Un
día puse una piedra encima de tu nombre
y
me dije: iré cantando hasta mi casa.
Y
canté
como una loca sobre sus piernas fuertes
como
río loco canté.
Hasta
que el canto empezó a hacerse agüita rala
(ni
para regar guisantes)
y
entre paso y paso
se
me fue perdiendo un pie.
No
acierto a ver el tejado de mi casa ni el árbol
más
alto.
¿Será
que me dejé el corazón bajo la piedra?
¿Mi
tonto corazón junto a tu nombre?
Sé
que ya no llegaré a mi casa.
Sé
que tampoco puedo volver.
en Tablillas de San Lázaro, 2001
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