sábado, febrero 01, 2020

«Un sendero a la eternidad», de Shéi Zhīdào

Versión de Juan Carlos Villavicencio




Sentado junto al fuego
las estrellas iluminan mi recuerdo del joven Han.
La imagen de cuando subía al monte
a escribir mientras resonaba el canto del grillo.
Veía desde esa altura
los movimientos de la historia,
el poder pregonado por un poeta desde la equidad,
el poder pregonado por un general a través
          del orden de las cuentas.

Hijo de un sacerdote del templo,
el joven Han creyó ver el orden del cosmos,
pero había olvidado la música de su propio pueblo.
Ahí abajo, empobrecida,
la aldea todavía soportaba la hambruna y la sequía.
También el pago de tributos a la corte.

Dibujo con mi bastón en la tierra,
mientras oigo sus palabras abrazando el viento.
Pienso que bajo la luz de la luna nada hay de inesperado.
Pienso en sus nobles e inocentes amigos,
y recuerdo su miedo
cuando el pueblo levantó la voz.
Y otra vez la tierra se cubrió del color de las flores del cerezo.

El joven Han deambula perdido ahora
por los senderos junto al jardín del dios herido.
Vive retirado recordando el horror de los días,
sintiendo el viento del oriente
y el frío mar en el que moja sus pies
junto a una jarra de vino al recordar sus sueños.

No puedo reclamar el retorno de mi joven hermano,
porque sé que ahí, inmóvil frente al río,
ve pasar el círculo de las estaciones
y no recuerda que la tierra y las estrellas
son una y son la misma,
así como la aldea, el templo, el pueblo, la corte y el bosque
la esperanza de cada huella
que vamos dejando camino a la eternidad.





en Poesía política de la Antigua China (edición corregida), 1976
















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