Toda
antología subyace a los mismos fantasmas. Todo antologador aqueja las mismas
dudas. Todo antologado sufre las mismas faltas.
La
antología Una casa junto al río, que
con un cuidado inusitado han preparado Carlos Almonte y Juan Carlos
Villavicencio, es resultado de la adjudicación de un Fondo del Libro y la
Lectura del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA) de Chile, en
2016. Con esta recopilación, se da cuenta de la trayectoria poética de una de
las voces más homogéneas y lúcidas de la poesía chilena actual, la de Clemente
Riedemann (Valdivia, 1953), que se recuerda a sí mismo que “Sueñas con una casa
junto al río, donde en el verde y el azul fluye la sangre que antes fuiste, el
semen que un día te puso en circulación”.
En la
primera línea del prólogo, titulado “Por boca de los hombres hablan las
palabras”, Carlos Cociña utiliza el concepto “territorios”; excelso detalle
para una obra como la de Riedemann que, precisamente tejiendo límites
territoriales entre sus espacios vitales concretos y las huellas que estos
horadan desde el pasado, ha construido el lugar mítico y perdurable que se teje
con los hilos de un concepto antropológico identitario acuñado, por él mismo,
como “suralidad” o “antropología poética”.
Dividida
en nueve partes, que se corresponden con fragmentos de ocho obras -Karra Maw ́n, Primer arqueo, Santiago de
Chile, Wekufe en NY, Gente en la carretera, Isla del rey, Coronación de Enrique Brouwer y Riedemann
Blues-, y una serie de poemas inéditos - “Candelas encendidas”,
“Margaritas” y “En los ojos de ella”-, esta antología se enfrenta a la misma
tesitura y subyace a los mismos fantasmas que todas; pero quizá aun más en este
caso, porque pocos son los textos riedemannianos que resultan prescindibles si
se quiere conocer el universo poético en el que se fijan; un universo en que la
voz asciende y desciende en un continuum
desde el autoconocimiento íntimo y esencial del ser individual, que al mismo
tiempo es todos los seres que con él se identifican, y la lucha de un colectivo
por habitar su pasado mediante la palabra, transformándolo en eterno para nunca
olvidarlo.
Desde
Karra Maw ́n (1984) hasta hoy, la
escritura de Riedemann ha ido recorriendo los espacios experienciales de que se
forja la tradición literaria en que se instala el autor, renovándola y
afianzándola desde un espacio geográfico poco propicio para la visibilización
-la periferia sur- y que, sin embargo, ha sabido sortear con la paciencia que
lo caracteriza como ser humano. Así, leer la obra de Riedemann implica un
compromiso vital, una obligada vuelta a los orígenes para no olvidar las raíces
que nos mantienen atados a la vida y a la historia; nuestra propia historia. Su
evolución transita desde los territorios ancestrales del sur abusado por los
colonos, metáfora preclara de otra violación acontecida en un Chile más
contemporáneo y menos primitivo -aunque igual de ingenuo-, hasta los espacios,
a veces íntimos y otras geográficos, del urbano país que bordea, circunda y
marca su existencia poética.
Karra Maw ́n (1984) es una crónica mítico-poética de la
devastación que supuso la llegada del colono, y “De cómo la indiada le perdió
el respeto a los caballeros”; pero también se construye como la gran metáfora
de la posterior llegada del chileno, del winka, que, contra sus propios
hermanos y contra sus pueblos de origen ancestral, devastó al hombre ahora, más
que a la tierra antes. Si en esta obra se infiere la fehaciente voluntad de dar
testimonio de una realidad vital, geográfica e histórica a través de la
mitificación del espacio, convertido en lenguaje, en tejido: “[...] reventaban
en los tallos / las metáforas”, en Primer
arqueo (1989) se hace oprobio al dolor agudo que aqueja al sujeto (“Pero no
pueden matarme. / Porque no pueden matarme dos veces...”); al recuerdo de un
tiempo en que la felicidad había sido mancillada, se había convertido en mito y
solo era reconocible en pequeños momentos, en pequeñas revoluciones personales
ejercidas desde una lengua cruda, vital y algo obscena, como solo puede ser la
lengua que regurgita el dolor: “[...] Mahoma entraba en un café-porno de
Hamburgo. / Marx cantaba canciones de los Beatles, mientras Moisés / se
empinaba una Coca-Cola y el cola ponía / el culo al puelche”. Pero en Santiago de Chile (1995), Riedemann, el
otro, el de las palabras, acepta con calma lo que el destino le depara y se
predispone a dejar “Que la vida haga su trabajo”.
Con Wekufe en NY (1995) y Gente en la carretera (2001) la búsqueda
poética de Riedemann llega a un punto álgido. En ambas obras se reconocen sus
influencias, sus impulsos, sus experiencias, sus amistades, su amor... que va
recogiendo como en hojas de ruta (Cierro los ojos/abro los ojos, las luces
nerudean a lo lejos. Es preciso que el poeta viaje para amar de un modo nuevo
lo que le pertenece: el volcán que lo parió, el corazón de su mujer grabado en
el árbol más alto del bosque), o como en diarios íntimos con unos protagonistas
a los que habla mirando a los ojos (Cuando viniste a Chile, en el verano del
91, los duendes parecían estar ebrios: interrumpían las conversaciones con
escenas de otras películas. Las frases, presas del estupor; se aferraban a las
manijas de las butacas y nosotros –lo que queda del nosotros que fuimos–
permanecíamos sumidos en un profundo silencio, buscando la posibilidad de
mirarnos, con el temor de no encontrar el río en el fondo de los ojos).
De
otra facción poética, cercana a la prosa, es Isla del rey; una vuelta los orígenes de la escritura ecológica e
identi(ta)(ficato)ria que, sin embargo, lejos de aquella pluralidad de Karra Maw ́n, cava en lo más íntimo del
sujeto que añora, en la plenitud de la vida, “Una casa junto al río” porque
“sólo en esa casa junto al río te es permitido hallar el cofre que contiene el
sustento de tus días”.
Coronación de Enrique Brouwer (2007) describe el viaje
vital, así como lo hacen las grandes epopeyas, que desde el río cercano hasta
el ancho mar inicia el que llegará a ser “H. Brouwer, navegante”, para volver,
como un viaje a la semilla, a la memoria del padre, ese lugar mítico a donde
siempre se debe volver, y coronar el viaje poético con Riedemann blues (2016), donde la voz se aparece ronca, profunda y
quedada, enumerando los quehaceres, las deudas con la vida, en fin,
reconciliándose con un pasado que ya nunca se fue, con el que es obligada tarea
convivir.
Cierran
el volumen tres poemas inéditos que invito a leer como una recurrencia a la
continuidad que la obra de Clemente Riedemann Vásquez establece con su memoria
inquebrantable y penetrante hasta el dolor, hasta la esperanza, hasta el
recuerdo del ser primero que algún día fue.
Una casa junto
al río
Clemente Riedemann
Edición de Carlos Almonte y Juan Carlos
Villavicencio
Descontexto editores
Santiago de Chile, 2016
130 páginas
ISBN 978- 956-9438-10-3
en Latin American Literature
Today (Vol. 1, No. 3), julio de 2017
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