domingo, agosto 27, 2023

Discurso de agradecimiento de Soledad Fariña al recibir el Premio Plagio a la Creatividad Artística 2023




 
          LA FLOR DEL AIRE 
                        
          Yo la encontré por mi destino,
          de pie a mitad de la pradera,
          gobernadora del que pase,
          del que le hable y que la vea.
          Y ella me dijo: –«Sube al monte.
          Yo nunca dejo la pradera,
          y me cortas las flores blancas
          como nieves, duras y tiernas».
          Me subí a la ácida montaña,
          busqué las flores donde albean,
          entre las rocas existiendo
          medio dormidas y despiertas.
          Cuando bajé, con carga mía,
          la hallé a mitad de la pradera,
          y fui cubriéndola frenética,
          con un torrente de azucenas.
          Y sin mirarse la blancura,
          ella me dijo: «Tú acarrea
          ahora sólo flores rojas.
          Yo no puedo pasar la pradera».
          Trepé las peñas con el venado,
          y busqué flores de demencia,
          las que rojean y parecen
          que de rojez vivan y mueran.
          Cuando bajé se las fui dando
          con un temblor feliz de ofrenda,
          y ella se puso como el agua
          que en ciervo herido se ensangrienta.
          Pero mirándome, sonámbula,
          me dijo: «Sube y acarrea
          las amarillas, las amarillas.
          Yo nunca dejo la pradera».
          Subí derecho a la montaña
          y me busqué las flores densas,
          color de sol y de azafranes,
          recién nacidas y ya eternas.
          Al encontrarla, como siempre,
          a la mitad de la pradera,
          segunda vez yo fui cubriéndola,
          y la dejé como las eras.
          Y todavía, loca de oro,
          me dijo: –«Súbete, mi sierva,
          y cortarás las sin color,
          ni azafranadas ni bermejas».
          «Las que y yo amo por recuerdo
          de la Leonora y la Ligeia,
          color del Sueño y de los sueños.
          Yo soy Mujer de la pradera».
          Me fui ganando la montaña,
          ahora negra como Medea,
          sin tajada de resplandores,
          como una gruta vaga y cierta.
          Ellas no estaban en las ramas,
          ellas no abrían en las piedras
          y las corté del aire dulce,
          tijereteándolo ligera.
          Me las corté como si fuese
          la cortadora que está ciega.
          Corté de un aire y de otro aire,
          tomando el aire por mi selva…
          Cuando bajé de la montaña
          y fui buscándome a la reina,
          ahora ella caminaba,
          ya no era blanca ni violenta;
          Ella se iba, la sonámbula,
          abandonando la pradera,
          y yo siguiéndola y siguiéndola
          por el pastal y la alameda.
          Cargada así de tantas flores,
          con espaldas y mano aéreas,
          siempre cortándolas del aire
          y con los aires como siega…
          Ella delante va sin cara;
          ella delante va sin huella,
          y yo la sigo todavía
          entre los gajos de la niebla,
          Con estas flores sin color,
          ni blanquecinas ni bermejas,
          hasta mi entrega sobre el límite,
          cuando mi Tiempo se disuelva…


Buenas noches:

Quise empezar mis palabras de agradecimiento por este maravilloso e inesperado premio con la voz de quien nos dejó un inmenso legado, a veces secreto, a veces abierto y casi susurrado al oído como esta «(La) flor del aire» donde su autora, Gabriela Mistral, nos advierte -o nos engaña- diciendo:   esta es mi «Aventura con la poesía». 

Tomamos su palabra y encontramos a la Poesía, que desde la pradera envía a su sierva, la escribiente, a buscar flores y colores que cada vez desecha para pedir finalmente algo imposible: las flores sin color, aquellas que hay que buscar, encontrar y tijeretear del aire. 

La poesía ha sido gran parte de mi vida. La he llevado a cuestas desde siempre sin saber que era Ella la que me aguijoneaba y ya en la niñez me hacía mirar el mundo de una manera extraña, como «con una pajita en el ojo».  

Mirar, escuchar, imaginar y luego leer, leer, buscar, experimentar, escribir y sondear en el lenguaje, indagar en la letra y en el cuerpo, pensar en la palabra y buscar aquella que hasta quiere nombrar lo indecible, como los místicos.  

Mi relación con la palabra (la esquiva) quedó hace tiempo en este poema. 
 
