Amarro mi
blanca barcaza a la orilla
del río
rebosante. El agua está plateada
por la luna.
El cerrojo verde de la puerta
de piedra
está forzado y roto.
Las ondas
están heladas en sus ojos.
El rocío ha
desteñido los rubíes de sus labios.
Contamos los
destellos de los barcos pesqueros,
dispersos
entre los brumosos témpanos de hielo.
Fantasma
tras fantasma se siente en los
antiguos
túmulos a tocar salterios.
Mil cirios
que resplandecen en la noche
se
desprenden de la melodía.
Las nubes
errantes se inclinan, torpes,
a escuchar.
Cuando una cuerda se rompe,
todos los
dedos se esfuman, solo quedan
relucientes
pétalos de nieve.
en El barco de orquídeas (Antología), 2007
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