Mi papá era un hincha inusual. Parecía más contento cuando perdía la U que cuando ganaba Colo-Colo. Recuerdo haber celebrado juntos, gritando por la ventana de living los goles de River Plate contra el equipo azul, en la semifinal de la Libertadores de 1996. Los vecinos nos gritaban «¡argentinos culiaos!». Pero nunca lo vi tan descompensado como el día que los Chunchos ganaron el torneo nacional después de veinticinco años. Veníamos de no sé dónde, mi mamá de copiloto, mis hermanas pequeñas y yo atrás. El hombre escuchaba la radio tranquilo hasta que le cobraron un penal a la U, a diez minutos del final. Patricio Mardones la echó adentro. Lo que restaba de partido fueron chuchadas hasta que terminó el encuentro. Apagó la radio, antes de que sonara el «Ser un romántico viajero».
Siguió el camino a casa en silencio durante varios minutos. El Fiat 147 blanco parecía un funeral. De pronto, volvió al planeta. Comenzó a tapar a puteadas a los autos que tocaban la bocina, a los adherentes de Universidad de Chile que agitaban sus banderas en las esquinas. Yo tenía 11 años, no me daba mie do. Mi papá era mi héroe y le encontraba la razón. Bajé la ven tana y emulé su actitud, hasta que mi mamá se dio vuelta y me retó. El tema era con la U. Si campeonaba Católica o cualquier otro equipo le daba lo mismo.
Le alteraba que hablaran más de la selección chilena que de Colo-Colo. Odiaba a Marcelo Salas, a pesar de su incuestionable talento. «No le llega ni a los talones a Zamorano», decía cada vez que se le presentaba una oportunidad. «La selección 23 siempre ha sido Colo-Colo más un par de jugadores de otros equipos», aseguraba. Prefería los planteamientos defensivos, esos que ganaban de contragolpe a la italiana. Los fines de semana abría los ojos temprano para ver el Calcio en la rai. A pesar de ser del Inter de Milán, gozaba con cualquier partido, le daba estabilidad emocional.
Le gustaba mucho Arbiza, Garrido, Barticciotto, Emerson Pereira y Jaime Pizarro. Me contaba con nostalgia sobre la cali dad de Caszely y Chamaco Valdés… «Si jugaran hoy serían cracks en los principales cuadros europeos». Admitía la calidad de Leonel Sánchez y Alberto Fouillioux, que según él inventó el chanfle. Nunca le perdonó al Cóndor Rojas la cagada en el Maracaná. También consideraba a Parraguez y a Mario Leppe. No soportaba a los jugadores «pichuleros».
Cuando veíamos los partidos por televisión ponía el volumen muy fuerte y me dejaba solo. Se dedicaba a hacer cosas, a limpiar, ordenar ropa o maestrear. Al escuchar el grito de gol, corría a la pieza, miraba la repetición y decía «Vamos». Era in capaz de observar cómo se resbalaba un defensa y nos metían una pepa. Sufría por el equipo, como lo hacía con todo lo cercano a él. Sus reacciones en torno al dolor eran al estilo de Santino Corleone: Colo-Colo era parte de su familia.
Las veces que me llevaba al Monumental cambiaba radical mente de switch. Algo lo tranquilizaba al ir a la sede de Cienfuegos, comprar dos entradas, las que me mostraba con una sonrisa orgullosa. Yo contaba los días, mañana a mañana antes de ir al colegio, abría esa olla inmensa de loza blanca con motivos celestes para tallarinatas que usaba para guardar papeles, cuentas, boletas, recordatorios. Leía Colo-Colo versus Católica; Colo-Colo versus Nacional; Colo-Colo versus Estudiantes de la Plata. Acariciaba esos cartones.
Los días de partido copero faltaba al colegio. Me iba con él a su compraventa de autos ubicada en Exequiel Fernández y Camino Agrícola. Desde temprano, me entretenía rellenando talonarios de venta o molestando a los mecánicos preguntando por qué fallaba el motor. Me quedaba con ellos hasta que el tarro partía. A la hora de almuerzo, salíamos a comprar repuestos a 10 de Julio, y después comíamos un churrasco. La tarde pasaba lenta, hasta que mi papá decía «Yapos, hijo, vamos».
Me sorprendía que le cambiara tanto el carácter. Agarrábamos el auto más fácil de sacar del negocio y menos panero. Bajábamos al Monumental. Recuerdo un partido: Colo-Colo versus Estudiantes, a quienes vencimos 4-2 de ida, primer triunfo de un equipo chileno en tierras argentinas. Había con fianza. Mientras caminábamos, como siempre, aparecían los macheteros. Mi papá abría la chauchera, pasaba unas gambas y decía «Disfruten las chelitas, cabros».
Un desconocido Martín Palermo marca el primer gol para el Pincharrata, a poco de iniciado el partido. En la segunda parte, Basay empata. El mismo 9 hace un golazo de globito y sentencia el 2-1 para el Cacique. Mi viejo ya no estaba eufórico. Su tranquilidad me asombraba. Salimos de la mano entre la multitud. Mi papá siempre lo hacía así, yo era su tesoro. De regreso a casa, escuchábamos la radio Cooperativa. Llegábamos al departamento de la Villa Frei, besaba a mis hermanas y a mi mamá, prendía la estufa a parafina afuera del departamento, y cuando amainaba el olor del combustible, la entraba, ponía la tetera encima, y cuando hervía tomábamos once.
Mi papá era moderno para su época. Tomaba en brazos a mis hermanas, las bañaba y metía a la cama. A pesar de la realidad constatada día a día, a nadie se le pasa por la cabeza que a un ser querido lo afecte una enfermedad mortal. «El Tavi» —por Octavio—, mi padre, luchó cuatro años contra 25 una fibrosis pulmonar. Cuando lo iba a ver al hogar de ancianos me preguntaba por Colo-Colo. Tenía todos los canales, pero era incapaz de ver un partido. Yo le decía: «Vamos prime ros, la U en la mitad de la tabla». Sentado frente a él, hablando fuerte para que el sonido del saturador de oxígeno no me cortara la voz, sacaba la ficción del bolsillo y relataba: «El domingo jugamos contra Unión Española. Íbamos 0-0, Colo-Colo defendiendo, de milagro uno de los muertos de la línea de cuatro rechaza un pelotazo y se la echan a correr a Paredes. Puta viejo, el Tanque a puro cuerpo y codazos se las arregló para entrar al área. Puntete abajo y ganamos». «¿En serio hijo?». «A lo campeón, papi, como siempre». Nunca olvidaré su sonrisa. Cuando voy al cementerio a dejarle flores, guardo unas poquitas para el mausoleo de los Viejos Cracks de Colo-Colo.
Publicado por el Fondo de Cultura Económica, 2025
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