martes, marzo 03, 2020

“Lo que Al Qaeda destruyó”, de John Gray





La palabra «humanidad» es de lo más repugnante:
no expresa nada definido y solo añade
-a la confusión de todos los demás conceptos-
una especie de abigarrado semidiós.
Alexander Herzen


Los guerrilleros suicidas que atacaron Washington y Nueva York el 11 de septiembre de 2001 hicieron algo más que matar a miles de civiles y demoler el World Trade Center. Destruyeron el mito dominante de Occidente. Las sociedades occidentales se rigen por la creencia de que la modernidad es una condición única, algo que es en todas partes igual y siempre benigno. A medida que las sociedades se hacen más modernas, también se vuelven más semejantes. Y al mismo tiempo se hacen mejores. Ser moderno significa realizar nuestros valores: los valores de la Ilustración, tal como nos gusta concebirlos.

No hay estereotipo que resulte más pasmoso que el que describe a Al Qaeda como un retroceso a los tiempos medievales. Es un subproducto de la globalización. Al igual que los cárteles de la droga de dimensiones mundiales y las corporaciones empresariales virtuales que se desarrollaron en los noventa, evolucionó en una época en la que la desregulación financiera había creado vastos fondos de riqueza en paraísos fiscales y el crimen organizado había adquirido carácter global. Su rasgo más característico -el de proyectar por todo el mundo una forma privada de violencia organizada- hubiera sido imposible en el pasado. De igual modo, la creencia de que es posible precipitar el advenimiento de un nuevo mundo mediante espectaculares actos de destrucción no se encuentra por ninguna parte en tiempos medievales. Los más próximos precursores de Al Qaeda son los anarquistas revolucionarios de la Europa de finales del siglo XIX.

Todo aquel que dude de que el terror revolucionario sea una invención moderna se las ha arreglado para olvidar la historia reciente. La Unión Soviética fue un intento de encarnar el ideal ilustrado de un mundo sin poder ni conflicto. En la procura de este ideal mató y esclavizó a decenas de millones de seres humanos. La Alemania nazi perpetró el peor acto de genocidio de la historia. Lo hizo con la intención de alumbrar un nuevo tipo de ser humano. Ninguna época anterior abrigó tales proyectos. Las cámaras de gas y los gulags son modernos.

Existen muchos modos de ser moderno, algunos de ellos monstruosos. Sin embargo, la creencia de que solo existe uno y de que siempre es bueno, tiene profundas raíces. Desde el siglo XVIII en adelante ha venido cuajando la creencia de que el incremento del conocimiento científico y la emancipación de la humanidad iban de la mano. Esta fe ilustrada -ya que pronto adquirió los atavíos de una religión- quedó expresada de la manera más clara en un exótico, y a veces grotesco, aunque amplia y prolongadamente influyente, movimiento intelectual de principios del siglo XIX que se llamó a sí mismo «positivismo».

Los positivistas creían que a medida que las sociedades fueran basándose cada vez más en la ciencia estarían abocadas a volverse más semejantes. El conocimiento científico engendraría una moralidad universal en la que el objetivo de la sociedad sería la máxima producción posible. Mediante la utilización de la tecnología, la humanidad ampliaría su poder sobre los recursos de la Tierra y vencería a las peores formas de escasez natural. La pobreza y la guerra podrían ser abolidas. Gracias al poder que le otorgaría la ciencia, la humanidad sería capaz de crear un mundo nuevo.

Siempre han existido desacuerdos respecto a la naturaleza de este mundo nuevo. Para Marx y Lenin, sería una anarquía igualitaria sin clases; para Fukuyama y los neoliberales, un mercado libre universal. Estas perspectivas de un futuro cimentado en la ciencia son muy diferentes, pero esto no ha debilitado en modo alguno el ascendiente de la fe que expresan.

A través de su profunda influencia sobre Marx, las ideas positivistas inspiraron el desastroso experimento soviético de una economía de planificación central. Cuando el sistema soviético se derrumbó, esas ideas resurgieron en el culto al libre mercado. Se llegó a la convicción de que únicamente el «capitalismo democrático» al estilo estadounidense es auténticamente moderno, y de que está destinado a difundirse por todas partes. De este modo, verá la luz una civilización universal y la historia llegará a su término.

Esto puede parecer un credo fantástico, y en efecto lo es. Lo que resulta más fantástico es que aún se crea ampliamente en él. Este credo da forma a los programas de los principales partidos políticos de todo el mundo. Guía las políticas de organismos como el Fondo Monetario Internacional. Anima la «guerra contra el terrorismo», una guerra en la que Al Qaeda es considerada como una reliquia del pasado.

Este punto de vista es simplemente erróneo. Al igual que el comunismo y el nazismo, el islam radical es moderno. Pese a que pretende ser antioccidental, recibe su forma tanto de la ideología occidental como de las tradiciones islámicas. Al igual que los marxístas y los neoliberales, los islamistas radicales consideran la historia como el preludio de un mundo nuevo. Todos están convencidos de que pueden reorganizar la condición humana. Si existe un único mito moderno, es éste.

En el mundo nuevo, tal como lo concibe Al Qaeda, el poder y el conflicto han desaparecido. Esto es un producto de la imaginación revolucionaria, no una receta para una sociedad moderna viable. Pero en esto, el mundo nuevo que imagina Al Qaeda no es diferente de las fantasías que proyectaban Marx y Bakunin, Lenin y Mao, ni de las de los apóstoles neoliberales que en fecha tan reciente anunciaron el fin de la historia. Al igual que estos modernos movimientos occidentales, Al Qaeda quedará varada en las imperecederas necesidades humanas.

El mito moderno afirma que la ciencia permite a la humanidad hacerse cargo de su destino. Sin embargo, la «humanidad» es en sí misma un mito, un vago residuo de fe religiosa. En realidad, solo hay seres humanos que utilizan el creciente conocimiento que les brinda la ciencia para procurar alcanzar sus fines en conflicto.



en Al Qaeda y lo que significa ser moderno, 2004











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