jueves, agosto 11, 2022

“La luz del fuego”, de Aciro Luménics





There’s a place I like to hide

A doorway that I run in the night.

C. DeGarmo

 

 

Desde el inicio de los tiempos, allá en la atemporal república latinoamericana, caminamos sintiendo un escozor, anestesiados, a la vez, por aquella emanación desconocida y por lo que allí pasaba y traspasaba cada día. Lo vimos en el patio, en el desierto, en aquellas escaleras, la primera vez. Al día siguiente, cuando sonreíste desde lejos. Era un día claro, aunque nublado. Lo recuerdo porque un pájaro me cagó en el hombro izquierdo y una mancha se enmarcó sobre el blanco inmaculado. Es una señal de mala suerte, pensé. Es una señal de buena suerte, dijiste, intentando ocultar la risa, que estalló, finalmente, junto con tus ojos, piel y boca. Nos besábamos al salir de cada bar, exagerada, inescrupulosamente. Como aquella madrugada en calle Mätt, con el primer sol, junto a una fábrica de cajas de cartón. Debiéramos haberlo sabido entonces; sin embargo, insistimos. Como dos guerreros mal tenidos y famélicos. La cerveza escurría de boca a boca, el maní salado, sobre la cocina, el lavaplatos, la mesa, el piso. Una habitación redonda hacia el Pacífico, una trizadura perfecta, se diría. El efecto formidable de una reverberación perfectamente diseñada, hay que aceptarlo. Después de aquel paseo, descendiendo la montaña, ocurrió el evento del cartel; te salvé la vida, por primera vez, en silencio, sin aspavientos. Luego, oímos la voz grave del vecino: Che bella quiete sulle rive... Mi freddi il cuore e l'anima, y la puerta abriéndose. Aun así, seguimos rumbo al sur, bajo la lluvia, bajo la sombra de aquel ángel apostado en el asiento equivocado. Es un sueño que ya tuve, que tuvimos juntos, en rigor. Eso, o la eterna variación de una intrincada mátrix. Un pasado sostenido no es futuro; es el tiempo sostenido, sin bemoles. Me refiero, claro, a que así debía suceder. Acaso insuficiente sea el término correcto. Una animación trunca de hálitos intensos y dejarnos, resistirnos y volver, todo junto, una y otra vez; como aquella cena en que te entregué tu libro, y sonreíste, porque no te lo esperabas, e hicimos fotos de comida en tiempos sin redes sociales. No le avisamos a nadie. Nadie se enteró. Llegamos a la cima y recorrimos el planeta, antes de bajar y reparar en que el destino no era exactamente el mismo para ambos. Es ahí donde la historia cambia; es decir, perdura. Por un día y para siempre, y, por supuesto, más allá de la escenografía actual, del diseño amable que habitamos. Todos se preguntan, yo también, pero tú lo sabes. Nos veremos junto al río, cantaba alguien, en un tiempo sin interferencias; bajo un sauce, sentada en una piedra, leyendo, escribiendo, sonriendo siempre.




en Escritos sellados (Writings from Twin Peaks), 2017

Traducción de Carlos Almonte

























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