El pez en la charca, en la poza,
náufrago o polizón,
ciñe su respiro
hasta el fermento de su espinazo.
Doy testimonio de lo sagrado y otras herejías; de la teología de la caléndula y el rayo de luna desplegándose en su polen, del esqueleto del pelícano que aún presume su buche lleno, de los insectos zarandeando la tela de araña y de quien levanta con barro y horcones de huarango su casa. Repito el diálogo de las cortezas desprendidas en busca de la enseñanza y del libro constantemente escrito en los anillos de los troncos, y ofrendo cual centinela el silencio de la luz extraviada en la luz. Migro en este follaje, de la página en blanco al signo invisible que de ella emerge, a las cumbres, a las raíces tuberosas, a los sembríos, a los humedales y a las tundras, en armonía de lo disímil. Y oro por las muertes que sobreviven y por la caridad del agua, hasta el gemido compasivo de los lobeznos antes de la primera caza estival.
El oleaje y las estaciones,
cautivos de la distancia del sol,
acogen a los bienaventurados
en todo destiempo.
Percibo en el desove del salmón un bosque de arenas sumergidas, la estancia del grano unida al grano, donde la misericordia se iza en las algas y recibe azarosamente posibles crías. Asisto a la perseverancia de los témpanos, a la edad del hielo intensamente azul en sus costuras donde quedaron atrapados algunos animales balbuceantes y aún se escuchan tímidos coletazos de sirenas. Y al remar esta barcaza otros son los anzuelos y otros los sedales que he de lanzar cuando esclarezca la niebla: un bosque de piedras se levanta al pie del desfiladero como un panteón florido donde anidan seres inimaginables: utópatas y metafísicos transformadores de la materia, quienes conversan entre sí, en silencio, adoptando las formas de la erosión: en lo escarpado, como torres de aire, redescubren sus equilibrios.
Entrelazadas las aguas
aflora un bisbiseo
donde esculpir lo inhallable:
clarividencia, clarividencia…
Son estos días en que los dioses despiertan enfermos, imagen y semejanza, imagen y semejanza… Días en que las crisálidas rompen sus envolturas y cortan el viento en el sentido de la sobrevivencia; días de salud para los espantapájaros, cuando los cuervos arrasan con las mazorcas y los gusanos dejan intacto el corazón de las manzanas en designio de nuevo germen; días en que las hojas reciben advertencia antes de ser desprendidas…
Fosforescencia de la visión inaudible:
éxtasis y sosiego
perduran en la confrontación
de sus elementos.
en un bosque ardiendo bajo un mar desnudo, 2016
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