Hoy día las cosas ligadas al tiempo
envejecen mucho más deprisa que antes. Caen rápidamente en el pasado y se
sustraen a la atención. El presente se reduce a la punta de la actualidad. Así
el tiempo pierde duración. La causa del encogimiento del presente y de la
duración que desaparece no es la aceleración, contra lo que se cree de manera
errónea. Más bien, el tiempo, a manera de un alud, se precipita hacia adelante
porque no tiene ya ningún soporte. Aquellas puntas del presente entre los que
no hay ninguna fuerza de atracción temporal y ninguna tensión, pues son
meramente aditivas, desatan el arrastre del tiempo, que conduce a la
aceleración sin dirección, es decir, sin sentido.
El depresivo no es capaz de ninguna
conclusión. Y sin conclusión se desvanece todo. No se forma ninguna imagen
propia estable, que sería también una forma de conclusión. No es casual que la
indecisión, la incapacidad de resolución, sea un síntoma de la depresión. La
depresión es característica de un tiempo en el que se ha perdido la capacidad
de concluir, de terminar. También el pensamiento presupone la capacidad de
concluir, de mantenerse dentro y de demorarse. En eso se distingue del cálculo.
Así el pensamiento no se puede acelerar por capricho, en contraposición al
cálculo. Los síntomas del Information Fatigue Syndrom, es decir, del cansancio
de la información, incluyen la incapacidad de pensar analíticamente. Tal
síndrome es la incapacidad de concluir e inferir. Por tanto, la masa de
información acelerada ahoga el pensamiento. También el pensamiento necesita un
silencio. Hay que poder cerrar los ojos.
El sujeto del rendimiento es incapaz
de concluir. Se rompe bajo la coacción de tener que producir cada vez más. Precisamente
esta incapacidad de cerrar y concluir conduce al síndrome de Burnout. Y en un
mundo donde la conclusión y la terminación han dado paso a una continuación sin
final ni dirección, no es posible morir, pues también morir presupone la
capacidad de concluir la vida. Quien no es capaz de morir a su debido tiempo,
tiene que sucumbir a destiempo.
El tiempo de la fiesta no es un
periodo de distensión o distracción. La fiesta es ella misma una forma de
terminación. Hace que comience un tiempo completamente distinto. La fiesta,
como las celebraciones en los tiempos originarios, procede del contexto
religioso. La palabra latina «feriae» tiene un origen sagrado y significa el
tiempo destinado a las acciones religiosas. «Fatum» es un lugar sagrado,
consagrado a la divinidad, o sea, el lugar de culto destinado a la acción
religiosa. La fiesta comienza donde termina el trabajo como acción profana
(literalmente: que está ante el circuito sagrado). El tiempo de la fiesta es
diametralmente opuesto al tiempo de trabajo. La terminación del trabajo, como
víspera de la fiesta, anuncia un tiempo sagrado. Si se suprime esa frontera o
ese umbral, que separa lo sagrado de lo profano, queda solo lo banal y
cotidiano, es decir, el mero tiempo de trabajo. Y el imperativo del rendimiento
lo explota.
La sociedad del cansancio toma al
tiempo mismo como rehén. Lo encadena al trabajo y lo transforma en tiempo de
trabajo. El tiempo de trabajo es un tiempo sin conclusión, sin principio ni
fin. No exhala aroma. La pausa, como pausa de trabajo, no marca ningún otro
tiempo. Es solo una fase del tiempo de trabajo. Hoy no tenemos más tiempo que
el del trabajo. El tiempo de trabajo se ha totalizado como el único tiempo.
Hace mucho que hemos perdido el tiempo de la fiesta. Nos es completamente extraño
el final del trabajo como final de la fiesta. Nos llevamos el tiempo de trabajo
no solo a las vacaciones, sino también al sueño. Por eso hoy dormimos tan
inquietos. En este sentido también la relajación es un mero modo del trabajo,
en cuanto sirve a la organización de la fuerza de trabajo. El recreo no es lo otro del trabajo, sino su producto.
Tampoco la desaceleración o la lentitud por sí solas pueden engendrar otro
tiempo. Es también una consecuencia del tiempo de trabajo acelerado. Ralentiza
solamente el tiempo de trabajo, sin transformarlo en otro tiempo. En
contraposición a la opinión difundida entre una mayoría, la desaceleración no
elimina la crisis actual del tiempo, es más, la enfermedad de la época. La
desaceleración no produce ninguna curación. Más bien, ella es un mero síntoma.
Con el síntoma no puede curarse la enfermedad. Hoy es necesaria una revolución
del tiempo, que produzca otro tiempo, un tiempo del otro, que no sería el del
trabajo, una revolución del tiempo que devuelva a este su aroma.
en Por favor,
cierra los ojos, 2016
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