Sobre Carne blanca, de Jessica Atal
1. En el tiempo del inicio comienza el desplazamiento, “colina
abajo”, como introduce Rey Rosa. Hay, claro, un ligero temor; digamos ahora,
pudor de comenzar, pudor al relatar el nacimiento de la Cordillera (después se
especifica: “el demonio no procrea”). Así es como inicia la promesa del acontecer,
del suceder, del lenguaje expulsado
en forma de cascada, en la que sigue apareciendo –siempre- la montaña que, como
sabemos desde el cuarto/quinto verso, tiene nombre: Miguel. Así, el
desplazamiento colina abajo, recordemos, puebla el lugar común de patrioteros,
futboleros, barriobajo, delincuencia y contaminación. Todo esto, la “estupidez”,
según el-la responsable del relato, forma el cúmulo, o contexto, sobre el cual
la nube vuela o se desplaza: La nube se desplaza -las nubes se desplazan-. El
pensamiento se desplaza. El lenguaje se desplaza. Basta seguir, durante el
texto, la historia de la hoja blanca: “Y era blanca / la hoja no es blanca
/ todas las hojas blancas (ninguna soy yo) / Soy una hoja en blanco (disculpa
del olvido) / la hoja en blanco permanece / arranco las hojas en blanco / soy
la hoja en blanco / dejar la hoja en blanco / no tiene forma de montaña la
hoja en blanco / o lluvia es igual a más hojas en blanco / la hoja blanca es
aun más sucia”. La hoja blanca es la carne blanca, es la
cordillera-semen-polvo, es la montaña, es la nieve.
2. Los chilenos somos
párrafos de un libro no poético, abandonado en un estante. Aparecen,
aparecemos y desparecemos, desaparecen. Tal como la montaña y ella, tal como
“Miguel y yo somos nadie”; aunque la suma signifique un todo, al menos en
sentido emocional: “(Él) significa todo para mí” y esta poética permanente que
recala entre los aires, devaneos, incorporeidad que refiere siempre a lo
corpóreo, al color, al deseo: “en el avión / es donde mejor escribo / (todo
queda en el aire)”; nos prepara para el vuelo, viaje, lugar, desplazamiento,
diatriba entre paréntesis. Es así, un manifiesto, punto 1: El pensamiento se
detiene, calma y fructifica; entre nubes, montañas, chilenos, deseo, piel
blanca y lenguaje hecho caída, hecho cascada. Hecho, es decir fabricado, desde
el detalle (vital o cotidiano), la narración, la explicación, el recuerdo (la
muerte del padre), el extrañamiento, en distintas medidas e intensidades.
3. Segundo acápite de la confesión: “la cabeza deja de pronto
de funcionar / y todo lo que se necesita es una goma de borrar / negro/vacío /
derrame de conciencia”, derrame (desbordamiento, dispersión) en el que nadie
más habla, el padre “es tierra negra”, la madre “es una nube gruesa”, la
montaña es descrita, mas no reproduce, no expresa: “tus labios se mueven en
silencio”. El derrame de conciencia es la cascada de palabras, ideas,
pensamientos y descripciones que hace la nube de su entorno mediato, cercano o
lejano, imaginado, adjudicado a la fuerza de algún verso, o expulsado a la
basura (que vuelve a recoger), tal como la aspiradora que no aspira, que no chupa, por lo que, como el relato, vuelve
una y otra vez sobre la montaña: ¿Qué es más difícil que mover una montaña?
Nada, definitivamente.
4. Hasta que, hacia el clímax, digamos el centro poético, el
objeto del deseo, es decir el lenguaje, se hace explícito, “es tan poco el
semen / tan largo el olvido”; (una idea-imagen recurrente en lo que sigue al
clímax); para, acto seguido, recordarnos la obsesión doméstica del último
tramo: “la aspiradora no chupa”, por lo que los desperdicios, los vacíos o
rellenos, la energía, en definitiva, va quedando, va aumentando, acumulándose
la histeria, hasta la irrupción de Ana O.
5. Secuencia en la muerte del padre: El padre es la tierra
negra, la superficie es blanca, la carne es blanca, o va tornándose blanca (“tú
no hueles bien” / me dice mi madre / o es ese olor / a carne muerta / bajo
tierra / que llevo puesta”. Una escritura matemática, equidistante, lógica y
proposicional (A implica B), ecuacional, especular, parafásica en la
sustitución de idiomas.
6. Es cuestión de correr el velo para encontrarse de frente con
la piel, la aspiradora (o chimenea,
en términos de Pappenheim) que succiona, la hoja y la montaña y otros actos de
inspiración erótica (en su versión velada). A través del velo, que a ratos se
descorre y deja ver el espectáculo de origen, se observa un segundo espectáculo:
velado (acá redundo), lo que se transforma en un teatro de sombras,
difuminación, deformidad y distancia con la representación original.
7. La “cura del habla” toma acá especial especificidad, desde
el tratamiento de Breuer, a Carne blanca,
el paciente siente alivio parcial al relatar el hecho traumático. “La poesía es
para los muertos”, recalca el relato en su periodo de meseta, deseo, excitación
(en distinto orden, claro está). También es para personas en busca de alivio,
paciente, terapeuta... Esto nos lleva al tercer y último acápite de la
confesión: “quizás vayamos todos en una misma dirección / no hay dirección”.
Después no se ve nada, no hay lenguaje, solo acantilado. Y es mejor finalizar.
Santiago,
mayo 2017
Fotografía: Iván Petrowitsch
Fotografía: Iván Petrowitsch
Carne blanca
Poemario
de Jessica Atal
Editorial
Cuarto Propio
Santiago
de Chile, 2016
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