Son las tres de la tarde y hay gente que camina apurada hacia
sus casas. Cruzan ululando dos patrulleras y una ambulancia. La pareja pasa en
dirección a la Plaza Chacabuco. Ella va con la cartera apretada contra su
pecho, llorando desconsolada. ¡Traidores!, grita de pronto, con la cara vuelta
hacia el cielo. El hombre intenta ponerle la mano en la boca: cálmate, mujer.
Ella se encabrita, revienta, indignada le da carterazos: gato mojado, pura boca
no más ustedes. ¡No afloje, presidente! Él la tironea del brazo. Los miran. Hay
gente vigilando detrás de las ventanas. Una vieja le grita un insulto. Ella se
zafa. Entonces caminan un momento en silencio. Un avión pasa por sobre sus
cabezas, a lo lejos se escuchan explosiones y esa imparable balacera. Ella llora,
pero al llegar a una esquina se da vuelta y se le planta por delante al hombre
clavándolo en la vereda con sus ojos grandes. Te lo advierto clarito, güevón,
clarito. Si esto sigue así, tú harás lo que quieras, pero yo me vengo mañana
mismo con los chiquillos a La Moneda y que nos maten a todos, a todos, me
entendiste, yo no voy a vivir con milicos desgraciados, le grita en plena cara.
Él baja los hombros, la toma del brazo y sigue caminando.
en
Las malas juntas, 2010
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