Slavoj
Zizek -considero- es el primer filósofo pop. Está de moda. No solo se ha
difundido su obra a través de medios tradicionales, especialmente la escritura
y también registros de diálogos. Zizek ha ido más lejos, observando con
zagacidad que otros medios de difusión masiva, en el contexto de la
globalización, resultan de mayor alcance, haciéndose parte y protagonista de
películas hollywoodenses, en principio neutrales, pero con un dejo aromático a
propaganda. ¿Cúal? Usted decida.
Esloveno
de nacionalidad y de profesión: filósofo, sociólogo y psicoanalista. Se
considera a sí mismo un intelectual de izquierdas, no obstante también un
crítico radical de la vieja izquierda.
Hace
poco me encontré con una excelente producción de dos partes: “Guía perversa
para la ideología”. Zizek protagoniza una exégesis, principalmente de
reconocidas producciones cinematográficas, con una simpática e ingeniosa puesta
en escena: se reproducen escenarios de calcada tramoyería con las susodichas
películas, en secuencias alternadas, mientras va hilando su monólogo. También
adopta los disfraces de los personajes (a veces lo vemos en las barcaza de Tiburón, o tirado en la cama del Taxi Driver, o ahogándose en las escenas finales de Titanic). Un verdadero show.
Va
elaborando un discurso en el que deconstruye, es decir, remueve uno a uno,
ladrillo por ladrillo, el edificio de las ideas, para determinar qué
conclusiones sustanciales podemos obtener de estos monumentales relatos. En
otras palabras, nuevas ideas sobre ruinas de ideas. Me refiero a los relatos
que justifican los sistemas de creencias. Realiza una acuciosa crítica de toda
ideología (siglos XX y XXI), repasando desde el nazismo a las revoluciones
comunistas, y pasando por el capitalismo y credos religiosos tales como el
cristianismo o el judaísmo, y toda suerte de instituciones orientadas a la
dominación mediante el uso propagandístico de los medios de comunicación. No
deja títere con cabeza, sosteniendo que todo sistema ideológico es una farsa en
la superficie, y que aquél requiere de una “noble fábula” (engaño), al decir de
Platón, para autoperpetuarse.
Sostiene
que la libertad solo se logra, no cambiando la realidad para lograr los sueños,
sino cambiando los sueños para cambiar la realidad. Concluye en aporía y algo
así como una “utopía antiutópica” citando al filósofo Walter Benjamin: “Las
verdaderas revoluciones no deben orientarse a cambiar el futuro, sino a redimir
las revoluciones fracasadas”. Luego, un fatalismo ideológico y ninguna
propuesta concreta. Curiosamente muere ahogado, igual que Di Caprio en Titanic, pero dejando su antebrazo
empuñado mientras se hunde. O sea nada ni nada: ¡tan tan! ¿Quiere quedar bien
con los comunistas?
Para
no ser injusto, debo recomendar el documental, más allá mi valoración, pues es
realmente interesante y vale la pena verlo.
Chomsky,
eminente pensador y también intelectual de izquierdas, le trata abiertamente de
charlatán: “... Dice [Usted] que su trabajo
es cada vez más influyente… Permítame que lo dude. Yo creo que sus poses y posturitas son cada vez más
influyentes. ¿Me puede usted decir a qué trabajo se refiere? Porque lo que es
yo, no lo encuentro. Es un buen actor. Hace puestas en escena y que las cosas
parezcan apasionantes, ¿pero encuentra usted algún contenido? Yo no”.
Suscribo.
en Publimetro, 27 de marzo de 2015
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