lunes, julio 29, 2019

“El tiempo de la fiesta”, de Byung-Chul Han





Hoy día las cosas ligadas al tiempo envejecen mucho más deprisa que antes. Caen rápidamente en el pasado y se sustraen a la atención. El presente se reduce a la punta de la actualidad. Así el tiempo pierde duración. La causa del encogimiento del presente y de la duración que desaparece no es la aceleración, contra lo que se cree de manera errónea. Más bien, el tiempo, a manera de un alud, se precipita hacia adelante porque no tiene ya ningún soporte. Aquellas puntas del presente entre los que no hay ninguna fuerza de atracción temporal y ninguna tensión, pues son meramente aditivas, desatan el arrastre del tiempo, que conduce a la aceleración sin dirección, es decir, sin sentido.

El depresivo no es capaz de ninguna conclusión. Y sin conclusión se desvanece todo. No se forma ninguna imagen propia estable, que sería también una forma de conclusión. No es casual que la indecisión, la incapacidad de resolución, sea un síntoma de la depresión. La depresión es característica de un tiempo en el que se ha perdido la capacidad de concluir, de terminar. También el pensamiento presupone la capacidad de concluir, de mantenerse dentro y de demorarse. En eso se distingue del cálculo. Así el pensamiento no se puede acelerar por capricho, en contraposición al cálculo. Los síntomas del Information Fatigue Syndrom, es decir, del cansancio de la información, incluyen la incapacidad de pensar analíticamente. Tal síndrome es la incapacidad de concluir e inferir. Por tanto, la masa de información acelerada ahoga el pensamiento. También el pensamiento necesita un silencio. Hay que poder cerrar los ojos.

El sujeto del rendimiento es incapaz de concluir. Se rompe bajo la coacción de tener que producir cada vez más. Precisamente esta incapacidad de cerrar y concluir conduce al síndrome de Burnout. Y en un mundo donde la conclusión y la terminación han dado paso a una continuación sin final ni dirección, no es posible morir, pues también morir presupone la capacidad de concluir la vida. Quien no es capaz de morir a su debido tiempo, tiene que sucumbir a destiempo.

El tiempo de la fiesta no es un periodo de distensión o distracción. La fiesta es ella misma una forma de terminación. Hace que comience un tiempo completamente distinto. La fiesta, como las celebraciones en los tiempos originarios, procede del contexto religioso. La palabra latina «feriae» tiene un origen sagrado y significa el tiempo destinado a las acciones religiosas. «Fatum» es un lugar sagrado, consagrado a la divinidad, o sea, el lugar de culto destinado a la acción religiosa. La fiesta comienza donde termina el trabajo como acción profana (literalmente: que está ante el circuito sagrado). El tiempo de la fiesta es diametralmente opuesto al tiempo de trabajo. La terminación del trabajo, como víspera de la fiesta, anuncia un tiempo sagrado. Si se suprime esa frontera o ese umbral, que separa lo sagrado de lo profano, queda solo lo banal y cotidiano, es decir, el mero tiempo de trabajo. Y el imperativo del rendimiento lo explota.

La sociedad del cansancio toma al tiempo mismo como rehén. Lo encadena al trabajo y lo transforma en tiempo de trabajo. El tiempo de trabajo es un tiempo sin conclusión, sin principio ni fin. No exhala aroma. La pausa, como pausa de trabajo, no marca ningún otro tiempo. Es solo una fase del tiempo de trabajo. Hoy no tenemos más tiempo que el del trabajo. El tiempo de trabajo se ha totalizado como el único tiempo. Hace mucho que hemos perdido el tiempo de la fiesta. Nos es completamente extraño el final del trabajo como final de la fiesta. Nos llevamos el tiempo de trabajo no solo a las vacaciones, sino también al sueño. Por eso hoy dormimos tan inquietos. En este sentido también la relajación es un mero modo del trabajo, en cuanto sirve a la organización de la fuerza de trabajo. El recreo no es lo otro del trabajo, sino su producto. Tampoco la desaceleración o la lentitud por sí solas pueden engendrar otro tiempo. Es también una consecuencia del tiempo de trabajo acelerado. Ralentiza solamente el tiempo de trabajo, sin transformarlo en otro tiempo. En contraposición a la opinión difundida entre una mayoría, la desaceleración no elimina la crisis actual del tiempo, es más, la enfermedad de la época. La desaceleración no produce ninguna curación. Más bien, ella es un mero síntoma. Con el síntoma no puede curarse la enfermedad. Hoy es necesaria una revolución del tiempo, que produzca otro tiempo, un tiempo del otro, que no sería el del trabajo, una revolución del tiempo que devuelva a este su aroma.



en Por favor, cierra los ojos, 2016











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