miércoles, septiembre 04, 2024

«Allende y Argentina (1970–1973)», de Mario Valdés Urrutia





Introducción

Las sociedades de Argentina y Chile han coexistido tanto por su vecindad geográfica como por su realidad histórica. Desde una perspectiva política ambos países han tenido momentos de mayor o menor cercanía, lo que ha ido matizando las relaciones entre sus respectivos gobiernos y sociedades a través de dos siglos de existencia.

Examinar los aspectos principales de estas relaciones es pertinente no solo desde un ángulo académico, sino también desde la perspectiva de contribuir a crear acercamientos que tributen a la comprensión de la historia de estas sociedades.

Durante el periodo en el que Allende realizó su campaña presidencial y ejerció la presidencia de la República de Chile hasta su derrocamiento, coexistió con las dictaduras institucionales que gobernaron Argentina hasta mayo de 1973, tras lo cual sobrevino el gobierno democrático peronista. En una mirada global, entenderemos por dictaduras institucionales argentinas a los gobiernos militares de facto que, inspirados en la doctrina de seguridad nacional, reprimieron duramente a las fuerzas políticas que se les opusieron, y, que pretendieron corregir los «vicios de la democracia» generados por el populismo y/o por la amenaza potencial de la izquierda revolucionaria argentina (Ansaldi, 2004: 2).

El 28 de junio de 1966 las fuerzas armadas argentinas dieron un golpe de Estado que defenestró al presidente Arturo Illia e instauró la dictadura en Argentina. Era la inauguración de la llamada «Revolución Argentina». Las FF. AA. actuaron como institución, tomando el poder público y las autoridades por ellas designadas ejercieron el poder con el pretexto de construir un nuevo orden, alejado de influencias peronistas y marxistas. Una junta revolucionaria designó a Juan Carlos Onganía como presidente. El Congreso fue disuelto, los partidos políticos prohibidos y la Corte Suprema removida. Fueron eliminadas trabas a la acumulación del capital junto con la disminución del gasto público, el término del derecho a huelga y la intervención de las universidades. Se gobernó por medio de decretos. Entre las protestas sociales, laborales y estudiantiles, la de mayor relieve fue el «Cordobazo» de 1969, las que, sumadas al accionar de la guerrilla de Montoneros en 1970, contribuyeron a erosionar el poder de Onganía, quien debió enfrentar serias divergencias al interior del Ejército. Altos oficiales de las Fuerzas Armadas propusieron la destitución de Onganía, lo cual ocurrió el 8 de junio, cuando el dictador renunció en la sede del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, todo un símbolo con respecto a dónde radicaba el poder político militar (Ansaldi y Giordano, 2012).

La Junta de comandantes en Jefe entonces designó a cargo del poder público al general Roberto Levingston, quien prosiguió la dictadura. Sugobierno duró un año en el poder y si bien se acentuaron los elementos nacionales del capitalismo existente, esta gestión política sufrió un segundo «Cordobazo» aunque de menor envergadura. A la protesta política civil se sumaron fuerzas de izquierda maoísta y una guerrilla activa, además de los partidos políticos exigiendo elecciones. Obligado Levingston a renunciar en marzo de 1971 por la Junta de comandantes en jefe, fue reemplazado por el general Alejandro Lanusse hasta mayo de 1973 (Ansaldi y Giordano, 2012).

Durante el gobierno de facto de Lanusse la violencia política llegó a un punto de inquietar al establishment, la dictadura finalmente produjo una salida democrática a la situación existente, poniendo fin a la proscripción del peronismo. Así, mediante el camino electoral, el triunfo de Héctor J. Cámpora le permitió asumir el gobierno apoyado por el Frente Justicialista de Liberación, cuya consigna fue muy decidora de lo que vendría después: «Cámpora al gobierno, Perón al poder» (Ansaldi y Giordano, 2012:420; Ansaldi, 2014). Cámpora gobernó desde fines de mayo hasta su renuncia en julio de 1973. Sobrevino entonces el interinato de Raúl Lastiri (julio – octubre 1973). El abrupto término del gobierno de Allende – y su muerte – le impidió presenciar el triunfo de Juan Domingo Perón en la elección presidencial argentina, 12 días después del once de septiembre de 1973, y su posterior ascensión al poder en el mes de octubre (Panella, 2001; Molina y Sagredo, 2013).

De manera que Allende, siendo presidente de Chile, tuvo que llevar a cabo relaciones políticas con gobiernos militares y civiles argentinos premunidos con muy diversas influencias ideológicas.

El dispar desarrollo de los países americanos, la presencia de distintas ideologías en el continente pugnando por mejorar lo existente, el soplar de los vientos de la Guerra Fría, la influencia de la revolución cubana, los afanes hegemónicos de EE.UU. en el territorio de América Latina, ayudan a visualizar la existencia de distintas inquietudes políticas en la población de nuestras latitudes, las cuales se expresaron por medios institucionales pero también acudiendo a diversas manifestaciones de violencia. De esta forma, pasado el medio siglo XX, en América del Sur se registraron intentos revolucionarios inspirados en el marxismo, insurrecciones populares, gobiernos de facto de cuño militar oligárquico o progresista, según cada caso o país donde surgieron, además de protestas en contra de medidas económico-políticas liberales, en aquellas latitudes donde el esquema del capitalismo ostentaba una presencia importante.

La llegada democrática de Allende al poder público en Chile con un proyecto de transformación para sentar las bases de una sociedad socialista, respetando las leyes y el pluralismo político, ciertamente concitó la atención mundial, lo cual, por otra parte, no significó el término de las voluntades y sectores sociales que exigían cambios radicales tanto en las formas de convivencia política como en los ordenamientos económicos con énfasis en los colectivos sociales antes que en el individuo.

Si bien Allende contó con importante apoyo popular en el país, también tuvo una relevante oposición política antes y después de llegar al gobierno. Lo propio ocurría en el escenario internacional, donde destacaba la postura política hostil hacia el gobierno de Allende desde la administración republicana de Richard Nixon en EE. UU., potencia mundial que ostentaba una historia importante de influencia económica e intervención política en América Latina, refractaria además al comunismo internacional. Pero los EE. UU. no eran el único actor, hubo otros protagonistas de la Guerra Fría sudamericana como Brasil, con una dictadura militar anticomunista desde 1964 y partidario de entenderse con los EE. UU. en sus afanes de contención del avance de la Izquierda en el Cono Sur. Entonces, no fue bien mirado por estos actores el gobierno de Allende, antes bien fue considerado una amenaza política; un país situado al otro lado de la cortina de hierro (Harmer, 2011).

Considerando lo anterior y por sus propias convicciones socialistas, americanistas y desarrollistas, entre otras razones de orden práctico, Allende debió dedicar atención a las relaciones con los países cercanos de Sudamérica (Harmer, 2011). Las presentes líneas apuntan a examinar aspectos centrales del accionar político de Allende con el mayor vecino de Chile: Argentina.

