En el lienzo veía espacio. Afuera, concentraciones y grupos que hablaban sin pronunciar palabras. Presencia indescodificable. La violencia fue un aumento. Había días en que todas las carreteras amanecían cerradas, barricadas por toda la ciudad, parecía zona de guerra. Y dentro de esta guerra, ¿dónde estaban mis lienzos? Ya no era posible pintar nada. Estaba intoxicado por los rostros, por los gestos, por la angustia, la razón, la ausencia, el verano. La exaltación de nuestro desconocimiento. Había que salir a la calle, oler la ciudad ardiendo, quemar todos los cuadros. Arder con nuestra fe para abrir los ojos. Beckett por todas partes. El desgarrado grito del silencio. Entonces comencé a grabarlo todo. Está rítmica tenía que impulsar un nuevo aliento.
* * *
El domingo de mercado era un cuadro imponente. Había flores, animales, frutas, juguetes, zapatos: color, texturas, colores y por todos lados gente. La gente era una unidad, un aglomerado, un organismo. Algo sucedía, era un acontecimiento que no podía observarse en perspectiva, no era un Guernica con capas narrativas, era más integral, volumen, color, olor. Mangos con chile, panes, yerbas. Ya no podía sacar fotos, el sonido me atravesaba, me decía que siempre hay algo más. Las ramas de los árboles, el color de las paredes, el sonido de las carpas, la propia vida meciéndose, Y el tiempo inmóvil, en una luz que lo iluminaba todo. Los ojos, los tonos de la voz, el intercambio material en una emoción, cabellos, sombreros, sudor sobre la piel, toros, perros, gallinas. Guajolotes extendiendo las alas, un símbolo de unidad más antiguo que cualquier mitología.
Publicado por Luz & Sonido, Oaxaca, 2017
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