El
medio digital es un medio de presencia. Su temporalidad es el presente
inmediato. La comunicación digital se distingue por el hecho de que las
informaciones se producen, envían y reciben sin mediación de intermediarios. No
son dirigidas y filtradas por mediadores. La instancia intermedia que
interviene es eliminada siempre. La mediación y la representación se
interpretan como intransigencia e ineficiencia, como congestión del tiempo y de
la información.
Un
clásico medio electrónico de las masas, como la radio, solo admite una
comunicación unilateral. En virtud de su estructura anfiteatral, no es posible ninguna interacción. Su irradiación radiactiva, por así decirlo, queda sin
reverberación. Irradia en una dirección. Los receptores del mensaje son
condenados a la pasividad. La red se diferencia por completo en su topología
del anfiteatro, que tiene un centro irradiante. Este centro se manifiesta
también como instancia del poder.
Hoy
ya no somos meros receptores y consumidores pasivos de informaciones, sino
emisores y productores activos. Ya no nos basta consumir informaciones
pasivamente, sino que queremos producirlas y comunicarlas de manera activa.
Somos consumidores y productores a la vez. Esta doble función incrementa
enormemente la cantidad de información. El medio digital no solo ofrece ventanas
para la visión pasiva, sino también puertas a través de las cuales llevamos
fuera las informaciones producidas por nosotros mismos. Windows son ventanas con puertas que, sin espacios ni instancias
intermedios, comunican con otras ventanas. A través de las ventanas no
miramos a un espacio público, sino a otras ventanas. En eso se distinguen los
medios digitales de los medios de masas como la radio o la televisión. Medios
como blogs, Twitter o Facebook liquidan la mediación de la comunicación, la
desmediatizan. La actual sociedad de la opinión y la información descansa en
esta comunicación desmediatizada. Cada uno produce y envía información. Esta
desmediatización de la comunicación hace que los periodistas, estos
representantes en tiempos elitistas, estos hacedores de opinión —es más, sacerdotes de la opinión—, parezcan
superfluos y anacrónicos. Este medio digital liquida toda clase sacerdotal. La
desmediatización general pone fin a la época de la representación. Hoy cada uno
quiere estar presente, él mismo, y presentar su opinión sin ningún
intermediario. La representación cede el paso a la presencia, o a la copresentación.
La
creciente presión de desmediatización se apodera también de la política. Pone
en apuro a la democracia representativa. Los representantes políticos no se
muestran como transmisores, sino como barreras. Y así, la presión de
desmediatización se presenta como exigencia de más participación y
transparencia. Precisamente a esta evolución medial debe su éxito inicial el
Partido Pirata. La creciente exigencia de presencia, que el medio digital
engendra, constituye una amenaza general para el principio de la representación.
Con
frecuencia, la representación funciona como un filtro, que produce un efecto
muy positivo. Actúa seleccionando y hace posible la exclusiva. Por ejemplo, las
editoriales, con un programa exigente, llevan a cabo la formación cultural,
intelectual. Y los periodistas incluso ponen en peligro su vida para
escribir reportajes cualificados. En cambio, la desmediatización conduce, en
muchos ámbitos, a una masificación. El lenguaje y la cultura se vuelven
superficiales, se hacen vulgares. Bella Andre, exitosa autora estadounidense,
observa: «Yo puedo sacar mis libros deprisa. No tengo que empezar por persuadir
a los agentes de mis ideas. Puedo escribir exactamente el libro que mis
lectores quieren. Yo soy el público de mis lectores».[1] No hay ninguna
diferencia esencial entre «yo soy el público de mis lectores» y «yo soy mi
electorado». «Yo soy mi electorado» significa el final del político en sentido
enfático, a saber, de aquel político que se aferra a su propio punto de vista
y, en lugar de andar en conformidad con sus electores, se anticipa a ellos con
su visión. Desaparece el futuro como tiempo del político.