Desde una perspectiva de historia política lo que pretendemos probar con este trabajo es que Allende desde los inicios de su gobierno tuvo una actitud de consideración y cercanía hacia los distintos gobiernos militares de Argentina con los cuales le tocó tratar, no obstante, sus diferencias ideológicas. Tras el arribo de Héctor Cámpora al gobierno, Allende solamente alcanzó a exteriorizar su simpatía por el nuevo gobierno peronista y su preocupación por incrementar las relaciones entre los dos países. El golpe de Estado del 11 de septiembre aconteció en Chile cuando en Argentina el gobierno interino de Lastiri esperaba la nueva elección presidencial que llevaría a Perón nuevamente a la Casa Rosada.

Además de la consideración de alguna historiografía acerca del tema en discusión, consultamos diversos discursos políticos y declaraciones a la prensa de figuras públicas de la época, revistas de opinión y documentales fílmicos disponibles en Internet.



La mirada del águila hacia el Sur…

Tras obtener Allende la primera mayoría relativa en la elección presidencial del 5 de septiembre de 1970, era atendible que él y sus partidarios se sintieran ganadores, sin perjuicio de que el proceso electoral finalizaría en octubre con la elección final del presidente por el Congreso Pleno al no obtener ningún candidato la mayoría absoluta.

Al gobierno de Richard Nixon no gustó el resultado de la elección chilena. Por vez primera un candidato marxista podría alcanzar la presidencia de un país por la vía electoral, cuestión que no estaba dispuesto a respetar, pero sí a destruir.

Diez días después de la elección Richard Helms, el director de la CIA, se reunió en Washington en el Hotel Madison con un influyente hombre de negocios chileno: Agustín Edwards, propietario de El Mercurio. Donald Kendall, presidente la Pepsiy amigo del presidente Nixon acompañó esa tarde del 14 de septiembre a Edwards al encuentro con Helms. En la ocasión, estos últimos discutieron la posibilidad de atajar a Allende en su camino aLa Moneda mediante acciones que implicaban un golpe de Estado en Chile con apoyo de los EE. UU. Edwards habría entregado además nombres de personas de los ámbitos civil y militar que podrían ser contactados en una conspiración tendiente a evitar la llegada de Allende a la presidencia (Silva et al., 2013; GAP – Chile, 2018).

Al día siguiente –el 15 de septiembre– el mismo Helms se entrevistó en el cuartel general de la CIA en Langley, Virginia, con el teniente general Alejandro Agustín Lanusse, comandante en jefe del Ejército Argentino y jefe de la Junta Militar cuando gobernaba el general Marcelo Levingston en Argentina. Helms convocó a Lanusse a través de Tom Polgar, jefe de base de la CIA en Buenos Aires. Polgar y Lanusse vieron llegar a un nervioso Helms, quien acababa de recibir de Nixon un plazo perentorio de 49 días para detener a Allende. Tim Weiner en su libro Legado de cenizas - La historia de la CIA, relata el encuentro:

La tarde del 15 de setiembre, Polgar y Lanusse estaban sentados en la suite del director del cuartel general de la CIA, aguardando que Helms regresara de una reunión con Nixon y Kissinger. Helms estaba muy nervioso cuando volvió (...) Nixon le había ordenado que organizara un golpe de Estado (...) Helms tenía cuarenta y ocho horas para presentar un plan de ataque a Kissinger y cuarenta y nueve días para detener a Allende. (...) Helms se dirigió al general Lanusse y le preguntó qué querría su junta por ayudar a derrocar a Allende. El general argentino miró fijamente al jefe de la inteligencia estadounidense. –Señor Helms –le dijo– usted ya tiene su Vietnam; no me haga a mí tener el mío (Weiner, 2007:308-309, citado en Clarín, 08/02/2009)

Lanusse proseguiría siendo una figura importante en la política argentina. La gobernaría de facto poco después y, participaría del planeamiento del regreso de la democracia a su país, peronismo incluido. Se reuniría dos veces con Allende durante su gobierno. Pero nunca revelaría el contenido de la entrevista con Helms cuando se negó a las pretensiones estadounidenses de intervenir en Chile con ayuda argentina para atajar a Allende (Clarín, 08/02/2009).

Es necesario señalar que Allende, en una reunión con el embajador argentino en Santiago el 16 de septiembre, consideró «falsas» las informaciones sobre eventuales conversaciones de Lanusse en Washington con respecto a Chile; según informó Gallac a su gobierno (Yofre, 2000).

En esta coyuntura, finalmente la CIA ayudó a grupos radicales nacionalistas liderados por el general (r) Roberto Viaux en un estrafalario proyecto de secuestrar al comandante en jefe de Ejército chileno –René Schneider– para precipitar una crisis o un golpe de Estado que redundara en un nuevo llamado a elección presidencial. Todo esto sucedió en octubre, antes de la reunión del Congreso Pleno. Pero toda la operación falló: Schneider resultó asesinado y gran parte de sus victimarios terminaron en la cárcel. Por esos días, el diario comunista El Siglo, indicaba que pistoleros «amaestrados» por los gorilas que comandaba Lanusse habrían actuado en el atentado a Schneider. Pero Allende no tenía intenciones de asumir una actitud beligerante frente al gobierno argentino, condenando esas afirmaciones como «falsas e irresponsables». Allende asumió la presidencia de la república tras esos dramáticos (y violentos) días (Silva, 2013; San Francisco, 2020).

Ya no era solo la mirada del águila, sino que también sus garras se posaban en Chile.



El arribo de Allende al palacio de La Moneda: algunas miradas argentinas

Allende pensaba que era posible colocar las bases de una sociedad socialista y hacer la revolución transitando por un camino de democracia, pluralismo y libertad. Este pensamiento no le impidió simpatizar con la revolución cubana ni participar de encuentros internacionales tendientes a coordinar esfuerzos para llevar a cabo las propuestas de transformación política tendientes al socialismo, incluyendo la vía de la violencia según fueran las circunstancias de cada país, especialmente en aquellos donde no existían garantías de participación democráticas, sindicatos ni partidos políticos. (Ferrero, 2008; Littin, 1971). Todos estos planteamientos los enunció Allende antes de la elección presidencial de 1970. De manera que hubo una sintonía congruente de su pensamiento con el contenido en su programa de gobierno sustentado por la Unidad Popular en cuanto a impulsar medidas políticas tendientes a echar las bases del socialismo en Chile, actuando conforme a la constitución política y la legislación vigente, respetando la institucionalidad democrática y el pluralismo político existente en el país. Estos últimos puntos fueron también parte del estatuto de garantías constitucionales que Allende firmó con el partido Demócrata Cristiano, a cambio del apoyo de este último en el Congreso Pleno (Casals, 2010), donde el 24 de octubre fue proclamado presidente de la República para el periodo entre el 3 de noviembre de 1970 y el 3 de noviembre de 1976. Allende recibió 153 votos; el candidato independiente de la derecha Jorge Alessandri obtuvo 35 y hubo 7 en blanco (El Mercurio, 25/10/1970).