Encontrarla en mi sueño
asirme somnolienta a su borde dorado

          seguirla hasta donde me lleven sus contornos
          y después empinarme 
          hasta su cuello su hombro
          buscando resplandores  al fondo de su ojo

          Contemplarla como a espejo vacío

          Inventarla en alientos   en soplos repetidos
          y ver que apenas dibujada en el aire 
           el aire se encabrita y sale a buscar paisajes
          otros imposibles de deletrear    Caer en la oscuridad 
          informe de su semilla y volver a trazarla en la ilusión 
          de su sonrisa oblicua

          Cabalgarla        (otra vez y otra)    encontrar resplandores 
                                        en su laguna oscura    Sumergirla 
                                        vestirla        con el vértigo 

                                        de no poder nombrarla


Y cómo escribo, cómo es mi proceso de escritura. El lápiz de grafito es implemento necesario, porque escribir es como dibujar en el papel. Tengo cuadernos, muchos cuadernos, también escribo en papeles sueltos que amontono al lado del computador. Aunque son de distintos tamaños y se mezclan con otras notas, jamás se pierden. Mis mejores poemas los he iniciado en cuadernos, ahí escribo, escribo, escribo, sin parar, la mano ligada a su pulsión (muchas veces a la emoción) tiende a los rasgos grandes, una especie de magma que después, con más calma, transcribo a otra página del mismo cuaderno ya con un cierto orden, que no siempre es el mismo de la primera versión.  Y luego, al computador.
Allí sufre múltiples variaciones: le doy más aire, menos aire, de acuerdo al ritmo y sonoridad que quiero conseguir.

Las palabras empiezan a adquirir su propio peso, color, oscuridad o destello.  
Este proceso puede durar años. Ahí pesa, sobre todo, el blanco de la hoja que asume las pausas, los silencios. 

El ritmo siempre, o casi siempre, está asociado a un baile, tal vez porque ahí empieza a hacerse visible el cuerpo de las letras: más grandes, en altas, en bajas, cursivas, más pequeñas. A ese espacio lo llamo «mi aire», aunque son las palabras las que piden su respiro apropiándose de él.

Esto, en términos generales, porque como proceso, el tratamiento de la escritura ha sido distinto para cada libro.

Pero hay más, y tal vez sea lo más fecundo de este quehacer, y es el impulso de entregar, desparramar no solamente lo que he escrito, sino contagiar de ese espíritu a quienes escriben o quieren empezar a escribir, abrir su cabeza, pero también sus manos, sus ojos y el cuerpo entero e iniciar su aventura desde allí, tomando algo o mucho de quienes escribieron antes. Introducirlos a una lectura atenta, por ejemplo, de un poema, pidiéndoles, que a partir de allí, escriban lo que quieran. Y todo lo escrito estará bien, porque viene de lo que les sugiere el poema y su lectura abierta, sin prejuicios ni indicaciones. Abrir, abrir cabezas, como decía Huidobro. 

Leer, escribir ¿la misma cosa? es el nombre que le he dado a los talleres que imparto, desde hace años a mujeres, a jóvenes, niños, niñas, adultos mayores y menores, en ellos siempre he encontrado una recepción inesperada y una creatividad que sorprende. Esto sucede porque se les ha entregado el poder de la palabra, la suya, la de ellos, ellas, la que tienen guardada desde siempre. El acto se configura gatillando su apertura con el encuentro de un poema o escrito que está esperando ojos y entendimiento que vean en él algo hermoso, sorprendente, dulce, amargo o inquietante, para tomarlo -consciente o inconscientemente- y hacerlo brillar en otro escrito. 

Cuando estamos instalados frente a las posibilidades de la creación, no soy la maestra y ellos los alumnos, somos iguales, ellos, ellas tienen el poder de abrirse y la libertad de crear buscando aquello que no responde a nombres, formas o colores conocidos y vamos cortando flores donde solo hay aire, es decir, desde aquello que no tiene sino nuestra intuición y la cabeza libre, por arriesgada que sea la búsqueda. 

Quiero agradecer a Carmen García, fundadora y directora ejecutiva de Fundación Plagio, a María Pinto d’ Aguiar, a todo el equipo de la fundación y al Jurado por distinguirme como la primera persona en recibir este premio que tiene características tan especiales: lo reciben, lo recibirán escritores, escritoras,  artistas que hayan generado una transformación creativa en su ámbito. 

Es este signo de reconocimiento lo que más me honra y complace.  

Soy de la estirpe de quienes con pasión, deseo, aflicción seguimos a la Emperatriz que nos manda a cortar las flores, ya no blancas, ni rojas, ni azafranadas, sino las incoloras, las del aire, las del aire. 

Gracias, una vez más por otorgarme este premio.



MAVI, jueves 24 de agosto, 2023



Fotografía original del Equipo de Plagio













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