Adán se dormía a propósito todas las santas noches, cada vez
más temprano y hasta más tarde, para soñar siempre el mismo sueño. En realidad
habían pasado varios años y el jardín daba pena. Hasta que Dios, harto del
asunto –aunque quizás también algo conmovido por la mala suerte de esa criatura
que le había estado ayudando desde entonces con los nombres de las cosas-, le
arrancó el sueño del cuerpo y se lo dejó como una flor palpitante entre las
sábanas. Estaba seguro de que ahora sí lo haría feliz y que se lo iba a
agradecer in aeternum, que así volvería a hablarle y a trabajar por su paraíso
en la tierra. Pero Adán esa misma noche, mientras soñaba profundamente aquel
único sueño que tenía, sufrió un fulminante ataque al corazón y no pudo
despertar ya nunca más para ver que enroscada a él por fin estaba durmiendo,
fragante y desnuda, Eva.
en
Cien microcuentos chilenos, 2002
No hay comentarios.:
Publicar un comentario