A veces voy a un cine porno
y examino las películas intentando dar con un rostro
que recuerde de mi juventud.
Luego pierdo el hilo, y conduzco por ahí
hasta que lo encuentro envuelto en sombras,
en otra cara. Entonces abro la puerta de mi auto
y tomo amor por la fuerza.
Mi Mercedes aún huele a vacío
siete años después. El polvo
de mil enormes botas de excursionista,
de zapatillas de tenis y sandalias,
se va difuminando poco a poco en la tapicería
a los pies del asiento de al lado, donde los tipos
se han plantado como si de un tronco se tratase
durante largos proyectos, repantigados en el vinilo,
después de haber ojeado el interior desde la acera,
como el que mira dentro del pozo de los deseos.
Esta noche me abrí paso por el tráfico,
merodeé en busca de un hombre joven
que fuese parecido a una sombra,
y entonces vi a ese tipo mirando a través de mí
como si no estuviera, meneando las caderas
dentro de sus jeans holgados, de camino al centro,
con una imprecisa idea en su cabeza.
Vendrá conmigo y hará lo que yo hago.
Nada más le interesa a este lado de la muerte.
Él también se está marchando lejos, como yo.
Y lo puedo llevar hasta allá
porque mi ruta conduce hasta esa zona,
como si fuese aquel hombre que, hace muchos años,
tras reunir a su ganado perdido en la nieve,
se quedó sin gasolina
y acabó helándose de camino a casa.
Ahora nos acariciamos en este auto negro,
en una carretera secundaria, hasta el entumecimiento.
en Dream Police (antología), 2002
Traducción:
Jesús Llorente Sanjuán
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