martes, agosto 14, 2018

“In aeternum”, de Luis Correa-Díaz





Adán se dormía a propósito todas las santas noches, cada vez más temprano y hasta más tarde, para soñar siempre el mismo sueño. En realidad habían pasado varios años y el jardín daba pena. Hasta que Dios, harto del asunto –aunque quizás también algo conmovido por la mala suerte de esa criatura que le había estado ayudando desde entonces con los nombres de las cosas-, le arrancó el sueño del cuerpo y se lo dejó como una flor palpitante entre las sábanas. Estaba seguro de que ahora sí lo haría feliz y que se lo iba a agradecer in aeternum, que así volvería a hablarle y a trabajar por su paraíso en la tierra. Pero Adán esa misma noche, mientras soñaba profundamente aquel único sueño que tenía, sufrió un fulminante ataque al corazón y no pudo despertar ya nunca más para ver que enroscada a él por fin estaba durmiendo, fragante y desnuda, Eva.



en Cien microcuentos chilenos, 2002











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