Tiembla en Getsemaní la luz vencida,
rota en las ramas altas del olivo.
Arrastra el viento un llanto fugitivo.
Camina el odio la ciudad dormida.
Duele la voz, que viene humedecida
en el beso traidor, lo hiere vivo.
Duele el amor, que se entregó cautivo
y transformó sus soles en herida.
Duele el dolor como nunca doliera
—áspera sal, oscura enredadera—
frágil, la sangre se abre, no resiste.
Varón de escarnio, Cristo, abandonado,
temblando está tu grito desolado:
«Mi alma está triste; hasta la muerte, triste».
en La ciudad que fue («Cantos por la paz / A mi madre»), 1965
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