Durante la campaña electoral, en julio de 1970, Allende concurrió como invitado a un almuerzo en la embajada argentina en Santiago, a instancias de una gestión del canciller del presidente Frei, Gabriel Valdés. En el encuentro Allende comentó en quien pensaba para su eventual futuro gabinete en el área económica y deslizó que sus relaciones con el sector militar eran excelentes. Pero más allá de ello, el embajador argentino (del gobierno de Onganía) Javier Teodoro Gallac, escribió su impresión sobre el entonces candidato presidencial:

Desde ya puedo expresar –escribió Gallac–, el doctor Allende produce una grata impresión por su trato afable, sus buenas maneras. La sencillez con la que da a conocer sus opiniones, su prudencia no sólo para la emisión de algunos juicios sino también para no monopolizar la conversación y también, cabe agregar, por la rapidez de su pensamiento e inclusive su sentido del humor (Yofre, 2000:63).

Doce días después de la elección presidencial, Allende habló como presidente electo, aun cuando faltaba la ratificación del Congreso. Conversó en la residencia del futuro embajador en Argentina, Ramón Huidobro, con el embajador argentino en Chile, Javier T. Gallac; el único embajador acreditado en La Moneda que Allende visitó en persona. En esta ocasión, Allende transmitió al gobierno argentino dos asuntos: el primero, que aprobaba las negociaciones de ambos países sobre la cuestión del Beagle, deseando que continuara en Londres. Lo segundo consistió en asegurarle a Gallac que, cualquier cosa que dijera o hiciese con respecto a la Argentina, el embajador en Santiago sería el primero en saberlo. Allende también expresó sus ardientes deseos de que las relaciones entre ambos países fueran «sinceras y transparentes», con la mayor amistad y el mayor y recíproco respeto entre ambos gobiernos (Yofre, 2000).

Posteriormente, en la misma conversación, el futuro presidente de Chile aseguró también que ratificaba tajantemente su adhesión al principio de no intervención. Su declaración guardaba congruencia con lo señalado un día después de su victoria electoral, frente a periodistas extranjeros, cuando indicó que «nosotros no nos oponemos a los gobiernos que se den o tengan los argentinos» (g)Finalmente, señaló a Gallac desear que en un par de años el intercambio comercial entre ambos países fuese muy superior a los cerca de 200 millones de dólares de esos momentos (en verdad eran 171,8 millones de dólares) (Yofre, 2000; Fermandois, 1985). En la ocasión, el embajador argentino retuvo una confidencia de Huidobro: la moderada postura política de Allende, junto a radicales, comunistas e independientes; lo cual contrastaba con los «duros», encabezados por el socialista Carlos Altamirano (Yofre, 2000).

En otras consideraciones, había inquietud en el Palacio de San Martín por la política exterior de un futuro gobierno de Allende. Ese enunciado en el programa de la UP de establecer relaciones amistosas con los pueblos dependientes o colonizados, o con aquellos que desarrollaban luchas de liberación e independencia, podía leerse como que el futuro régimen chileno pudiera entablar amistad con los «Tupamaros» de Uruguay, o con el movimiento insurgente «Montoneros» en Argentina (Yofre, 2000); pues, ambas agrupaciones indicaban luchar por la liberación de sus pueblos. Desde luego, en Argentina hubo simpatizantes y detractores frente a la victoria electoral de Allende (Azcoitía, 2017). Sin perjuicio de lo cual, lo más aconsejable para el gobierno militar argentino y para el nuevo gobierno chileno era desarrollar una coexistencia cordial; así disminuirían algunas críticas desde la izquierda argentina y de los peronistas al gobierno argentino; asimismo, la postura de Allende de no intervención en asuntos de otras naciones y no exportar su revolución era un elemento principal en la construcción de una cordial relación con Argentina, pese a que las bases políticas de las izquierda chilena consideraban a los militares argentinos como los enemigos más formidables en el ámbito externo después de EE.UU (Fermandois, 1985). No obstante, la distancia ideológica de los gobiernos argentino y chileno hubo predisposición a llevar las relaciones por un cauce de mutuo respeto y entendimiento. El propio Allende había declarado al diario Clarín de Buenos Aires que esperaba «estrechar las más fraternales relaciones» con Argentina (Marchetti, 1970, citado en Clarín,13/9/1970).

Después de la elección presidencial, tanto el embajador como los funcionarios de la representación diplomática argentina fueron objeto de pedidos de información para radicarse en dicho país. Personalidades, empresarios y profesionales chilenos realizaron distintas consultas con esa finalidad. Las inquietudes de esas personas ante el triunfo de Allende los llevó a solicitar ayuda a la embajada argentina para retirar del país por la vía diplomática joyas, obras de arte, etc., junto al ofrecimiento de escriturar a nombre de la embajada valiosos bienes muebles (Yofre, 2000). En paralelo acontecían fuertes presiones para el retiro de depósitos en dinero desde la banca chilena; algunas personas recelosas del futuro político cercano emprendían la salida del país.

Poco antes de asumir Allende el gobierno, el general Levingston le envió un mensaje de congratulación, cosa que no recibió de Nixon (Fermandois, 1985). Por otro lado, Allende tuvo claro que Fidel Castro no vendría a la ceremonia de asunción del mando (Yofre, 2000).

Delegaciones oficiales de países extranjeros concurrieron a la ceremonia de asunción del gobierno por Allende. Pero también fueron invitados representantes de sectores políticos de izquierda con los cuales la Unidad Popular mantenía relaciones políticas. La Central Única de Trabajadores invitó a representantes gremiales de los países de la Cortina de Hierro, según informó Gallac (Yofre, 2000).

Desde Argentina vinieron Raúl Ongaro, dirigente laboral peronista contrario a la colaboración con el gobierno de facto; Julio Cortázar, fecundo escritor; Inda Ledesma, actriz; y, el artista chileno residente en Buenos Aires, Lautaro Murúa.

Ongaro declaró por el católico canal 13 de televisión que en su país había dos CGT, una manejada por el gobierno y otra perteneciente a los trabajadores, y que los peronistas apoyaban el triunfo de Allende. En nombre del peronismo asistieron Ángel Robles, Alberto Campos y Luis Ratti, este último, integrante del Comando Superior Peronista. También asistieron los comunistas Luis Bortagnoli y el escritor Rodolfo Puiggrós (Yofre, 2000).

Allende inició su gobierno y comenzó a aplicar su programa en sus aspectos cruciales. Entretanto, al margen de las legítimas aprehensiones en la Casa Rosada frente a su gobierno, el de Argentina tuvo mucho tino: su presidente, Roberto Levingston, manifestó que «el triunfo de Allende es un asunto exclusivo de Chile y de los chilenos y sobre ello sólo tiene incumbencia el pueblo chileno» (Yofre, 2000).



