Sobre el castigo a Marcos Pol por lanzarle una patada
voladora a un hincha, no hay de qué preocuparse: los operadores políticos que
manejan Estadio Seguro, la burocracia del Ministerio Público y los ingenieros
calculistas del Tribunal de Penalidades tienen por fin un espécimen de texto
para justificar la pega de la temporada.
Además de pertenecer a un club sin ningún peso
institucional ni popular, el jugador solo puede apelar como defensa a un estado
de máxima alteración, condición que en el caso de Audax también es extensible
al arquero Nicolás Peric, dentro de la cancha, y al técnico Hugo Vilches, al
borde de la misma.
El inexcusable desmadre de Pol no puede recubrir, de
nuevo, el obsceno comportamiento de los hinchas de Universidad Católica, sobre
todo el de aquellos cobardes que se instalan en la tribuna preferente a
insultar, escupir y agredir a los jugadores cuando abandonan la cancha,
independiente del resultado del partido, la conducta del oponente o las
vicisitudes del encuentro. Rascas, groseros, ordinarios y prepotentes, los
socios y simpatizantes que hoy aparecen como víctimas, como bien podría ser
este muchacho que corrió a encarar a Pol, hace largo rato que actúan impunes,
incontrolables, a vista y paciencia de dirigentes impasibles, cómplices y hasta
promotores de la mala educación o, sencillamente, de la misma rotería que tanto
critican a las hinchadas de Colo Colo y la U.
El sábado se volvió a confirmar que San Carlos de
Apoquindo no entrega todas las garantías para la seguridad de ningún
futbolista. Si contáramos con la ecuanimidad y valentía del Tribunal de
Penalidades y la voluntad del directorio de la ANFP, el estadio cruzado debería
ser suspendido de inmediato y hasta que se implementen las necesarias medidas.
No solo la ridiculez de poner unos quitasoles para evitar que los escupos y las
botellas lanzados por la rotada de hinchas y socios universitarios impacten a
los futbolistas.
Tenía razón Mario Salas la noche del sábado, al amenazar
con abandonar la conferencia de prensa si es que no se le preguntaba solamente
de fútbol. Esta vez el entrenador no tenía cómo maquillar la vergüenza que le
debe haber producido que un incidente con los hinchas que tanto le festejan sus
triunfos empañara la contundente y legítima victoria de Universidad Católica,
aun cuando uno de los suyos, Stefano Magnasco, le rompiera los ligamentos
cruzados al juvenil itálico Eduardo Navarrete, al aplicarle una criminal y
artera plancha, explicable por la excesiva mala intención y el limitadísimo
talento que tiene el lateral que fracasó en el fútbol holandés.
Un 4 a 1 tan sólido no merecía un epílogo tan triste,
sucio y ordinario.
en Blogs El Mercurio, 31 de octubre
de 2016
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