La
política como acción estratégica necesita un poder de la información, a saber,
una soberanía sobre la producción y distribución de la información. En
consecuencia, no puede renunciar por completo a aquellos espacios cerrados en
los que se retiene información de manera consciente. La confidencialidad
pertenece con necesidad a la comunicación política, es decir, estratégica. Si
todo se hace público sin mediación alguna, la política ineludiblemente pierde
aliento, actúa a corto plazo y se diluye en pura charlatanería. La transparencia
total impone a la comunicación política una temporalidad que hace imposible una
planificación lenta, a largo plazo. Ya no es posible dejar que las cosas maduren.
El futuro no es la temporalidad de la transparencia. La transparencia está
dominada por presencia y presente.
Bajo
el dictado de la transparencia, las opiniones disidentes o las ideas no usuales
ni siquiera llegan a verbalizarse. Se osa apenas algo. El imperativo de la
transparencia engendra una fuerte coacción y conformismo. Y, lo mismo que la
permanente vigilancia a través del video, hace surgir el sentimiento de estar
vigilados. Ahí está su efecto panóptico. En definitiva, se llega a una
unificación de la comunicación, o a la repetición de lo igual:
La
constante observación medial condujo a que nosotros [los políticos] no éramos
libres para discutir, en una tertulia confidencial, temas y posiciones
provocativos o impopulares. Hemos de contar, en efecto, con que hay alguien que
transmite eso a los medios.[2]
Dirk
von Gehlen, quien mediante crowdfunding (financiación masiva) financia el
proyecto de libro Hay una nueva versión
disponible, pretende hacer transparente el escribir mismo. Pero ¿qué
escritura sería esa que fuera por completo transparente? Para Peter Handke, el
acto de escribir es una expedición solitaria, que irrumpe en lo desconocido, en
lo no transitado. Con eso se pone en el mismo plano que la acción o que el
pensamiento en sentido enfático. También Heidegger, pensando, se adentra en lo
no transitado. A su juicio, el golpe de alas del Eros lo toca cada vez que
da un paso esencial en el pensamiento y se atreve a entrar en lo no
transitado.[3] La exigencia de hacer transparente el escribir mismo equivale a
su eliminación. Escribir es una acción exclusiva, mientras que el escribir
colectivo, transparente, es meramente aditivo. No es capaz de engendrar lo completamente
otro, lo singular. El escribir transparente une informaciones tan solo de modo
aditivo. El modo de proceder de lo digital es la adición. Semejante exigencia
de transparencia va mucho más allá de la participación y de la libertad de la
información. Anuncia un cambio de paradigma. Es normativo en cuanto su mandato
dicta qué es y qué ha de ser. Define un nuevo ser.
Michel
Butor, en una entrevista, constata una crisis del espíritu, que se manifiesta
también como crisis de la literatura: «No solo vivimos en una crisis de la
economía, vivimos también en una crisis literaria. La literatura europea está
amenazada. Lo que ahora experimentamos en Europa es precisamente una crisis del
espíritu».[4] Si preguntamos a Butor en qué reconoce esta crisis del espíritu,
responde:
Desde hace diez o veinte años apenas sucede nada más
en la literatura. Hay un diluvio de publicaciones y, sin embargo, nos hallamos
en una pausa espiritual. La causa es una crisis de la comunicación. Los nuevos
medios de comunicación son admirables, pero producen un ruido enorme.
El
medio del espíritu es el silencio. Sin duda, la comunicación digital destruye
el silencio. Lo aditivo, que engendra el ruido comunicativo, no es el modo de
andar del espíritu.
Notas
[1] Die Zeit, edición del 23
de agosto de 2012.
[2] Entrevista con Ole von Beust, exalcalde de Hamburgo, en Die Zeit, edición del 31 de enero de
2013.
[3] M. Heidegger, Briefe Martin
Heideggers an seine Frau Elfride 1915-1970, Múnich, DVA, 2005, p. 264. (Trad.
cast.: ¡Alma mía! Cartas a su mujer
Elfride 1915-1970, Buenos Aires, Manantial, 2008).
[4] Die Zeit, edición del 12
de julio de 2012.
en
En el enjambre, 2013
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