a
Tomás y María Yarrington
Si envejeciéramos y envejeciéramos
seríamos igual que las tortugas
adentro de una piedra hundidas
o habitando montículos de tierra,
sibilas cumanas sin gesto o garra ya
perfectamente sumergidas y sabias
entre las cuencas de cosas;
sería un caminar hacia lo más hondo,
su refugio,
ser la fuerza de origen,
nuestro cuerpo, algo externo,
entre arrugas y arrugas
de quienes se han vestido los
caminos,
y ya son más que carne: un mundo.
Solo tiempo vivo es la tortuga,
un caminar de la semilla,
sueño enterrado, dulce
e insistente.
en Oro del
viento, 2003
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