Acercamientos y tensiones entre el Chile de Allende y la Argentina de Lanusse hasta los inicios de 1973

Las relaciones entre La Moneda y la Casa Rosada tuvieron momentos de muy buena sintonía en este periodo. Pero no faltaron las tensiones entre ambos gobiernos por razones políticas. Allende era socialista marxista, encabezaba un gobierno democrático que construía las bases de una sociedad socialista. Lanusse impulsaba un regreso a la política por medio de la votación popular; y era presidente de facto de un gobierno interesado en mejorar las relaciones económicas con los países del Este y con los del Pacífico sudamericano; pero aquello no significaba abandonar la política de represión hacia el enemigo interno visualizado hacia la izquierda, donde descollaban las acciones de Montoneros y el ERP (Míguez y Núñez, 2020).

Allende y Lanusse llevaron a cabo dos encuentros como jefes de Estado. Primero, Allende concurrió a Salta el 23 y 24 julio de 1971, siendo el primer viaje al exterior y a la Argentina como jefe de Estado. Posteriormente Lanusse viajaría a Chile, devolviendo la visita del presidente chileno el 16 y 17 de octubre (Las Noticias de Última Hora, 23/07/1971).

Después de asumir de facto el gobierno argentino en marzo de 1971, Lanusse propició un acercamiento a Chile. Durante las gestiones de la firma de un acta en junio, sobre el aprovechamiento de las cuencas hidrográficas, la cual otorgaba apoyo a la posición argentina frente a Brasil, y a la postura chilena en la cuestión del río Lauca, se invitó al presidente Allende a visitar la ciudad argentina de Salta, situada a 1.622 kilómetros al noroeste de Buenos Aires. Ello solemnizaría el acuerdo alcanzado sobre la cuestión del canal Beagle (San Francisco, 2020).

El encuentro de Salta tuvo como objetivo principal dar a conocer el acuerdo de someter al arbitraje del gobierno de su majestad británica la controversia limítrofe surgida en la región del referido canal. El caso sería sometido a cinco integrantes de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, sujeto a la aprobación final por la reina Isabel de Inglaterra (El Diario Color, 23/07/1971; Ercilla, 28/07/-03/08/1971). Entre paréntesis, cabe agregar que en 1972 el gobierno argentino denunciaría el Tratado de Arbitraje de 1902, invitando a Chile a redactar un nuevo documento; así, se firmaría un nuevo tratado en abril de 1972, manteniendo los principales aspectos del acuerdo anterior –anunciado en Salta–, pero sometiendo las controversias a la Corte Internacional de Justicia (San Francisco, 2020).

Allende y Lanusse firmaron además en Salta una declaración conjunta coincidiendo en rechazar las llamadas «fronteras ideológicas», señalando también que la amistad argentino-chilena

ha tenido sus bases de sustentación en el respeto al principio de no intervención en los asuntos internos y externos de cada Estado, y en la voluntad siempre sostenida de resolver sus problemas por la vía práctica y jurídica

A partir de estos principios emanaba el respeto «al pluralismo político en la comunidad internacional».

Agregaban, además, su coincidencia:

…en que la amistad y cooperación de la Argentina y Chile son factores insustituibles para preservar y consolidar la Paz en América, en un orden de justicia y progreso económico y social (El Sur, 25/07/1971; Las Noticias de Última Hora, 24 y 25/07/1971).

Desde luego, la ocasión dio pie para que ambos gobernantes reiteraran su voluntad de acrecentar el intercambio comercial de productos provenientes de sus respectivas industrias nacionales, entre otros aspectos como el turismo y, abordar prontamente las situaciones provocadas por el desplazamiento de trabajadores temporales de un país hacia el otro (El Sur, 25/07/1971).

Además de los aspectos oficiales del encuentro entre los gobernantes, Allende recibió diversas muestras de aprecio por parte de la población salteña. Quizás las expresiones más vivaces provinieron de los peronistas. Algunos de ellos se manifestaron frente al hotel donde se hospedaba Allende, donde una de las expresiones que más se escuchó, decía: «Perón, Allende, el pueblo los comprende». Cabe señalar que por esos días se discutía en Argentina acerca de las condiciones en las cuales el peronismo volvería a tener la posibilidad de expresarse en las urnas, cuestión que acontecía en paralelo a la lucha armada que diversas agrupaciones de izquierda y peronistas desplegaban en contra del gobierno de facto argentino (El Diario Color, 22/07/1971; Las Noticias de Última Hora, 23/07/1971; El Sur, 24/07/1971).

Un día antes del encuentro, la agencia de noticias estadounidense Associated Press interpretó y resumió buena parte de las proyecciones ocultas de la reunión de Salta, más allá del anuncio de acuerdo de arbitraje en la cuestión del Beagle. Era el encuentro «amistoso» de «lo viejo y lo nuevo» de la política americana. Consideraba significativo que Allende realizara su primer viaje a la Argentina, en vez de a Cuba o Perú, donde existían gobiernos de Izquierda. Para el presidente chileno, la entrevista significaba la aceptación «de su gobierno izquierdista por un país latinoamericano importante, conservador y amigo tradicional». Lanusse, oficial de carrera que intervino en los dos golpes militares acontecidos en Argentina en los últimos catorce meses, intentaría demostrar a una dividida población argentina que «es sincero en la búsqueda de una reconciliación nacional para celebrar elecciones en 1973»; su reunión con Allende «podría demostrar que las opiniones de la izquierda política en la Argentina serán respetadas». Por otra parte, el gobierno de facto argentino con este paso tendería a aislar al Brasil, rival tradicional de la Argentina por el liderato sudamericano, en un momento en que las relaciones de Brasil con Chile no eran de lo mejor (El Diario Color, 23/07/1971).

Por su parte, la agencia española EFE, reprodujo de los medios periodísticos oficiales en Buenos Aires que la reunión de Salta era una «prueba de imaginación y habilidad diplomática» por parte de los dos países (El Diario Color, 24/07/1971:8). Considerando las trayectorias de los gobernantes, quienes representaban concepciones ideológicas opuestas, la reunión significaba el abandono de las fronteras ideológicas. Se indicaba el comentario de un diplomático chileno que no fue identificado, quien –salvando las distancias– «se arriesgó a comparar la entrevista de ambos presidentes con la visita de Richard Nixon a China» (El Diario Color, 24/07/1971:8). El encuentro de Salta era una muestra de la apertura de la política exterior argentina, la cual no tendría intención de aislar al Brasil (El Diario Color, 24/07/1971).

Con todo, la prensa argentina coincidió en que la entrevista argentino – chilena fue un éxito, resultando el encuentro muy provechoso para ambos países (El Diario Color, 26/07/1971).

En Chile, la participación de Allende en el encuentro de Salta fue bien evaluada tanto

desde el oficialismo como en medios de la oposición. El diario más importante del país, El Mercurio, el cual devendría con el tiempo en un duro opositor al gobierno, publicó una conferencia de prensa donde el gobernante chileno frente a la prensa nacional y extranjera, señalaba que, la entrevista había demostrado el reiterado apoyo de los dos países a principios jurídicos para solucionar las controversias, la firme voluntad para estrechar sus vínculos, el respeto de ambos a los principios de autodeterminación de los pueblos y de no intervención en los asuntos internos de otros Estados (El Mercurio, 27/07/1971). Desde otro ángulo opositor, la revista Qué Pasa consideró positivos los logros alcanzados en el encuentro de Salta, estimándolo una manifestación de «saludable pragmatismo» en el manejo de las relaciones exteriores por parte del régimen de la Unidad Popular (Qué Pasa, 12/08/1971, N°17).

