callado, sin
ganas de decir nada, sin ganas de escuchar
nada, sin nada, nada, que mirar, que escuchar
allí, en el cementerio, donde termina el pueblo,
donde empieza el secano, con esos torpes pájaros
que siempre se extravían cuando cae la tarde
y van como asustados en busca de los suyos,
como asustados, como con miedo de encontrarse
allí, en el cementerio, cuando caiga la noche,
mientras cae la tarde con tanta soledad,
con humedad tristísima de sábana mojada.
Cada muerto en su sitio, cada muerto llorando
de eso, de estar allí y así, de no poder
estar con los demás, o de los demás
no estén allí con ellos, de no estar todos juntos
para toda la muerte, como antes estuvieron
para toda la vida, de no estar todos juntos
cuando llega la noche con tanta soledad.
1988
Contribución a DscnTxt de María Jesús Blanco Casals

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