Cerca del centro de la plaza, a la
sombra de un árbol, un grupo de hombres se había reunido. Uno de ellos, su piel
pálida y verdosa, parecía que describía una intrincada pelea. Era casi
imposible entender sus palabras; sus ademanes eran amplios y violentos: se
tocaba la cara, bosquejaba los párpados, mostraba el pecho, y una larga
cicatriz que le atravesaba el vientre.
Más tarde por la noche, alguien
explicó que aquel hombre era un brujo, y que esa tarde había narrado la
historia del nacimiento de su hijo. Había dicho que una mañana, cuando se
inclinaba para beber en el río, había visto su cara reflejada en la corriente.
Estaba transformado: sus ojos se veían rasgados, y su boca se confundía con su
nariz. Sacudió la cabeza, y volvió a verse tal y como era. Un dolor había
comenzado a traspasarle. Con dificultad, a ratos arrastrándose, subió por el
sendero y llegó hasta una caverna. Entró y se quedó allí, sin aliento. Miró o
alucinó una llama que ardía en su abdomen; se inclinaba hacia el este, aunque
no soplaba el viento. Permaneció ahí en la oscuridad durante siete días, sin
comer, sin beber, sin moverse. Una mañana, antes del alba, fue visitado por dos
mujercitas del tamaño de una cabeza. Danzaron las dos, o pelearon,
frenéticamente sobre su vientre. Al final una de ellas yacía sin vida, junto a
su ingle. Entonces la otra le abrió el vientre al brujo con un cuchillo de
piedra, y se hundió en la herida, llevándose con ella el cuerpo de la otra.
Cuando ya el brujo se creía muerto, un pájaro como una luz salió volando de su
vientre. Describió un círculo blanco y después uno rojo sobre su cuerpo, y
desapareció allá lejos en el cielo.
en 1986 Cuentos
completos, 2014
No hay comentarios.:
Publicar un comentario