A
un siglo de la invención del penal
El 15 de setiembre de 1891 el Notts
County le iba ganando como visitante al Stoke City por uno a cero. Faltaban
cuatro minutos para el final cuando el puntero derecho del Stoke eludió a dos
adversarios y encaró el arco haciendo una diagonal. Un suave otoño iluminaba
las islas británicas mientras el escandaloso Oscar Wilde entraba en la cárcel
de Reading. Lejos de allí, en Buenos Aires, el partido opositor al régimen
«falaz y descreído» se quebraba en dos y Alem e Irigoyen fundaban la Unión
Cívica Radical. Tío y sobrino habían participado de una revolución y planeaban
otra, ignorantes del apuro que tenía el delantero del Stoke por acercarse al
arco del que ya empezaba a salir el guardián con los brazos levantados y la
gorra metida hasta las orejas.
Wilde había publicado El retrato de Dorian Grey y la justicia
victoriana no vaciló en enviarlo a la cárcel por ostentosa apología de la
homosexualidad. Ese escándalo, como la renuncia del príncipe Bismarck, el
«Canciller de hierro» de Prusia, habrán sido evocados por el fogoso Leandro
Alem en las tertulias del café Tortoni, donde se comentaban los despachos de
Europa. Entre tanto, el wing del
Stoke eludía a un tercer defensor y se perfilaba para calcular su tiro mientras
el arquero dudaba a mitad de camino y un half
del Notts cruzaba, desesperado, para cubrir su valla.
Aquel día de setiembre ocurrían otras
cosas inolvidables en el mundo. Había comenzado la construcción del ferrocarril
transiberiano, Claude Monet acaba de pintar Las
ninfas y Émile Zola gozaba el grandioso éxito de La bestia humana.
Abstraído, el arquero del Notts pensó
que no había abandonado su arco en vano: aquellos veinte pasos habían achicado
el ángulo de tiro del adversario y lo obligaron a sacar un remate alto que
describió una comba y fue a rebotar en el travesaño. Mucho público miraba el
partido y los seguidores del Stoke se pusieron de pie al ver que la pelota
picaba y quedaba de nuevo para el puntero. El half del Notts llegaba a grandes zancadas y el arquero volvía sobre
sus pasos, lo que obligó al delantero a tirar con el pie izquierdo, que no era
el que más le obedecía. Pero le pegó bien. La pelota iba ya por el empate y los
del Stoke festejaban, olvidados del pequeño half,
que empezaba a planear a media altura, con los brazos extendidos, como si se
arrojara a una piscina. El half
aterrizó sobre la raya y ante un mundo de miradas atónicas alcanzó a manotear
la pelota y desviarla del arco.
Algunos festejaron igual porque
estaba prohibido jugar el balón con la mano. En Cosas del fútbol el especialista chileno Francisco Mouat cuenta que
el árbitro vaciló pero aplicó el reglamento a la letra. Tiro libre. Indiferente
a las propuestas y los forcejeos colocó el balón a treinta centímetros de la
línea del gol y dejó que los jugadores se ubicaran a su antojo. Naturalmente,
todo el equipo del Notts se alineó sobre la raya y por más que sus rivales
patearon durante un minuto, la pelota rebotaba una y otra vez en los
defensores. El partido terminó uno a cero para el Totts pero hubo tal pelea y
escándalo que el Stoke reclamó una indemnización de mil libras esterlinas por
habérsele impedido por medios antirreglamentarios convertir su gol cantado.
En los días siguientes todos los
especialistas en football discutieron
la interpretación de las reglas y, al fin, la Liga Inglesa propuso una
solución: debía marcarse un área de protección de 16,50 metros en torno de los
arcos y el team que cometiera
infracción dentro de ese perímetro sería sancionado con lo que iba a llamarse
un penalty. Se trataba de un curioso
tiro desde once metros, sin obstrucción alguna y con expresa prohibición al
arquero de mover los pies antes del remate.
Había nacido el penal, uno de los
mayores dramas del fútbol. Tan compleja y sutil es su sanción y ejecución que
Pedro Escartín, el mayor especialista del mundo, le dedica veintiséis páginas
de la 37a edición de su Reglamento
comentado. Mucho después vinieron la ley de fuera de juego, la distancia
para la barrera y otras sofisticaciones ahora en discusión.
Un siglo después el transiberiano
casi no existe, la obra de Oscar Wilde ha sido olvidada y la Unión Cívica
Radical no es más revolucionaria, pero el tiro penal se repetirá como una
ceremonia infinita, cada día, hasta el fin de los tiempos.
en Arqueros,
ilusionistas y goleadores, 1998
Publicado inicialmente en Página/12, el 15 de
septiembre de 1991
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