lunes, octubre 25, 2021

“Cada uno escribe como puede cuando no le queda más remedio que...”, de Alfonso Alcalde





De los escritores que he conocido, ninguno más extraño que William Hozlit. Según su edi­tor, tenía las manos heladas como aletas de tiburón. Sus mujeres afirmaban que era un monstruo huraño. Pasó la vida escribiendo tres millones de palabras. Fue tan inexperto en el amor que, en una oportunidad, enamorado de la hija de un sastre, se le olvidó consultarle a la afectada si lo amaba o no. Al comprobar que había huido con otro galán, se dedicó a comer en las tabernas leyendo un libro que sujetaba con la botella de vino. Más tarde se casó, por despecho, con una viuda y tuvo la precaución de no preguntarle jamás cómo se llamaba. Ella sopor­tó su compañía dos años y al separarse habló pestes de su amigo. Por ejemplo, confidenció que mientras Hozlit le hacía el amor escribió las mejores páginas de su ensayo "El cuarto del enfermo", aunque con letra levemente temblorosa.



en Epifanía cruda, 1974

















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