Allende y Lanusse volvieron a reunirse en Chile, corriendo octubre, en la ciudad de Antofagasta, situada a 1.339 kilómetros de Santiago.

Lanusse venía desde Lima, donde había realizado una visita oficial al presidente de facto, general Juan Velasco Alvarado. Era la primera visita presidencial extranjera a Chile desde el inicio del nuevo gobierno dictatorial argentino.

Allende recibió a Lanusse en el aeropuerto Cerro Moreno, y en el camino hacia Antofagasta los presidentes fueron aclamados por el público. Los integrantes de la Unidad Popular recibieron a Lanusse con vítores, aplausos, confetis… y las banderas del PC y del PS desplegadas al viento. La calurosa recepción pública al Presidente argentino se explicaría porque antes de la llegada del ilustre visitante, Allende había concurrido en persona a las sedes de la Universidad de Chile, del Norte y Técnica del Estado, comentando a los estudiantes del porqué de la invitación a Lanusse y la circunstancia de que Chile no se inmiscuía en la política interna de las demás naciones; además, así como había invitado al Presidente argentino, anunció la próxima visita –tal vez en noviembre– del primer ministro cubano Fidel Castro (Fermandois, 1985; El Diario Color, 17/10/1971; Las Noticias de Última Hora, 17/10/1971; Ercilla, 20-26/10/1971).

El encuentro de Antofagasta tuvo como resultado la firma de un acuerdo laboral en virtud del cual los trabajadores de uno y otro país disponían de similares beneficios previsionales y derechos. El convenio estipulaba la eliminación del pasaporte o visado para los trabajadores chilenos que ingresaran a territorio argentino (El Mercurio, 17/10/1971, El Diario Color, 17/10/1971). Adicionalmente, se reconocía en ambos países la validez de las licencias de conducir otorgadas por sendas autoridades (Las Noticias de Última Hora, 13/10/1971).

Este segundo encuentro también fue valorado positivamente por Allende y Lanusse. En términos similares se expresaron medios de prensa argentinos y chilenos (El Diario Color, 18/10/1971; Las Noticias de Última Hora, 17/10/1971). En medio del encuentro de Antofagasta, Carlos Lorca, desde el secretariado de la Juventud Socialista, destacaba en esa ciudad la importancia de la reunión Allende – Lanusse, lo cual reafirmaba «los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos» (Las Noticias de Última Hora, 17/10/1971:3).

La relación bilateral sufrió un fuerte tropiezo con motivo de la fuga de 25 guerrilleros argentinos presos en un penal en Rawson, provincia de Chubut, el 16 de agosto de 1972. Un guardiacárcel perdió la vida en esta acción. Entre quienes salieron se encontraban los principales líderes del PRT – ERP: Mario Santucho, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna; las FAR: Roberto Quieto y Carlos Osatinsky; y, Montoneros: Fernando Vaca Narvaja (Custer, 2018; Míguez y Núñez, 2020).

Los fugados secuestraron un avión con pasajeros en el aeropuerto de Trelew y obligaron al piloto a dirigirse a Chile. Así, lograron salir 6 fugados más 4 colaboradores externos de la escapada. Después de hacer escala en Puerto Montt, el grupo llegó a Santiago, donde liberaron a los rehenes y se entregaron a las autoridades, solicitando asilo político; permanecieron en un cuartel de la Policía de Investigaciones desde el 15 al 26 de agosto. El gobierno de Lanusse pidió la detención de los secuestradores. Allende dejó el tema en manos de los tribunales de Justicia; un proceso judicial sería largo y ello le daría tiempo al gobierno. No obstante, el Partido Socialista y el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) manifestaron su apoyo a los secuestradores, expresando que no permitirían fueran devueltos a Argentina (Fermandois, 1985; San Francisco, 2020; Yofre, 2000; Arruti, 2004). La actitud proclive a la moderación frente al caso de los comunistas contrastaba con la posición del PS, del MIR, y hasta con la de la Unión Socialista Popular, un pequeño partido que ni estaba dentro de la UP, para el cual el gobierno debía conceder asilo sin más a los fugados (Míguez y Núñez, 2020).

En Argentina, 19 de los fugados de Rawson que no alcanzaron a tomar el avión secuestrado terminaron entregándose a las autoridades. Trasladados a la base aeronaval Almirante Zar, fueron pasados por las armas el 22 de agosto, resultando solo tres sobrevivientes en lo que se denominó la Masacre de Trelew, responsabilidad del gobierno de Lanusse. Todo el arco político argentino repudió la comisión de este crimen: otro tanto hizo el MIR en Chile (Punto Final, 29/08/1972). La versión oficial argentina de otro intento de fuga violenta en Trelew no tuvo credibilidad (Míguez y Núñez, 2020).

El 25 de agosto, tres días después de esos asesinatos, Allende decidió conceder el asilo político a los fugados en Chile y enviarlos a Cuba (San Francisco, 2020). Sin duda un trago difícil de sorber habiendo una petición de extradición formalizada (Fermandois, 1985). Los hechos de Trelew actuaron como catalizador para la decisión final de Allende (Custer, 2018). Predominó el criterio político antes que el judicial para darle una salida al problema, no menor, que dejaba perspectivas y expectativas heridas en La Casa Rosada y en la política interna chilena.

Eduardo Luis Duhalde, uno de los abogados de los fugados, testigo del momento en que se adoptó la decisión, recordó las expresiones de Allende:

Chile no es un portaaviones para que se lo utilice como base de operaciones. Chile es un país capitalista con un gobierno socialista. Y para mí todo es realmente difícil… La disyuntiva es entre devolverlos o dejarlos presos… ¡Pero este es un gobierno socialista, mierda, así que esta noche los muchachos se van para La Habana! (Yofre, 2000:271).

El canciller chileno Clodomiro Almeyda comunicó la decisión presidencial a Gustavo Figueroa, encargado de negocios de la embajada argentina: se apreciaban hechos constitutivos de delitos políticos en el accionar de los solicitantes de asilo; se les concedía aquello junto con resolver que abandonaran el país (Míguez y Núñez, 2020).

El gobierno argentino reaccionó con indignación: llamó a su embajador en Santiago (el cual regresaría a fines de septiembre) y presentó una nota de protesta ante el embajador chileno Ramón Huidobro. La respuesta diplomática provino del canciller Almeyda, quien señalaba que:

un episodio aislado, tan ingrato como imprevisible e involuntario, puede a lo sumo, producir una circunstancial divergencia de opiniones jurídicas entre ambos gobiernos; pero que en ningún caso alcanza a afectar la amistas que felizmente existe entre nuestras naciones, y que es voluntad decidida del señor Presidente de la República, del pueblo chileno y de su Gobierno, hacer cada día más estrechas y cordiales (Yofre, 2000:273).

