La belleza inmortal no resiste la norma
de la muerte, del ritmo, del verbo, de la forma:
a veces en la música de algún verso se enreda
o en un símbolo deja su tactación de seda.
Inefable y desnuda se va del pensamiento,
pero a veces, ¡milagro supremo del momento!,
transfigura en divinos los éxtasis humanos,
torna en estrellas de oro los carnales gusanos…
(Y luminosamente, y silenciosamente,
la eternidad nos pasa temblando por la frente).
en Tebaida. Santiago: Nascimento, 1971
(Volúmenes, nº 3-4, (1970), pps 54-55

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