martes, noviembre 01, 2016

“Triste, sucio y ordinario”, de Hugo Marcone





Sobre el castigo a Marcos Pol por lanzarle una patada voladora a un hincha, no hay de qué preocuparse: los operadores políticos que manejan Estadio Seguro, la burocracia del Ministerio Público y los ingenieros calculistas del Tribunal de Penalidades tienen por fin un espécimen de texto para justificar la pega de la temporada.

Además de pertenecer a un club sin ningún peso institucional ni popular, el jugador solo puede apelar como defensa a un estado de máxima alteración, condición que en el caso de Audax también es extensible al arquero Nicolás Peric, dentro de la cancha, y al técnico Hugo Vilches, al borde de la misma.

El inexcusable desmadre de Pol no puede recubrir, de nuevo, el obsceno comportamiento de los hinchas de Universidad Católica, sobre todo el de aquellos cobardes que se instalan en la tribuna preferente a insultar, escupir y agredir a los jugadores cuando abandonan la cancha, independiente del resultado del partido, la conducta del oponente o las vicisitudes del encuentro. Rascas, groseros, ordinarios y prepotentes, los socios y simpatizantes que hoy aparecen como víctimas, como bien podría ser este muchacho que corrió a encarar a Pol, hace largo rato que actúan impunes, incontrolables, a vista y paciencia de dirigentes impasibles, cómplices y hasta promotores de la mala educación o, sencillamente, de la misma rotería que tanto critican a las hinchadas de Colo Colo y la U.

El sábado se volvió a confirmar que San Carlos de Apoquindo no entrega todas las garantías para la seguridad de ningún futbolista. Si contáramos con la ecuanimidad y valentía del Tribunal de Penalidades y la voluntad del directorio de la ANFP, el estadio cruzado debería ser suspendido de inmediato y hasta que se implementen las necesarias medidas. No solo la ridiculez de poner unos quitasoles para evitar que los escupos y las botellas lanzados por la rotada de hinchas y socios universitarios impacten a los futbolistas.

Tenía razón Mario Salas la noche del sábado, al amenazar con abandonar la conferencia de prensa si es que no se le preguntaba solamente de fútbol. Esta vez el entrenador no tenía cómo maquillar la vergüenza que le debe haber producido que un incidente con los hinchas que tanto le festejan sus triunfos empañara la contundente y legítima victoria de Universidad Católica, aun cuando uno de los suyos, Stefano Magnasco, le rompiera los ligamentos cruzados al juvenil itálico Eduardo Navarrete, al aplicarle una criminal y artera plancha, explicable por la excesiva mala intención y el limitadísimo talento que tiene el lateral que fracasó en el fútbol holandés.

Un 4 a 1 tan sólido no merecía un epílogo tan triste, sucio y ordinario.



en Blogs El Mercurio, 31 de octubre de 2016






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