Cuando al principio irrumpió el problema de los fugados, Allende se habría enfrentado con su canciller, partidario de la vía judicial para no perder el buen entendimiento con Argentina (Fermandois, 1985). Pero pudieron más las presiones políticas internas chilenas y las propias convicciones de Allende. La embajada argentina comentó a su gobierno que si el jefe de Estado chileno hubiera entregado a los fugados habría sido «una ‘falta de solidaridad revolucionaria’ con la que no se transigió» (Yofre, 2000:272).

La decisión de Allende trajo internamente mayor polarización interna. El diario El Mercurio editorializó señalando que los hechos mostraban el desprecio de la juridicidad por parte de los sectores extremistas del Gobierno (Fermandois, 1985). Para esa época, ya existían intenciones golpistas opositoras en marcha (Míguez y Núñez, 2020). Además, eran momentos en que había una fuerte discusión en las izquierdas, donde un sector del Partido Socialista junto al MIR destacaba en sus propuestas en cuanto a profundizar las acciones revolucionarias alejándose de la institucionalidad y criticando el reformismo gradualista del Partido Comunista y del presidente Allende (Díaz y Valdés, 2019: Monsálvez, 2008).

Los evadidos de Rawson una vez en Cuba hablaron de las vacilaciones de Allende y de la firmeza del movimiento revolucionario chileno (Yofre, 2020). Estaba claro que los revolucionarios argentinos no compartían la vía chilena al socialismo impulsada por el gobierno de Allende.

En Argentina, María Cecilia Míguez y Jorge Núñez enunciaron la complejidad de la situación resultante:

El peronismo, las organizaciones sociales de izquierda, el sindicalismo, continuarían pujando por la apertura a las elecciones, y la violencia se recrudecía. Del lado contrario, se expresaban los sectores opuestos a cualquier apertura y al abandono de las «fronteras ideológicas». Los grupos nacionalistas anticomunistas argentinos, tales como el grupo Concentración Cívica en Pro de la República, liderado por el almirante (RE) Carlos Sánchez Sañudo, criticaron la actitud de Allende y proclamaron la defensa de la bandera de las «barreras ideológicas», poniendo en una posición muy incómoda al gobierno de Lanusse (2020:226).

Por otra parte, la CIA, que observó atentamente esta tensión bilateral, señalaba el 26 de agosto al presidente Nixon que las buenas relaciones entre Argentina y Chile «pueden estar en riesgo», en momentos en que arreciaban los afanes de derecha por exacerbar las tensiones para provocar que los militares interviniera políticamente. Ya se encontraba organizado un golpe preparado por el general Eduardo Canales, aunque este no había dado señal de cuál sería el momento para actuar (Míguez y Núñez, 2020). Según la CIA, el asilo a los fugados hizo decir al canciller argentino que su gobierno tenía la intención de aplicar sanciones económicas a Chile; mas, ello no era probable. Pero sí sufrió un gran revés la política de Lanusse de abandono de las barreras ideológicas (Míguez y Núñez, 2020).

Nueve meses más tarde Lanusse tendría la oportunidad de devolver la mano a Allende al negar el pedido de extradición chileno de Roberto Thieme, secretario general del opositor Frente Nacionalista Patria y Libertad. Simulando su desaparición en un accidente aéreo el 23 de febrero de 1973 (Gomes, 2016), Thieme se trasladó subrepticiamente hacia Mendoza para reunir diversos apoyos y recursos económicos tendientes a impulsar acciones de fuerza destinadas a dar fin al gobierno de Allende; entre otros planes, estaba el de erigir un campamento de entrenamiento de combatientes antimarxistas en suelo chileno. Después de ser arrestado el 3 de mayo en Mendoza, el gobierno chileno solicitó la extradición de Thieme el día 8. Ese mismo día el dirigente de Patria y Libertad solicitó asilo político en Argentina, siéndole concedido por el gobierno de Lanusse, a pocas semanas de dejar la Casa Rosada. El asilado fue trasladado a Buenos Aires y solamente tuvo la restricción de no residir en provincias limítrofes con Chile (Yofre, 2000; Díaz, 2013).

La pugna y los enfrentamientos políticos en Chile claramente se habían intensificado desde el paro de transportistas privados de octubre de 1972 hasta el día del golpe de Estado al año siguiente. El nombramiento de militares en el gabinete por Allende en noviembre dio garantías a todos los sectores políticos que concurrieron a las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, pero continuaría la conflictiva situación política y la agitación social.

Cuando a fines de abril el embajador Gallac invitó a un asado al presidente Allende junto a otras 30 personas, el primer mandatario tuvo la ocasión de conocer de cerca la percepción política del momento existente en la embajada argentina. En un momento del encuentro, Allende miró a Gustavo Figueroa, el segundo hombre de la representación diplomática, y le preguntó: «A ver, que opina nuestro amigo Figueroa: ¿qué dice la calle?». «Presidente, la calle dice que va a haber un golpe militar», respondió. Al presidente no agradó la respuesta, pues, recordaba un asistente a la reunión años después, estaba convencido de que no habría golpe. Después de un breve silencio, mirando al joven diplomático, Allende replicó: «Ustedes, los argentinos ven todo con la óptica argentina, las soluciones en Chile son diferentes a las de la Argentina» (Silva et. al.,2013:87).



Allende y la Argentina con el Peronismo en el gobierno (1973)

Después de ganar el peronismo la elección presidencial del 11 de marzo de 1973 con el 49,56% de la votación, Héctor Cámpora asumió la presidencia de Argentina el 25 de mayo de 1973. Visiblemente apoyado por los Montoneros y la Juventud Peronista, Cámpora trataría de representar a todas las fuerzas peronistas (Molina y Sagredo, 2013).

Allende fue invitado a la ceremonia de asunción al mando, tanto por Lanusse como por Cámpora. En Buenos Aires fue ovacionado por el público junto al presidente de Cuba, Osvaldo Dorticós. Allende, en nombre de las delegaciones invitadas habló ante el recién constituido Congreso argentino, y tuvo una larga entrevista con el presidente Cámpora (Fermandois, 1985).

Para Allende, con el nuevo gobierno argentino comenzaba una etapa de intensificación y profundización de los vínculos entre ambos países, además de «una acción conjunta en la lucha por una América independiente, libre y soberana» (Fermandois, 1985). Podría desprenderse de la visita de Allende a la Argentina el surgimiento de una suerte de eje en el cono sur, el cual incluiría a Perú, que llevaría a un cierto entendimiento con Cuba, configurándose una posición latinoamericana, cercana a los países no alineados, al menos durante el predominio del sector de Cámpora al interior del peronismo (Fermandois, 1985).

Cámpora solamente estuvo dos meses en el ejercicio del poder público, hasta que el sector más conservador del peronismo accedió al gobierno, llevando a la presidencia al propio Juan D. Perón.

En la embajada argentina, Albino Gómez como Encargado de Negocios había quedado al frente de la delegación diplomática.

