Yo le dije al mariscal de campo con todo respeto:
-Usted me envía al matadero. Está previsto que en este ataque
nadie escapará con vida. Ahora bien, usted me obliga a disparar con este torpe
fusil que tiene un corcho en la punta, mi general. Usted me dice que esperamos
la hora cero para asaltar al enemigo que nos espera con las ametralladoras camufladas
en las casamatas. Mi capitán, no es que yo sea cobarde. Saludo a la bandera
antes de partir, soy joven, difícil sostener que tengo derecho a la vida y la
guerra es la guerra, eso está claro, mi cabo, pero el hecho de que yo me haya
enredado con su mujer, después de todo, se puede arreglar con un trato de
caballeros. En todo caso, cuando se acueste con ella dígale que mis últimas
palabras fueron: ¡Viva la patria, viva el amor!, pero no le dé mayores detalles
cuando se ponga a llorar y salga a buscarme en medio de la noche, mi sargento
cornudo.
en
Epifanía cruda, 1974
No hay comentarios.:
Publicar un comentario