Cada día aplastaba su rostro de niño contra la vitrina de la
panadería, cuya chimenea encañonaba el cielo y tiznaba la túnica de San Pedro y
la otra mejilla de los ángeles. El dueño le decía que el pan era el rostro de
Dios: “Hay que aprender a ganarlo con el sudor de la frente”.
Ahora es hombre flaco... y ateo.
en
Cien microcuentos chilenos, 2002
Juan
Armando Epple, antologador
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