En el país, arreciaba la lucha de la oposición en contra del gobierno de Allende después de las elecciones parlamentarias. Aquella no había alcanzado a controlar los dos tercios del Senado para poder destituir constitucionalmente al presidente Allende, considerado el conductor de un gobierno que estaba situado al margen del Estado de Derecho por la usurpación de sus seguidores de predios y fábricas, los paros ilegales entre otros. A los conflictos laborales se sumaba la agitación de los gérmenes de poder popular, un planteamiento político de avanzar desde las bases hacia la ocupación de todo el poder público, tesis rechazada por Allende desde el año anterior (Díaz y Valdés, 2019).

El 29 de junio el Batallón de Blindados N° 2 se sublevó en Santiago, desplazando algunos tanques livianos y soldados en contra de La Moneda y del Ministerio de Defensa, intentando liberar dos militares acusados de conspirar en contra del gobierno. En la oposición muchos pensaron que era el ansiado golpe de Estado… La asonada fue controlada por las fuerzas leales a Allende. El propio comandante en jefe del ejército, general Carlos Prats, dio las órdenes para contener la insurrección, la cual dejó 22 víctimas de los tiroteos producidos.

Desde Argentina, el presidente Héctor Cámpora se comunicó con Allende para decirle que «su pueblo, él y el general Perón estaban junto a Chile» (Yofre, 2000:360).

Poco después, el 13 de julio, Cámpora renunció a la presidencia para dejarle vía libre a Perón; el vicepresidente Vicente Solano Lima también renunció. Sobrevino el interinato de Raúl Lastiri, yerno de José López Rega, secretario privado de Perón. Lastiri ejerció el gobierno hasta el 12 de octubre, cuando asumió la Presidencia Perón, mediando la elección del 23 de septiembre.

Durante el interinato de Lastiri fue canciller de Argentina Alberto J. Vignes, un diplomático jubilado que tendría «escaso afecto» hacia el gobierno de Allende (Yofre, 2000).

Por esa época, el gobierno chileno estaba muy interesado en amenguar su balanza comercial con Argentina. Para ello solicitó un incremento de las importaciones argentinas de productos chilenos, desgravación de los productos que Chile estaba interesado en exportar y el otorgamiento de nuevas líneas de crédito para financiar sus compras en Argentina. A lo anterior se sumó la invitación a Vignes para visitar Chile con ocasión de la XIII reunión de coordinación argentina-chilena, la cual se llevaría a cabo en la primera quincena de septiembre.

Vignes no llegó a visitar Chile porque su gobierno estaba muy distante del régimen de Allende. En esos momentos, tampoco el propio Perón - como candidato presidencial - compartía la preocupación por el establecimiento de una sociedad socialista en su país.

Días antes del 11 de septiembre, Perón develaría su visión sobre Allende y su proyecto político. En una reunión con jóvenes dirigentes peronistas de las distintas tendencias en la residencia presidencial de Olivos, afirmó:

Los otros días me encontré con unos muchachos que me dijeron ‘hay que hacer esto, hay que hacer lo otro’. Y entonces yo les dije ‘si ustedes quieren hacer igual que hace Allende en Chile, miren cómo le va a Allende en Chile’. Hay que andar con calma. No se puede jugar con eso, porque la reacción interna, apoyada desde afuera, es sumamente poderosa. Los ingredientes de una revolución siempre son dos: sangre y tiempo. Si se emplea mucha sangre, se ahorra tiempo; si se emplea mucho tiempo, se ahorra sangre. Eso es lo único que podemos decir. Pero siempre es una lucha. Que yo sepa, hemos quedado en gastar tiempo, y no sangre inútilmente. Por otra parte, el error muy grande de mucha gente, entre ellos mi amigo Salvador Allende, es pretender cambiar los sistemas. El sistema es un conjunto de arbitrios que forman un cuerpo: eso es el sistema, y a nadie se le ocurra cambiarlo. Lo que hay que cambiar, paulatinamente, son las estructuras que conforman el sistema. Algunos quieren pasar de uno a otro sistema. El sistema no se cambia. El sistema va a resultar cambiado cuando las estructuras que lo conforman y desenvuelven lo haya modificado. ¿Cómo se modifica eso? Dentro de esta actitud nuestra hay un solo camino, que es la legislación. No es de ninguna manera constructivo romper un sistema (Yofre, 2000:365).

Posteriormente, en una carta al general (r) Prats del 24 de septiembre de 1973, Perón calificó de «bárbaros» a los militares que derrocaron a Allende (Clarín, (05/06/2000).

A raíz del cruento término de su gobierno, Argentina se constituyó en uno de los destinos del amplio exilio chileno. La embajada argentina en Santiago llegó a albergar medio millar de personas entre chilenos y personas de otros países de América Latina que solicitaron asilo y lo obtuvieron (Yofre, 2000). Ciertamente, los exiliados en Argentina no solamente ingresaron por la vía de la embajada; la extensión y permeabilidad de la frontera entre ambos países ayuda a comprender la cifra de 207.176 exiliados chilenos en 1980, el 50,78% del exilio total (Azconegui, 2016).

La degradación de la democracia experimentada por Argentina y Chile durante el tercer peronismo y la Unidad Popular, expresada en la fragmentación y la radicalización política, la violencia guerrillera, tejió una inestabilidad que terminaría con la irrupción violenta del autoritarismo en ambos países. En la interpretación de Nicolás Molina y Omar Sagredo: «La polarización política experimentada por Chile y la derechización que desarrolló el gobierno en Argentina son, en definitiva, las principales dimensiones que explican el autoritarismo» (2013:79).



Algunas miradas e interpretaciones de la Nueva Izquierda argentina hacia el Chile de Allende

Mariano Zarowsky (2016) se preguntó por la presencia que tuvo el proceso histórico chileno en el debate de la nueva izquierda intelectual argentina a propósito de las vías para llegar al socialismo: reforma o revolución. Un principio de respuesta se basó en el análisis acotado del contenido de tres revistas: El Escarabajo de Oro, Nuevos Aires y Los Libros, frente a la elección de Allende, su gobierno y su brusco final.

Zarowsky expresó que El Escarabajo ofreció una mirada analítica sobre la situación implicada en la victoria de Allende, tensiones y problemas: «si la burguesía iba o no a reaccionar frente al gobierno», si el PC chileno radicalizaría o no la movilización popular, o si las fuerzas armadas se inclinarían por dar un golpe militar; se deslizaba la noción de que cualquier cosa podría ocurrir (Zarowsky, 2016:137). Nuevos Aires señalaba que si bien la UP tenía un programa revolucionario, se preguntaba si su llegada al gobierno significaba llegar al poder. También advertían cierta ingenuidad en algunos sectores de la izquierda por esa visión de neutralidad de las fuerzas armadas frente a la política chilena, asombrándose por la falta de propuestas de la izquierda en cuanto a cómo defender el gobierno electo en caso de una agresión directa (Zarowsky, 2016). Para Los Libros, Chile encaraba un proceso inédito y abierto, lleno de desafíos y dificultades que no tenían una resolución prefigurada de antemano. Asimismo, diversos temas de reflexión crítica fueron abordados en las columnas de esta publicación, como, por ejemplo, con motivo de una reseña de Fermín Amina sobre La democracia chilena de Norbert Lechner, indicándose que la novedad de la UP en relación con otras experiencias de América Latina radicaba en que lo nacional populista de aquella era hegemonizada por partidos marxistas, y de ahí su potencial (Zarowsky, 2016).

