lunes, febrero 19, 2018

“En la quietud de la tarde”, de Manuel Magallanes Moure




 
En la quietud de la tarde,
frente a la abierta ventana
que ensombrecían los árboles
de la calle solitaria,

hablamos de mi partida.
Hablamos. La voz cansada
del anciano me decía:
“No se apresure”. Y la franca

voz de la joven señora:
“Quédese aún, no se vaya”.
Yo sonreía con pena,
murmurando: “Gracias, gracias”.

Sólo tú en aquel momento
permanecías callada
mirando los viejos árboles
de la calle solitaria.

Busqué tus ojos y fijos
en la lejanía estaban
y con oculta alegría
los vi anegados en lágrimas.

Llanto leve y silencioso
sobre la aridez de mi alma.
Fue como en campo sediento
onda fresca de agua clara.

Seguía hablando el anciano,
la joven señora hablaba
y yo, mirando el tranquilo
correr de tus lentas lágrimas,

dije con voz temblorosa:
“Me quedo”. Siempre callada,
volviste hacia mí los ojos,
se unieron nuestras miradas,

y en aquel punto, al risueño
repicar de una campana,
en mi viejo corazón
volvió a cantar la esperanza.



en La casa junto al mar, 1918










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