Una bailarina que practicaba en público el desnudo total,
llevada por un exceso de entusiasmo dejó caer un seno en el escenario. Luego
invitó al más curioso de los espectadores a mirar por ese ojo prohibido. En el
fondo de la pieza estaba tejiendo una señora de edad de aspecto respetable.
Afuera llovía sin consuelo y hasta se escuchaba un piano triste, blando,
sonando muy bajo, suave como si tuviese frío, lo que no era efectivo.
en
Epifanía cruda, 1974
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