El último número de Nuevos Aires fue publicado en agosto de 1973, por lo que no pudo referirse al derrocamiento de Allende. Sí lo hizo El Escarabajo de Oro, refiriéndose a los hechos de Chile mediando una lectura en clave local. Se hicieron analogías –no exentas de ironía– con la situación argentina cuando gobernaba Perón. También la revista evidenció su preferencia política por la vía revolucionaria en vez del camino impulsado por Allende:

lo que se trata de evitar es el golpe: el giro a la derecha es una astucia para impedir un zarpazo a la chilena (…) Sin contar que no fue precisamente por apoyarse en la izquierda que asesinaron a Allende y están matando a su pueblo, fue por confiar en el ‘ejército más democrático del continente’, por no haber podido darle todo el poder a los trabajadores unos meses antes (…) [En conclusión] Lo único que impide un golpe de derecha, es la voluntad organizada de la clase obrera. Y la voluntad organizada de la clase obrera exige la revolución (Zarowsky, 2016:143).

Para Los Libros, en esos momentos con un perfil maoísta, el golpe militar en Chile disolvió las ilusiones reformistas de la vía pacífica al socialismo, siendo la lucha armada la única respuesta correcta para resolver la cuestión del acceso al poder.

Recientemente, Camila Canvas y Diego Venegas (2021) se han preguntado por cuáles fueron las posturas, reacciones o juicios críticos frente al Chile de Allende provenientes desde las revistas argentinas comprometidas con la nueva Izquierda y el peronismo radicalizado en aquellos días. A las tres revistas políticas y culturales mencionadas en líneas anteriores se agregaron, Nuevo Hombre y Satiricón; y de las revistas políticas se consideraron El Descamisado, El Peronista, De Frente, Latinoamericana, El Obrero Ferroviario, Presente, Cristianismo y Revolución, Estrella Roja, Pueblo en Armas, Confluencia, El Combatiente y el diario Compañero. Desde luego, los contenidos de los discursos de estas publicaciones no trataron exclusivamente el proceso histórico político chileno, sino que expresaron y reflexionaron acerca de la propia práctica política argentina.

En la visión panorámica de estos autores, los planteamientos de relieve que emergieron desde estos medios leyeron la vía chilena al socialismo como un hecho inédito, sin perjuicio de ver limitaciones a dicha experiencia, derivadas de las tensiones ineludibles entre un programa revolucionario y la puesta en práctica de cambios utilizando la institucionalidad democrático liberal existente (Canvas y Venegas, 2021).

Por otra parte, la caída del gobierno de Allende y la UP fue vista como un hecho sangriento y lamentable, tal vez como una especie de advertencia por el riesgo implicado en el reformismo político, o lo que podría deparar un proceso de cambios basado en la institucionalidad. No obstante, la caída de Allende fue tomada como una lección. Hubo analogía entre el golpe militar de 1973 con el que derribó a Perón en 1955. No debía confiarse en las fuerzas militares funcionales al imperialismo (Canvas y Venegas, 2021).

La figura política de Allende fue vista como trascendente: un hombre nuevo, dedicado a la lucha revolucionaria, un revolucionario muerto en combate que, en vida, pensó en hacer realidad términos como Libertad, Justicia e Igualdad (Canvas y Venegas, 2021). En definitiva, para la nueva Izquierda argentina los acontecimientos de Chile reafirmaban que el único camino para llegar al poder e implantar el socialismo era la vía armada, aun cuando Argentina viviera una etapa reformista con el gobierno de Perón; el proletariado debía prepararse para evitar acontecimientos como los vividos recientemente en Chile (Compañero, 1ª quincena/10/1973).



Conclusiones

Durante la campaña presidencial, Allende se manifestó partidario de un trato fraternal con Argentina, además de expresar su respeto a los principios de la autodeterminación de los pueblos y a la no intervención en los asuntos internos de otro Estado. Este último punto de vista fue compartido por los gobiernos militares argentinos de Levingston y de Lanusse, siendo Allende presidente de Chile.

Allende cultivó una buena relación con el gobierno de Lanusse. En dos ocasiones se reunieron durante el año 1971: la primera vez en Salta (Argentina), para enunciar su acuerdo con respecto a cómo solucionar la controversia de naturaleza limítrofe del canal Beagle; y en la segunda oportunidad en Antofagasta (Chile), con el objetivo de acordar similitud de trato previsional a los trabajadores en uno y otro país.

Sin perjuicio de lo anterior, la mayor tensión entre los dos gobiernos sobrevino en dos ocasiones. En primer lugar, con motivo de la negación chilena de devolver a la Argentina 10 guerrilleros fugados en un avión secuestrado en Trelew (agosto, 1972). Allende los retuvo unos días, pero les permitió que prosiguieran viaje a Cuba. En segundo término, cuando el gobierno chileno solicitó en mayo de 1973 la extradición de R. Thieme, dirigente de Patria y Libertad arrestado en Argentina y conspirador en contra del gobierno de la UP, Lanusse le concedió el asilo solicitado, impidiendo así que cayera en manos del gobierno chileno. Con estas situaciones un poco volvieron a levantarse parcialmente las fronteras ideológicas entre ambos gobiernos, pero no hubo consecuencias políticas graves que lamentar.

Invitado Allende tanto por Lanusse como por el presidente electo Héctor Cámpora a la ceremonia de asunción del mando por el nuevo gobierno democrático argentino (25 de mayo de 1973), el presidente chileno concurrió y tuvo ocasión de hablar en el Congreso argentino en nombre de las delegaciones extranjeras invitadas.

El nuevo gobierno argentino significaba una oportunidad para profundizar los vínculos entre ambos países, dirigidos entonces por gobiernos de Izquierda. Pero Cámpora renunció menos de dos meses después de asumir, despejando el camino al poder de Perón; sólo alcanzaría a solidarizar con Allende con motivo de la sublevación –neutralizada prontamente– del batallón de blindados N° 2 protagonizada en Santiago el 29 de junio de 1973.

Desde la nueva Izquierda argentina hubo una mirada de simpatía expectante por Allende y su gobierno, pero también existió la convicción de que era la vía armada el camino a transitar para materializar la revolución e implantar el socialismo en la sociedad. La vía pacífica de Allende se había malogrado frente al accionar de sus enemigos (la derecha y el imperialismo), fracasando su proyecto y naufragando su gobierno tras cruel golpe militar, tal cual como había terminado el gobierno peronista en 1955.

Raúl Lastiri ejercía la presidencia interina de Argentina cuando sobrevino el violento término del gobierno de Allende. Éste no alcanzó a presenciar la elección presidencial ni el regreso triunfal a la Casa Rosada de Juan D. Perón.







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