Versión de Juan Carlos Villavicencio
Vuelquen sus bocas expuestas al cielo.
Turquesa, ámbar,
el intenso verde con mango estriado,
cántaro del tamaño de dos pulgares,
borde pequeño y cintura elegante.
Aquí pusimos a la más pequeña de las flores
que podría haber vivido de manera invisible
junto a la tierra suelta al lado del camino,
ramita de romero suculento,
inclinándose a menta.
Crecen en el centro de la mesa de forma más profunda.
Aquí confiamos en la pequeña vida,
el hilo, el fragmento, el aliento mismo.
Ahí la vida se curva. Espera todo el día.
Mientras se enfría el pan, y los niños
abren sus cuadernos grises
para dar forma a la letra que parece
una chimenea que se asoma de un hogar.
¿Qué es lo que dicen los titulares?
Nada del más pequeño de los pétalos perfectamente
dispuesto dentro del más grande de ellos
ni de la forma en que el vidrio teñido filtra la luz.
A los hombres y niños, que rezan cuando mueren,
se les cae la piel.
El completo alfabeto de la vida,
cara y cruz de las palabras,
las oraciones son la forma en que decían:
«¡Oh, Alá!» cuando se sorprenden,
o «ya’ani» para «quiero decir» –
un vaso destrozado bajo los pies
todavía brilla.
Pero el hijo de Hebrón duerme
con el golpe seco de sus hermanos al caer
y la larga pena del color rojo.
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